domingo, 18 de diciembre de 2011

¡El Corazón Inmaculado de María es la salvación de nuestro siglo!

Entrevista al padre Cesare Cuomo, franciscano del santuario de Fátima
ZENIT

Un vínculo muy fuerte une la historia de Rusia con los mensajes que la Virgen María dejó a la humanidad en sus apariciones de Fátima. El 13 de julio de 1929, la Virgen pidió a Rusia que se convirtiera, consagrándose a su Corazón Inmaculado, para impedir que se difundieran sus “ramas venenosas” a todo el mundo. No sucedió así, de hecho es simbólico que pocos meses después estallara la Revolución de Octubre.

Ahora que en Rusia se observa un renacimiento de la fe cristiana, y que los ortodoxos están cada vez más cerca de Benedicto XVI, es necesario releer estos mensajes de Fátima y comprender el poder de la intercesión de María.

En este contexto actual y, con ocasión de la fiesta de la Inmaculada Concepción, ZENIT ha entrevistado al padre Cesare Cuomo, franciscano de la Familia del Corazón Inmaculado de María, colaborador en el Santuario de Fátima.

¿Por qué la Virgen habló concretamente de Rusia en sus apariciones?

--Padre Cesare: Porque Rusia fue el núcleo de donde partió la ideología materialista atea que quería quitar a Dios de la vida de los hombres, de la sociedad y del todo, a través de un duro programa de conquista. La Virgen misma dijo: “De Rusia partirán venenos hacia todo el mundo y las naciones serán destruidas”. Lamentablemente, estos males se difundieron más allá del Imperio Soviético.

¿Cuál es el resultado de todo esto?

--Padre Cesare: Por desgracia, pagamos las consecuencias de esto incluso en nuestros días, porque la sociedad se ha embebido de un cierto tipo de mentalidad.

Ha quedado un gran agujero donde se recoge el material tóxico que ha sido cubierto gracias a la Consagración en 1952, obra del papa Pío XII. Si se abriera podría provocar grandes daños, como en el pasado.

¿Por tanto no habría solución?

--Padre Cesare: Al contrario, la Virgen nos ha dejado el remedio: su Corazón Inmaculado. A través de la verdadera devoción a este, que no quiere decir sólo el rezo de ciertas oraciones, sino el ponerse verdaderamente al servicio de María, podemos bloquear e ir eliminando poco a poco todo el veneno sembrado. A veces me gusta pensar que ha habido una gran ola de maldad, pero que al mismo tiempo el Cielo no se ha quedado estático, nos ha dejado el Corazón de María para detener todo esto. El acto de consagración que Juan Pablo II realizó en 2000, cuando confió el Tercer Milenio al Corazón Inmaculado de María, confirmó que este es el apoyo de la humanidad y el ancla de salvación para este siglo.

¿Qué quiere decir “Consagración al Corazón Inmaculado”?

--Padre Cesare: Es una llamada a la consagración bautismal, además de una ayuda para vivirla más profundamente bajo la guía de la Virgen, nuestra madre, que el Señor nos ha dado como apoyo particular para acercarnos a Jesús. El cristiano debe entrar en el “radio de acción” de esta madre tan buena, tan santa, si quiere conformarse verdaderamente a Jesús, incluso, sería un poco antinatural no hacerlo...

¿Si se le preguntase por los motivos de la devoción mariana qué contestaría?

--Padre Cesare: Antes que nada, lo que el Corazón Inmaculado de María representa. El corazón, como símbolo de amor, que en María es un amor verdaderamente auténtico, no el amor como se entiende en el mundo.

Hoy en la sociedad, de hecho, se habla de amor asociándolo al placer, a la sexualidad, a la satisfacción de uno mismo. El amor verdadero, sin embargo, es aquel del que la Virgen es modelo: el don generoso de uno mismo, desinteresado, gratuito, que hable del amor que debemos dar a Dios. Dios, de hecho, nos ama así y la criatura debe responder lo más posible a este amor pleno que recibe de su Creador.

¿En que modo la Virgen participa en este “intercambio” de amor entre el Creador y la criatura?

--Padre Cesare: La Virgen cumple plenamente lo que debería darse en todos los hombres: una total respuesta de amor a Dios que tiene como consecuencia el amor al prójimo.

