domingo, 17 de agosto de 2014

Homilía del Papa en la misa con los jóvenes de la JJ asiática

Homilía del Papa en la misa con los jóvenes de la JJ asiática
En el cuarto día del viaje apostólico de Francisco a Corea, concluyó la Jornada de la Juventud asiática en el castillo de Haemi
Por Redacción
SEúL, 17 de agosto de 2014 Zenit.org- A las 16 horas locales de este domingo, el santo padre Francisco ha presidido la Santa misa conclusiva de la 6ª Jornada de la Juventud Asiática. La misa se ha celebrado en el Castillo de Haemi. A continuación las palabras de la homilía del Pontífice

"Queridos amigos:
«La gloria de los mártires brilla sobre ti». Estas palabras, que forman parte del lema de la VI Jornada de la Juventud Asiática, nos dan consuelo y fortaleza. Jóvenes de Asia, ustedes son los herederos de un gran testimonio, de una preciosa confesión de fe en Cristo. Él es la luz del mundo, la luz de nuestras vidas. Los mártires de Corea, y tantos otros incontables mártires de toda Asia, entregaron su cuerpo a sus perseguidores; a nosotros, en cambio, nos han entregado un testimonio perenne de que la luz de la verdad de Cristo disipa las tinieblas y el amor de Cristo triunfa glorioso. Con la certeza de su victoria sobre la muerte y de nuestra participación en ella, podemos asumir el reto de ser sus discípulos hoy, en nuestras circunstancias y en nuestro tiempo.
Esas palabras son una consolación. La otra parte del lema de la Jornada –«Juventud de Asia, despierta»– nos habla de una tarea, de una responsabilidad. Meditemos brevemente cada una de estas palabras.
En primer lugar, "Asia". Ustedes se han reunido aquí en Corea llegados de todas las partes de Asia. Cada uno tiene un lugar y un contexto singular en el que está llamado a reflejar el amor de Dios. El continente asiático, rico en tradiciones filosóficas y religiosas, constituye un gran horizonte para su testimonio de Cristo, «camino, verdad y vida» (Jn 14,6). Como jóvenes que no sólo viven en Asia, sino que son hijos e hijas de este gran continente, tienen el derecho y el deber de participar plenamente en la vida de su sociedad. No tengan miedo de llevar la sabiduría de la fe a todos los ámbitos de la vida social.
Además, como jóvenes asiáticos, ustedes ven y aman desde dentro todo lo bello, noble y verdadero que hay en sus culturas y tradiciones. Y, como cristianos, saben que el Evangelio tiene la capacidad de purificar, elevar y perfeccionar ese patrimonio. Mediante la presencia del Espíritu Santo que se les comunicó en el bautismo y con el que fueron sellados en la confirmación, en unión con sus Pastores, pueden percibir los muchos valores positivos de las diversas culturas asiáticas. Y son además capaces de discernir lo que es incompatible con la fe católica, lo que es contrario a la vida de la gracia en la que han sido injertados por el bautismo, y qué aspectos de la cultura contemporánea son pecaminosos, corruptos y conducen a la muerte.
Volviendo al lema de la Jornada, pensemos ahora en la palabra "juventud". Ustedes y sus amigos están llenos del optimismo, de la energía y de la buena voluntad que caracteriza esta etapa de su vida. Dejen que Cristo transforme su natural optimismo en esperanza cristiana, su energía en virtud moral, su buena voluntad en auténtico amor, que sabe sacrificarse. Éste es el camino que están llamados a emprender. Éste es el camino para vencer todo lo que amenaza la esperanza, la virtud y el amor en su vida y en su cultura. Así su juventud será un don para Jesús y para el mundo.
Como jóvenes cristianos, ya sean trabajadores o estudiantes, hayan elegido una carrera o hayan respondido a la llamada al matrimonio, a la vida religiosa o al sacerdocio, no sólo forman parte del futuro de la Iglesia: son también una parte necesaria y apreciada del presente de la Iglesia. Permanezcan unidos unos a otros, cada vez más cerca de Dios, y junto a sus obispos y sacerdotes dediquen estos años a edificar una Iglesia más santa, más misionera y humilde, una Iglesia que ama y adora a Dios, que intenta servir a los pobres, a los que están solos, a los enfermos y a los marginados.
En su vida cristiana tendrán muchas veces la tentación, como los discípulos en la lectura del Evangelio de hoy, de apartar al extranjero, al necesitado, al pobre y a quien tiene el corazón destrozado. Estas personas siguen gritando como la mujer del Evangelio: «Señor, socórreme». La petición de la mujer cananea es el grito de toda persona que busca amor, acogida y amistad con Cristo. Es el grito de tantas personas en nuestras ciudades anónimas, de muchos de nuestros contemporáneos y de todos los mártires que aún hoy sufren persecución y muerte en el nombre de Jesús: «Señor, socórreme». Este mismo grito surge a menudo en nuestros corazones: «Señor, socórreme». No respondamos como aquellos que rechazan a las personas que piden, como si atender a los necesitados estuviese reñido con estar cerca del Señor. No, tenemos que ser como Cristo, que responde siempre a quien le pide ayuda con amor, misericordia y compasión.
Finalmente, la tercera parte del lema de esta Jornada: «Despierta», habla de una responsabilidad que el Señor les confía. Es la obligación de estar vigilantes para no dejar que las seducciones, las tentaciones y los pecados propios o los de los otros emboten nuestra sensibilidad para la belleza de la santidad, para la alegría del Evangelio. El Salmo responsorial de hoy nos invita repetidamente a "cantar de alegría". Nadie que esté dormido puede cantar, bailar, alegrarse. Queridos jóvenes, «nos bendice el Señor nuestro Dios» (Sal 67); de él hemos «obtenido misericordia» (Rm 11,30). Con la certeza del amor de Dios, vayan al mundo, de modo que «con ocasión de la misericordia obtenida por ustedes» (v. 31), sus amigos, sus compañeros de trabajo, sus vecinos, sus conciudadanos y todas las personas de este gran continente «alcancen misericordia» (v. 31). Esta misericordia es la que nos salva.
Queridos jóvenes de Asia, confío que, unidos a Cristo y a la Iglesia, sigan este camino que sin duda les llenará de alegría. Y antes de acercarnos a la mesa de la Eucaristía, dirijámonos a María nuestra Madre, que dio al mundo a Jesús. Sí, María, Madre nuestra, queremos recibir a Jesús; con tu ternura maternal, ayúdanos a llevarlo a los otros, a servirle con fidelidad y a glorificarlo en todo tiempo y lugar, en este país y en toda Asia. Amén".

