viernes, 21 de mayo de 2010

Perfil del educador “incluidor”

El educador “incluido” deberá cultivar y acrecentar ciertas cualidades y conocimientos enriquecidos por la cotidiana experiencia y la permanente actualización.

1. Tener un adecuado concepto de persona: ser trascendente con un destino eterno. Éste es el principio que sustenta la igualdad de todos los hombres y, por lo tanto la razón principal que justifica y reclama el paso de la exclusión a la inclusión.
2. Reconocer las diferencias que excluyen como un valor agregado para la sociedad y no sólo como un problema.
3. Diagnosticar las causas de la exclusión con precisión y saberlas relacionar con el medio ambiente familia y social en que se vive la exclusión de cualquier género que sea. Esto implica espíritu de observación y buen criterio para conocer, diferenciar y relacionar las distintas causas de exclusión. El acertado diagnóstico es pórtico de solución.
4. Formarse y actualizarse. La formación profesional es indispensable.
5. Poseer corazón amplio y generoso, reconociendo que la inteligencia es más inteligente cuando pasa por el corazón. Creemos en las inteligencias múltiples. No es suficiente conocer las causas de la exclusión para remediarla; hay que aceptarlas y amarlas. La pedagogía de la presencia, de la caricia, de la ternura, de la palmadita en el hombro son altamente eficientes. La inclusión pasa por el amor; es tarea de estar con. Sin esto, la mayor preparación profesional, logrará frutos menguados.
6. Crear relaciones; ser hombre o mujer capaces de trabajar en equipo; hombres y mujeres que establezcan puentes y no trincheras.
El éxito de la inclusión educativa es un verdadero trabajo comunitario, la suma de muchos esfuerzos.
7. Exigir, exigirse. La Palabra llama la atención y parecería no adecuada para el trato con un niño o joven que tratamos de incluir en la sociedad con herramientas, conocimientos y actitudes que le hagan lo menos diferente posible. El educador de la inclusión, no puede ser un mediocre, ni por su asiduidad, ni por su capacidad de entrega al trabajo. El educar a niños diferentes reclama continuidad y dedicación en tiempo y modo frente a los educandos.
8. Imaginar. Yo siempre he admirado a las maestras jardineras, porque con materiales descartadles, hacen maravillas seductoras y educativas. El docente incluidor debe ser creativo, con imaginación renovadora. Tendría que poseer la capacidad de hacer nuevo lo viejo y atractivo lo rutinario. Tendrá también que imaginar la actitud, el gesto personificador que más llega al alumno; qué palabra de aliento o de reproche, estimula y moviliza el cambio de actitudes y lo convoca a la indispensable cooperación personal que hará posible la inclusión.
Toda educación es un desafío a la creatividad innovadora.
9. Esperar. Educar es sembrar y se siembra porque se espera una cosecha. El educador incluidor es el hombre o la mujer que viven en clave positiva, en clave de esperanza. Miran con alegría el vaso lleno a la mitad porque creen en su capacidad de llenarlo.
La esperanza ayuda al educador a comprender que el grado de inclusión de cada sujeto en proceso es diferente; cada uno tiene sus posibilidades, sus tiempos y sus logros.
10. Orar. Nadie como el educador experimenta lo difícil de su misión en los tiempos que corremos. La cruda realidad le invita a constatar sus limitaciones, a ser humilde. Cuanto más cerca de Dios estemos, más nos comprometemos con los hombres. A Dios le duele el mal, la exclusión de sus hijos, y le siguiere al orante: dame una mano, ayúdame a mitigar el dolor y la marginación de mis hijos.
La oración nos hace de nosotros radares ultra sensibles que detectan el dolor y ojos avizores que intuyen la humillación excluidora; nos regala manos servidoras que ofrecen auxilio y comprensión. Además, es en la oración, ante el señor, donde mejor percibimos la dignidad del excluido y su derecho a ser atendido y liberado.

Hno Magdaleno
Marista

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