sábado, 9 de agosto de 2014

Libertad y verdad



Libertad y verdad
Autor: François-Xavier Nguyên Cardinal Van Thuân, Presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz | Fuente: Thesocialagenda.com 

Fragmento del documento elaborado por el Card. François-Xavier Nguyên Van Thuân, Presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz. Pertenece al artículo dos: La Persona Humana del Compendio de Doctrina Social de la Iglesia.

48. La pregunta moral, a la que responde Cristo, no puede prescindir del problema de la libertad, es más, lo considera central, porque no existe moral sin libertad: "El hombre puede convertirse al bien sólo en la libertad" (GS, n. 11). Pero, ¿qué libertad? El Concilio frente a aquellos contemporáneos nuestros que "tanto defienden" la libertad y que la "buscan ardientemente", pero que "a menudo la cultivan de mala manera, como si fuera lícito todo con tal de que guste, incluso el mal"-presenta la verdadera libertad: "La verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre. Pues quiso Dios "dejar al hombre en manos de su propia decisión" (cf. Si 15, 14), de modo que busque sin coacciones a su Creador y, adhiriéndose a él, llegue libremente a la plena y feliz perfección" (GS, n. 17). Si existe el derecho de ser respetados en el propio camino de búsqueda de la verdad, existe aún antes la obligación moral, grave para cada uno, de buscar la verdad y de seguirla una vez conocida.
(Veritatis Splendor, n. 34)

49. La libertad en su esencia es interior al hombre, connatural a la persona humana, signo distintivo de su naturaleza. La libertad de la persona encuentra, en efecto, su fundamento en su dignidad transcendente: una dignidad que le ha sido regalada por Dios, su Creador, y que le orienta hacia Dios. El hombre, dado que ha sido creado a imagen de Dios (cf. Gn 1, 27), es inseparable de la libertad, de esa libertad que ninguna fuerza o apremio exterior podrá jamás arrebatar y que constituye su derecho fundamental, tanto como individuo cuanto como miembro de la sociedad. El hombre es libre porque posee la facultad de determinarse en función de lo verdadero y del bien.
(Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz, 1981, n. 5)

50. Jesucristo sale al encuentro del hombre de toda época, también de nuestra época, con las mismas palabras: "Conoceréis la verdad y la verdad os librará" (Jn 8, 32). Estas palabras encierran una exigencia fundamental y al mismo tiempo una advertencia: la exigencia de una relación honesta con respecto a la verdad, como condición de una auténtica libertad; y la advertencia, además de que se evite cualquier libertad aparente, cualquier libertad superficial y unilateral, cualquier libertad que no profundice en toda la verdad sobre el hombre y sobre el mundo. 
(Redemptor Hominis, n. 12)

51. Pero la libertad, no es solo un derecho que se reclama para uno mismo, es un deber que se asume cara a los otros. Para servir verdaderamente a la paz, la libertad de cada ser humano y de cada comunidad humana debe respetar las libertades y los derechos de los demás, individuales o colectivos. Ella encuentra en este respeto su límite, pero además su lógica y su dignidad, porque el hombre es por naturaleza un ser social. (Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz, 1981, n. 7)

52. El ejercicio de la libertad no implica el derecho a decir y hacer cualquier cosa. Es falso concebir al hombre "sujeto de esa libertad como un individuo autosuficiente que busca la satisfacción de su interés propio en el goce de los bienes terrenales" (Libertatis Conscientia, n. 13). Por otra parte, las condiciones de orden económico y social, político y cultural, requeridas para un justo ejercicio de la libertad son, con demasiada frecuencia, desconocidas y violadas. Estas situaciones de ceguera y de injusticia gravan la vida moral y colocan tanto a los fuertes como a los débiles en la tentación de pecar contra la caridad. Al apartarse de la ley moral, el hombre atenta contra su propia libertad, se encadena a sí mismo, rompe la fraternidad con sus semejantes y se rebela contra la verdad divina.
(CIC, n. 1740)

53. Sin embargo, en lo más íntimo del ser humano, el Creador ha impreso un orden que la conciencia humana descubre y manda observar estrictamente. Los hombres muestran que los preceptos de la ley están escritos en sus corazones, siendo testigo su conciencia (Rom 2, 15). Por otra parte, ¿cómo podría ser de otro modo? Todas las obras de Dios son, en efecto, reflejo de su infinita sabiduría, y reflejo tanto más luminoso cuanto mayor es el grado absoluto de perfección de que gozan (cf. Sal 18, 8-11).
(Pacem in Terris, n. 5)

54. En los designios de Dios, cada hombre está llamado a promover su propio progreso, porque la vida de todo hombre es una vocación dada por Dios para una misión concreta. Desde su nacimiento, ha sido dado a todos, como un germen, un conjunto de aptitudes y de cualidades para hacerlas fructíferas: su floración, fruto de la educación recibida en el propio ambiente y del esfuerzo personal, permitirá a cada uno orientarse hacia el destino, que le ha sido propuesto por el Creador. Dotado de inteligencia y de libertad, el hombre es responsable de su crecimiento lo mismo que de su salvación. Ayudado, y a veces estorbado, por los que lo educan y lo rodean, cada uno permanece siempre, sean lo que sean los influjos que sobre él se ejercen, el artífice principal de su éxito o de su fracaso: por sólo el esfuerzo de su inteligencia y de su voluntad, cada hombre puede crecer en humanidad, valer más, ser más.
(Populorum Progressio, n. 15)

55. Finalmente, al consumar en la cruz la obra de la redención, para adquirir la salvación y la verdadera libertad de los hombres, completó su revelación. Dio testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían. Pues su reino no se impone con la violencia, sino que se establece dando testimonio de la verdad y prestándole oído, y crece por el amor con que Cristo, levantado en la cruz, atrae a los hombres a Sí mismo (cf. Jn 12, 32). (Dignitatis Humanae, n. 15)

56. Finalmente, la verdadera libertad no es promovida tampoco en la sociedad permisiva, que confunde la libertad con la licencia de hacer cualquier opción y que proclama, en nombre de la libertad, una especie de amoralidad general. Es proponer una caricatura de la libertad pretender que el hombre es libre para organizar su vida sin referencia a los valores morales y que la sociedad no está para asegurar la protección y la promoción de los valores éticos. Semejante actitud es destructora de la libertad y de la paz. (Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz, 1981, n. 7)

57. La Iglesia tampoco cierra los ojos ante el peligro del fanatismo o fundamentalismo de quienes, en nombre de una ideología con pretensiones de científica o religiosa, creen que pueden imponer a los demás hombres su concepción de la verdad y del bien. No es de esta índole la verdad cristiana. Al no ser ideológica, la fe cristiana no pretende encuadrar en un rígido esquema la cambiante realidad socio-política y reconoce que la vida del hombre se desarrolla en la historia en condiciones diversas y no perfectas. La Iglesia, por tanto, al ratificar constantemente la trascendente dignidad de la persona, utiliza como método propio el respeto de la libertad. (Centesimus Annus, n. 46)

58. La democracia no puede mantenerse sin un compromiso compartido con respecto a ciertas verdades morales sobre la persona humana y la comunidad humana. La pregunta fundamental que ha de plantearse una sociedad democrática es: "¿Cómo debemos vivir juntos?". Al tratar de responder esta pregunta, ¿puede la sociedad excluir la verdad y el razonamiento morales?.... Cada generación ... necesita saber que la libertad no consiste en hacer lo que nos gusta, sino en tener el derecho de hacer lo que debemos. Cristo nos pide que conservemos la verdad, porque, como nos prometío: "Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8, 32). Depositum custodi! Debemos conservar la verdad, que es la condición de la auténtica libertad, y permite que ésta alcance su plenitud en la bondad. Tenemos que conservar el depósito de la verdad divina, que nos han transmitido en la Iglesia, especialmente con vistas a los desafíos que plantea la cultura materialista y la mentalidad permisiva, que reducen la libertad a libertinaje. (Juan Pablo II, Homilia en Baltimore, nn. 7-8)

59. No sólo no es lícito desatender desde el punto de vista ético la naturaleza del hombre que ha sido creado para la libertad, sino que esto ni siquiera es posible en la práctica. Donde la sociedad se organiza reduciendo de manera arbitraria o incluso eliminando el ámbito en que se ejercita legítimamente la libertad, el resultado es la desorganización y la decadencia progresiva de la vida social. (Centesimus Annus, n. 25)






martes, 18 de marzo de 2014

Enseñemos a rezar a los niños

Catequesis para la familia, semana del 17 de marzo de 2014
Por Eva Carreras del Rincón
 “Nos acostumbramos a vivir en una sociedad que pretende dejar de lado a Dios, donde los padres ya no enseñan a los hijos a rezar ni a santiguarse. Yo os pregunto: vuestros hijos, vuestros niños, ¿saben hacer la señal de la cruz? Pensadlo. Vuestros nietos, ¿saben hacer la señal de la cruz? ¿Se lo habéis enseñado? Pensad y responded en vuestro corazón. ¿Saben rezar el Padrenuestro? ¿Saben rezar a la Virgen con el Ave María? Pensad y respondeos. Este habituarse a comportamientos no cristianos y de comodidad nos narcotiza el corazón.” (Papa Francisco en la audiencia del 5 de marzo)
Los días pasan rápido, rezamos algunas oraciones en familia, vamos a misa los domingos, llevamos a nuestros hijos a catequesis y en el colegio van a clase de religión. Esto debería bastar.
¿Seguro?
Este domingo cuando recemos el Padrenuestro durante la misa, mira la cara de tu hijo y fijate si lo sabe rezar. Puede ocurrir que demos por supuesto que se lo sabe y no sea así. No podemos tranquilizarnos pensando que ya se lo enseñarán en la catequesis o en religión. Puede que se lo preguntaran en catequesis, no se lo supiera y allí quedó la cosa. Y durante las clases de religión a veces se repasan estas oraciones y a veces no. Dependerá del niño si se las quiere aprender... o no y entonces la nota le subirá o bajará.
Cuando queremos enseñar a nuestros hijos nos preparamos y nos mentalizamos de que durante un determinado espacio de tiempo tendremos que repetir y repetir hasta que aprenda.
Con las oraciones vocales ocurre lo mismo pero además tienen un sentido y una razón de ser. No son un poema. Van dirigidas a Dios o a la Virgen.
Mis padres me enseñaron a hacer la señal de la cruz siempre que salía de casa. Además de repetir la acción todos los días, nos poníamos en manos de Dios y bajo su protección.
Durante esta cuaresma, junto a las oraciones de la noche, durante la bendición de la mesa o en cualquier otro momento en que acostumbremos a rezar juntos todos los días, recemos el Padrenuestro, la oración que Jesús nos enseñó. Empecemos rezando “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre” durante varios días y luego vamos añadiendo poco a poco el resto de la oración. En internet podemos encontrar dibujos que les ayuden a entender lo que decimos.
Cuando ya se la sepan podemos empezar del mismo modo con el Ave María.
No hacemos otra cosa que poner en acción la obra de misericordia “enseñar al que no sabe” y
lograr que la Cuaresma sea “un momento favorable para convertirse al amor a Dios y al prójimo; un amor que sepa hacer propia la actitud de gratuidad y de misericordia del Señor, que «se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza» (cf. 2 Cor 8, 9).”

viernes, 7 de marzo de 2014

FRANCISCO Y LA EMERGENCIA EDUCATIVA EN AMÉRICA LATINA

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DE LA PONTIFICIA COMISIÓN PARA AMÉRICA LATINA
Sala Clementina
Viernes 28 de febrero de 2014

Buenos días. Agradezco al Cardenal Ouellet sus palabras y a ustedes todos el trabajo que han hecho durante estos días.
Transmisión de la fe, emergencia educativa. Transmisión de la fe lo escuchamos varias veces, no nos hace tanto ruido la palabra, sabemos que es una obligación hoy día cómo se transmite la fe, que ya fue tema propuesto para el anterior Sínodo que terminó en la evangelización. Emergencia educativa es una expresión recientemente adoptada por ustedes con los que prepararon esto. Y me gusta porque esto crea un espacio antropológico, una visión antropológica de la evangelización, una base antropológica. Si hay una emergencia educativa para la transmisión de la fe, es como tratar el tema de la catequesis a la juventud desde una perspectiva diríamos de teología fundamental. Es decir, cuáles son los presupuestos antropológicos que hay hoy día en la transmisión de la fe que hacen que para la juventud de América Latina esto sea emergencia educativa. Y por eso creo que hay que ser repetitivo y volver a las grandes pautas de la educación.
Y la primera pauta de la educación es que educar –lo hemos dicho, en la misma Comisión, una vez lo hemos dicho– no es solamente transmitir conocimientos, contenidos, sino que implica otras dimensiones. Transmitir contenidos, hábitos y valoraciones, los tres juntos.
Para poder transmitir la fe hay que crear el hábito de una conducta, hay que crear la recepción de valores que la preparen y la hagan crecer, y hay que dar contenidos básicos. Si solamente queremos transmitir la fe con contenidos, será una cosa superficial o ideológica que no va a tener raíces. La transmisión tiene que ser de contenidos con valores, valoraciones y hábitos, hábitos de conducta. Los antiguos propósitos de nuestros confesores cuando éramos chicos: “bueno, en esta semana vos hacé esto, esto y esto…”, y nos iban creando un hábito de conducta. Y no sólo el contenido sino los valores, o sea que en ese marco la transmisión de la fe tiene que moverse. Tres pilares.
Otra cosa que es importante para la juventud, transmitir a la juventud, a los chicos también, pero sobretodo a la juventud, es el buen manejo de la utopía. Nosotros en América Latina hemos tenido la experiencia de un manejo no del todo equilibrado de la utopía y que en algún lugar, en algunos lugares, no en todos, en algún momento nos desbordó. Al menos en el caso de Argentina podemos decir cuántos muchachos de la Acción Católica, por una mala educación de la utopía, terminaron en la guerrilla de los años ’70. Saber manejar la utopía, saber conducir –manejar es una mala palabra–, saber conducir y ayudar a crecer la utopía de un joven es una riqueza. Un joven sin utopías es un viejo adelantado, envejeció antes de tiempo. ¿Cómo hago para que esta ilusión que tiene el chico, esta utopía, lo lleve al encuentro con Jesucristo? Es todo un paso que hay que ir haciendo.
Me atrevo a sugerir, lo siguiente: una utopía en un joven crece bien si está acompañada de memoria y de discernimiento. La utopía mira al futuro, la memoria mira al pasado, y el presente se discierne. El joven tiene que recibir la memoria y plantar, arraigar su utopía en esa memoria. Discernir en el presente su utopía, los signos de los tiempos, y ahí sí la utopía va adelante pero muy arraigada en la memoria, en la historia que ha recibido; discernían el presente maestros del discernimiento –lo necesitaban para los jóvenes–, y ya proyectada para el futuro. Entonces, la emergencia educativa ya tiene un cauce allí para moverse desde lo más propio del joven que es la utopía.
De ahí la insistencia –que por ahí me escuchan– del encuentro de los viejos y los jóvenes. El icono de la presentación de Jesús en el Templo. El encuentro de los jóvenes con los abuelos es clave. Me decían algunos Obispos de algunos países en crisis, donde hay una gran desocupación de jóvenes, que parte de la solución de los jóvenes está en que le dan de comer los abuelos, o sea,  se vuelven  a encontrar con los abuelos, los abuelos tienen la pensión, entonces salen de la casa de reposo, vuelven a la familia, pero además le traen su memoria, ese encuentro.
Yo recuerdo una película que vi hace 25 años más o menos, de Kurosawa, de este japonés, este famoso director japonés; muy sencilla: una familia, dos chicos, papá, mamá. Y papá, mamá se iban a hacer una gira por los Estados Unidos, entonces le dejaron los chicos a la abuela. Chicos japoneses de Coca-Cola, hot dogs, o sea de una cultura de ese tipo. Y todo el film está en cómo esos chicos empiezan a escuchar lo que les cuenta la abuela de la memoria de su pueblo. Cuando los padres vuelven, los desubicados son los padres, fuera de la memoria, los chicos la habían recibido de la abuela.
Este fenómeno del encuentro de los chicos y los jóvenes con los abuelos ha conservado la fe en los países del Este, durante toda la época comunista, porque los padres no podían ir a la iglesia. Y me decían… –me estoy confundiendo pero, en estos días no sé si estuvieron los obispos búlgaros o de Albania–,  me decían que las iglesias de ellos están llenas de viejos y de jóvenes, los papás no van porque nunca se encontraron con Jesús, esto entre paréntesis. Este encuentro de los chicos y los jóvenes con los abuelos es clave para recibir la memoria de un pueblo y el discernimiento en el presente. Ser maestros de discernimiento, consejeros espirituales. Y aquí es importante para la transmisión de la fe de los jóvenes el apostolado cuerpo a cuerpo. El discernimiento en el presente no se puede hacer sin un buen confesor o un buen director espiritual que se anime a aburrirse horas y horas escuchando a los jóvenes. Memoria del pasado, discernimiento del presente, utopía del futuro, en ese esquema va creciendo la fe de un joven.
Tercero. Diría como emergencia educativa, en esta transmisión de la fe y también de la cultura, es el problema de la cultura del descarte. Hoy día, por la economía que se ha implantado en el mundo, donde en el centro está el dios dinero y no la persona humana, todo lo demás se ordena y lo que no cabe en ese orden se descarta. Se descartan los chicos que sobran, que molestan o que no conviene que vengan. Los obispos españoles me decían recién la cantidad de abortos, del número, yo me quedé helado. Ellos tienen allí los censos de eso. Se descartan los viejos, tienden a descartarlos. En algunos países de América Latina hay eutanasia encubierta, hay eutanasia encubierta, porque las obras sociales pagan hasta acá, nada más y los pobres viejitos... como puedan. Recuerdo haber visitado un hogar de ancianos en Buenos Aires, del Estado, donde estaban las camas llenas; y, como no había más camas, ponían colchones en el suelo y estaban los viejitos ahí. Un país ¿no puede comprar una cama? Eso indica otra cosa, ¿no? Pero son material de descarte. Sábanas sucias, con todo tipo de suciedad, sin servilletas, y los viejitos comían ahí, se limpiaban la boca con la sábana. Eso lo vi  yo, no me lo contó nadie. Son material de descarte, pero eso se nos mete dentro y acá caigo en lo de los jóvenes.
Hoy día, como molesta a este sistema económico mundial la cantidad de jóvenes que hay que darles fuente de trabajo, … el porcentaje alto de desocupación de los jóvenes. Estamos teniendo una generación de jóvenes que no tienen la experiencia de la dignidad. No que no comen, porque les dan de comer los abuelos, o la parroquia, o la sociedad de fomento, o el ejército de salvación, o el club del barrio. El pan lo comen, pero no la dignidad de ganarse el pan y llevarlo a casa. Hoy día los jóvenes entran en esta gama de material de descarte.
Entonces, dentro de la cultura del descarte, miramos a los jóvenes que nos necesitan más que nunca, no sólo por esa utopía que tienen –porque el joven que está sin trabajo tiene anestesiada la utopía o está a punto de perderla–. No sólo por eso, sino por la urgencia de transmitir la fe a una juventud que hoy día es material de descarte también. Y dentro de este item de material de descarte, el avance de la droga sobre la juventud. No es solamente un problema de vicio. Las adicciones son muchas. Como todo cambio de época se dan fenómenos raros entre los cuales está la proliferación de adicciones, la ludopatía ha llegado a niveles sumamente altos, pero la droga es el instrumento de muerte de los jóvenes. Hay todo un armamento mundial de droga que está destruyendo esta generación de jóvenes que está destinada al descarte.
Esto es lo que se me ocurrió decir y compartir. Primero, como estructura educativa transmitir contenidos, hábitos y valoraciones. Segundo, la utopía del joven relacionarla y armonizarla con la memoria y el discernimiento. Tercero, la cultura del descarte como uno de los fenómenos más graves que está sufriendo nuestra juventud, sobre todo por el uso que de esa juventud puede hacer, y está haciendo la droga para destruir. Estamos descartando nuestros jóvenes. El futuro, ¿cuál es? Una obligación. La traditio fidei es también, traditio spei y la tenemos que dar.
La pregunta final que quisiera dejarles es: cuando la utopía cae en el desencanto, ¿cuál es nuestro aporte? La utopía de un joven entusiasta, hoy día está resbalando hacia el desencanto. Jóvenes desencantados a los cuales hay que darles fe y esperanza.
Les agradezco de todo corazón el trabajo de ustedes, de estos días, para salir al frente de esta emergencia educativa y sigan adelante… Necesitamos ayudarnos en esto. Las conclusiones de ustedes y todo lo que podamos hacer. Muchas gracias.

Homilía del Papa en el Miércoles de Ceniza

ROMA, 05 de marzo de 2014

«Rasgad los corazones y no las vestiduras» 

Con estas penetrantes palabras del profeta Joel, la liturgia nos introduce en la Cuaresma, indicando en la conversión del corazón la característica de este tiempo de gracia. El llamamiento profético constituye un desafío para todos nosotros, ninguno excluido, y nos recuerda que la conversión no se reduce a formas exteriores o a propósitos vagos, sino que implica y transforma toda la existencia a partir del centro de la persona, de la conciencia. Estamos invitados a emprender un camino en el cual, desafiando la rutina, nos esforzamos en abrir los ojos y los oídos, pero sobre todo el corazón, para ir más allá de nuestro pequeño huerto.
Abrirse a Dios y a los hermanos. Sabemos que en un mundo cada vez más artificial, nos hace vivir en una cultura del "hacer", del "útil", donde sin darnos cuentas excluimos a Dios de nuestro horizonte. Y excluímos el horizonte mismo.
La Cuaresma nos llama a "despertarnos", a recordarnos que somos criaturas, simplemente que no somos Dios. Cuando yo miro el pequeño ambiente cotidiano y veo una lucha de poder por espacios pienso: esta gente juega a Dios creador, y aún no se han dado cuenta que no son Dios.
Y también hacia los otros arriesgamos cerrarnos, olvidarlos. Pero solo cuando las dificultades y los sufrimientos de nuestros hermanos nos interpelan, solamente entonces podemos iniciar nuestro camino de conversión hacia la Pascua.
Es un itinerario que incluye la cruz y la renuncia. El Evangelio de hoy indica los elementos de este camino espiritual: la oración, el ayuno y la limosna. Los tres implican la necesidad de no dejarse dominar de las cosas que aparecen: lo que cuenta no es la apariencia; el valor de la vida no depende de la aprobación de los otros o del éxito, sino de lo que tenemos dentro.
El primer elemento es la oración. La oración es la fuerza del cristiano y de cada persona creyente. En la debilidad y en la fragilidad de nuestra vida, podemos dirigirnos a Dios con confianza de hijos y entrar en comunión con Él.
Delante de tantas heridas que nos hacen mal y que nos podrían endurecer el corazón, estamos llamados a zambullirnos en el mar de la oración, que es el mar del amor sin límites de Dios, para disfrutar de su ternura.
La Cuaresma es tiempo de oración, de una oración más intensa, más asidua, más capaz de hacerse cargo de las necesidades de los hermanos, de interceder delante de Dios por tantas situaciones de pobreza y de sufrimiento.
El segundo elemento calificador del camino cuaresmal es el ayuno. Debemos estar atentos para no practicar un ayuno formal, o que en verdad nos "sacia" porque nos hace sentir bien. El ayuno tiene sentido si verdaderamente afecta a nuestra seguridad, y también si se consigue un beneficio para los otros, si nos ayuda a cultivar el estilo del Buen Samaritano, que se arrodilla ante su hermano en dificultad y se encarga de él. El ayuno implica la elección de una vida sobria, que no desecha, que no "descarta". Ayunar nos ayuda a entrenar el corazón en la esencialidad y el compartir. Es un signo de toma de conciencia y de responsabilidad frente a las injusticias, a los acosos, especialmente en lo relacionado con los pobres y los pequeños, y es signo de la confianza que ponemos en Dios y en su providencia.
El tercer elemento es la limosna: ésta indica la gratuidad, porque en la limosna se da a alguien del que no se espera recibir nada a cambio. La gratuidad debería ser una de las características del cristiano, que consciente de haber recibido todo de Dios gratuitamente, es decir sin ningún mérito, aprende a donar a los otros gratuitamente.
Hoy a menudo la gratuidad no forma parte de la vida cotidiana, donde todo se vende y se compra. Todo es calculado y medido. La limosna nos ayuda a vivir la gratuidad del don, que es libertad de la obsesión de posesión, del miedo a perder lo que se tiene, de la tristeza de quien no quiere compartir con los otros el propio bienestar.
Con sus invitaciones a la conversión, la Cuaresma viene providencialmente a despertarnos, a sacudirnos del letargo, del riesgo de ir adelante por inercia. La exhortación que el Señor nos dirige por medio del profeta Joel es fuerte y clara: "Volved a mí con todo el corazón".
¿Por qué debemos volver a Dios? ¡Porque algo no va bien en nosotros, no va bien en la sociedad, en la Iglesia y necesitamos cambiar, dar un cambio, y esto se llama tener necesidad de convertirnos! Una vez más la Cuaresma viene a dirigir su llamada profética, para recordarnos que es posible realizar algo nuevo en nosotros mismos y en torno a nosotros, sencillamente porque Dios es fiel, Él es siempre fiel porque no puede renegar de sí mismo, y porque es fiel continúa a ser rico en bondad y misericordia, y está siempre preparado para perdonar y comenzar de nuevo. ¡Con esta confianza filial, pongámonos en camino!

 (Zenit.org)

Formación de la conciencia

Jornada de Saberes que Iluminam a Missão: Formação da consciência:           Abaixo encontra-se o link de acesso para a visualização do material produzido por Ir. Alessandra Silva de Assis. Ela realizou su...

miércoles, 19 de febrero de 2014

LIBERTAD DE SAN JOSÉ

La libertad en la caridad de San José

San José es un hombre libre por excelencia. ¿En qué consiste la libertad, el don más apreciado por el hombre? Pues la libertad auténtica y verdadera, porque se abusa mucho de este término y se da como libertad lo que no es más que puro libertinaje, consiste en una dependencia intrínseca de nuestra voluntad de la voluntad de Dios Padre del cielo. La raíz y fundamento de nuestra libertad es la voluntad del Padre y la expresión de la misma la obediencia y sometimiento amoroso a esa voluntad.

Y, como quiera que Dios es Amor la libertad verdadera se da en la vivencia de la caridad y del amor. Libre es que ama. Qué razón tenía san Pablo cuando afirma que la libertad a la que Cristo nos llama consiste en servirse unos a otros por caridad (Gal 5,13).

Cristo es el hombre libre por antonomasia, hasta tal punto que no sólo tiene libertad sino que es la Libertad, como el es el Camino, la Verdad y la Vida, porque en todo obra sometido por amor a la voluntad de su Padre, porque no tiene más manjar que hacer la voluntad de su Padre (Jn 4,34), ni tiene otras palabras y obras que las de su Padre (Jn 14,10) –yo y el Padre somos uno- (Jn 20,30). Por eso es totalmente libre. Y esa libertad la ha demostrado viviendo totalmente por amor y desde el amor. ¿Qué es la vida de Cristo sino un continuo ejercicio de amor? Jesús, La Libertad, no ha estado atado ni a nadie ni a nada, solamente le ha movido el verdadero amor. Todo lo hace por amor en la verdad: por eso pasó la vida haciendo siempre el bien a todos sin excepción, amando. Si traspasa el descanso del sábado, y tantas veces, lo hace por amor, por caridad. Jesucristo es Amor y por que es amor es Libertad.

Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad (2Cor 3,17). Y es que el Espíritu Santo es Amor, es el Amor esencial del Padre y del Hijo y es el que derrama amor en los corazones de los cristianos, haciéndoles hijos de Dios (Rom 5,5). Cuando obramos desde el Espíritu somos libres porque amamos, actuamos desde el amor.

San José es el hombre libre, el más libre porque está más plenamente poseído por el Espíritu Santo después de Jesús y María, pero muy cercano a esta porque tenía una alma semejantísima a ella, como dice San Bernardo. Consiguientemente el más colmado de amor. San José está lleno del Espíritu Santo. Y, por consiguiente, limpio de pecado, como María, su esposa, Y el pecado es la verdadera falta de libertad, la auténtica esclavitud, como dice Jesús: Todo el que comete pecado es un esclavo (Jn 8,14).Por eso es el hombre más libre, porque, guiado por este Espíritu, obra y hace siempre la voluntad del Padre del cielo. Mirémosle. Apenas recibe en sueños el mensaje del ángel del Señor: José, no temas recibir a María tu mujer en tu casa, al despertarse la recibió con gran alegría de su corazón porque la amaba entrañablemente. Cuando va a Belén a empadronarse conforme a la orden del Emperador de Roma lo hace por amor a Dios Padre cuya voluntad ve en el mandato del Amo de Roma. Lo hace libremente. Cuando va a Egipto como emigrante lo hace por obedecer a la orden del cielo, en sueños, por medio de un ángel: José, levántate, toma a tu mujer y a su hijo y huye a tierra de Egipto Y José se levantó rápidamente y, sin aguardar a que amaneciera, de noche se puso en camino con María y con el niño Jesús. (Mt 2,13-14). Y lo mismo hace cuando el Señor le manda volver de Egipto, porque había muerto el que perseguía al Niño, entrando así en la tierra de Israel y estableciéndose en Nazaret. San José siempre obra por amor, libremente.

Y su vida en su casa de Nazaret en la convivencia familiar encantadora con María y Jesús es una vida en libertad, en servicio a ellos por amor. La vida familiar de Nazaret de la Trinidad de la tierra es el culmen de una vida en libertad, porque lo es en amor, porque lo es en presencia y actuación total del Espíritu Santo en los Tres. Vivir en libertad es servirse unos a otros por caridad, por amor (Gal 5,13). ¿No era esa la vida familiar de Nazaret? José es el servidor desde el Espíritu Santo, desde el amor de Jesús y María. Toda su vida fue puro servicio por caridad a su hijo y a su madre, que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús que no den gracias a San José por lo bien que les ayudó en ellos (V 6,8), por lo bien que les sirvió por amor.

P. Román Llamas

 Del  blogg "ASOCIACIÓN BLOGUEROS CON EL PAPA"

viernes, 14 de febrero de 2014

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA CUARESMA 2014


Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cfr. 2 Cor 8, 9)
Queridos hermanos y hermanas:
Con ocasión de la Cuaresma os propongo algunas reflexiones, a fin de que os sirvan para el camino personal y comunitario de conversión. Comienzo recordando las palabras de san Pablo: «Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza» (2 Cor 8, 9).El Apóstol se dirige a los cristianos de Corinto para alentarlos a ser generosos y ayudar a los fieles de Jerusalén que pasan necesidad. ¿Qué nos dicen, a los cristianos de hoy, estas palabras de san Pablo? ¿Qué nos dice hoy, a nosotros, la invitación a la pobreza, a una vida pobre en sentido evangélico?
La gracia de Cristo
Ante todo, nos dicen cuál es el estilo de Dios. Dios no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la pobreza: «Siendo rico, se hizo pobre por vosotros…». Cristo, el Hijo eterno de Dios, igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre; descendió en medio de nosotros, se acercó a cada uno de nosotros; se desnudó, se “vació”, para ser en todo semejante a nosotros (cfr. Flp2, 7; Heb 4, 15). ¡Qué gran misterio la encarnación de Dios! La razón de todo esto es el amor divino, un amor que es gracia, generosidad, deseo de proximidad, y que no duda en darse y sacrificarse por las criaturas a las que ama. La caridad, el amor es compartir en todo la suerte del amado. El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros y las distancias. Y Dios hizo esto con nosotros.
Jesús, en efecto, «trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past.Gaudium et spes, 22).
La finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino —dice san Pablo— «...para enriqueceros con su pobreza». No se trata de un juego de palabras ni de una expresión para causar sensación. Al contrario, es una síntesis de la lógica de Dios, la lógica del amor, la lógica de la Encarnación y la Cruz. Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo alto, como la limosna de quien da parte de lo que para él es superfluo con aparente piedad filantrópica. ¡El amor de Cristo no es esto! Cuando Jesús entra en las aguas del Jordán y se hace bautizar por Juan el Bautista, no lo hace porque necesita penitencia, conversión; lo hace para estar en medio de la gente, necesitada de perdón, entre nosotros, pecadores, y cargar con el peso de nuestros pecados. Este es el camino que ha elegido para consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria. Nos sorprende que el Apóstol diga que fuimos liberados no por medio de la riqueza de Cristo, sino por medio de su pobreza. Y, sin embargo, san Pablo conoce bien la «riqueza insondable de Cristo» (Ef 3, 8),«heredero de todo» (Heb 1, 2).
¿Qué es, pues, esta pobreza con la que Jesús nos libera y nos enriquece? Es precisamente su modo de amarnos, de estar cerca de nosotros, como el buen samaritano que se acerca a ese hombre que todos habían abandonado medio muerto al borde del camino (cfr. Lc 10, 25ss). Lo que nos da verdadera libertad, verdadera salvación y verdadera felicidad es su amor lleno de compasión, de ternura, que quiere compartir con nosotros. La pobreza de Cristo que nos enriquece consiste en el hecho que se hizo carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la misericordia infinita de Dios. La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de Jesús es su confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en todo momento, buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria. Es rico como lo es un niño que se siente amado por sus padres y los ama, sin dudar ni un instante de su amor y su ternura. La riqueza de Jesús radica en el hecho de ser el Hijo, su relación única con el Padre es la prerrogativa soberana de este Mesías pobre. Cuando Jesús nos invita a tomar su “yugo llevadero”, nos invita a enriquecernos con esta “rica pobreza” y “pobre riqueza” suyas, a compartir con Él su espíritu filial y fraterno, a convertirnos en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primogénito (cfr Rom 8, 29).
Se ha dicho que la única verdadera tristeza es no ser santos (L. Bloy); podríamos decir también que hay una única verdadera miseria: no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo.
Nuestro testimonio
Podríamos pensar que este “camino” de la pobreza fue el de Jesús, mientras que nosotros, que venimos después de Él, podemos salvar el mundo con los medios humanos adecuados. No es así. En toda época y en todo lugar, Dios sigue salvando a los hombres y salvando el mundo mediante la pobreza de Cristo, el cual se hace pobre en los Sacramentos, en la Palabra y en su Iglesia, que es un pueblo de pobres. La riqueza de Dios no puede pasar a través de nuestra riqueza, sino siempre y solamente a través de nuestra pobreza, personal y comunitaria, animada por el Espíritu de Cristo.
A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza. Podemos distinguir tres tipos de miseria: la miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual. Lamiseria material es la que habitualmente llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna de la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural. Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su servicio, su diakonia, para responder a las necesidades y curar estas heridas que desfiguran el rostro de la humanidad. En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a Cristo.Nuestros esfuerzos se orientan asimismo a encontrar el modo de que cesen en el mundo las violaciones de la dignidad humana, las discriminaciones y los abusos, que, en tantos casos, son el origen de la miseria. Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa de las riquezas. Por tanto, es necesario que las conciencias se conviertan a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir.
No es menos preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en esclavos del vicio y del pecado. ¡Cuántas familias viven angustiadas porque alguno de sus miembros —a menudo joven— tiene dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía! ¡Cuántas personas han perdido el sentido de la vida, están privadas de perspectivas para el futuro y han perdido la esperanza! Y cuántas personas se ven obligadas a vivir esta miseria por condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo cual les priva de la dignidad que da llevar el pan a casa, por falta de igualdad respecto de los derechos a la educación y la salud. En estos casos la miseria moral bien podría llamarse casi suicidio incipiente. Esta forma de miseria, que también es causa de ruina económica, siempre va unida a lamiseria espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor. Si consideramos que no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un camino de fracaso. Dios es el único que verdaderamente salva y libera.
El Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual: en cada ambiente el cristiano está llamado a llevar el anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para la comunión y para la vida eterna. ¡El Señor nos invita a anunciar con gozo este mensaje de misericordia y de esperanza! Es hermoso experimentar la alegría de extender esta buena nueva, de compartir el tesoro que se nos ha confiado, para consolar los corazones afligidos y dar esperanza a tantos hermanos y hermanas sumidos en el vacío. Se trata de seguir e imitar a Jesús, que fue en busca de los pobres y los pecadores como el pastor con la oveja perdida, y lo hizo lleno de amor. Unidos a Él, podemos abrir con valentía nuevos caminos de evangelización y promoción humana.
Queridos hermanos y hermanas, que este tiempo de Cuaresma encuentre a toda la Iglesia dispuesta y solícita a la hora de testimoniar a cuantos viven en la miseria material, moral y espiritual el mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, listo para abrazar en Cristo a cada persona. Podremos hacerlo en la medida en que nos conformemos a Cristo, que se hizo pobre y nos enriqueció con su pobreza. La Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sería válido un despojo sin esta dimensión penitencial. Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele.
Que el Espíritu Santo, gracias al cual «[somos] como pobres, pero que enriquecen a muchos; como necesitados, pero poseyéndolo todo» (2 Cor 6, 10), sostenga nuestros propósitos y fortalezca en nosotros la atención y la responsabilidad ante la miseria humana, para que seamos misericordiosos y agentes de misericordia. Con este deseo, aseguro mi oración por todos los creyentes. Que cada comunidad eclesial recorra provechosamente el camino cuaresmal. Os pido que recéis por mí. Que el Señor os bendiga y la Virgen os guarde.
Vaticano, 26 de diciembre de 2013
Fiesta de San Esteban, diácono y protomártir
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