Sustancialmente, el Corazón Inmaculado de María da una posibilidad más grande de recibir la caridad, el verdadero amor, para después darlo a los demás. Llegamos así al concepto de Inmaculado, es decir sin mancha, que significa una totalidad de donación, una fuente pura a la que acudir, útil para vivir bien nuestra vida, nuestra relación con Dios y con el prójimo. En este sentido, la misma Virgen ha pedido que se rece el Rosario por la paz en el mundo.

¿Cuál es la conexión entre decir 50 veces el Ave María y la paz en el mundo?

--Padre Cesare: La Virgen, a través del Rosario, te cambia el corazón: te hace penetrar mejor en los misterios de la vida de Jesús, no sólo con el pensamiento, sino también llevándote poco a poco a ver estos misterios con su mismo corazón. El Rosario da, además, la capacidad de ver donde está el verdadero bien y el mal, de darse cuenta de donde está la mentira, el engaño; ¡en un cierto sentido es una protección! Además yo creo que, a menudo, después de haber recitado el Rosario siento espontáneamente un deseo eucarístico, de estar en comunión con Jesús. La Virgen, por tanto, a través del Rosario y de todas las demás prácticas conectadas con este, continúa generando espiritualmente a Jesucristo en la vida de los fieles.

Por Salvatore Cernuzio

sábado, 17 de diciembre de 2011

Educar a los jóvenes en la justicia y la paz



Mensaje de su santidad Benedicto XVI para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz

1 enero 2012

CIUDAD DEL VATICANO, viernes 16 diciembre 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos a los lectores el texto íntegro del mensaje de Benedicto XVI con motivo de la próxima Jornada Mundial de la Paz que la Iglesia celebra el 1 de enero de 2012.

*****

1. EL COMIENZO DE UN AÑO NUEVO, don de Dios a la humanidad, es una invitación a desear a todos, con mucha confianza y afecto, que este tiempo que tenemos por delante esté marcado por la justicia y la paz.

¿Con qué actitud debemos mirar el nuevo año? En el salmo 130 encontramos una imagen muy bella. El salmista dice que el hombre de fe aguarda al Señor «más que el centinela la aurora» (v. 6), lo aguarda con una sólida esperanza, porque sabe que traerá luz, misericordia, salvación. Esta espera nace de la experiencia del pueblo elegido, el cual reconoce que Dios lo ha educado para mirar el mundo en su verdad y a no dejarse abatir por las tribulaciones.

Os invito a abrir el año 2012 con dicha actitud de confianza. Es verdad que en el año que termina ha aumentado el sentimiento de frustración por la crisis que agobia a la sociedad, al mundo del trabajo y la economía; una crisis cuyas raíces son sobre todo culturales y antropológicas. Parece como si un manto de oscuridad hubiera descendido sobre nuestro tiempo y no dejara ver con claridad la luz del día.

En esta oscuridad, sin embargo, el corazón del hombre no cesa de esperar la aurora de la que habla el salmista. Se percibe de manera especialmente viva y visible en los jóvenes, y por esa razón me dirijo a ellos teniendo en cuenta la aportación que pueden y deben ofrecer a la sociedad. Así pues, quisiera presentar el Mensaje para la XLV Jornada Mundial de la Paz en una perspectiva educativa: «Educar a los jóvenes en la justicia y la paz», convencidos de que ellos, con su entusiasmo y su impulso hacia los ideales, pueden ofrecer al mundo una nueva esperanza.

Mi mensaje se dirige también a los padres, las familias y a todos los estamentos educativos y formativos,así como a los responsables en los distintosámbitos de la vida religiosa, social, política, económica, cultural y de la comunicación. Prestar atención al mundo juvenil, saber escucharlo y valorarlo, no es sólo una oportunidad, sino un deber primario de toda la sociedad, para la construcción de un futuro de justicia y de paz.

Se ha de transmitir a los jóvenes el aprecio por el valor positivo de la vida, suscitando en ellos el deseo de gastarla al servicio del bien. Éste es un deber en el que todos estamos comprometidos en primera persona.

Las preocupaciones manifestadas en estos últimos tiempos por muchos jóvenes en diversas regiones del mundo expresan el deseo de mirar con fundada esperanza el futuro. En la actualidad, muchos son los aspectos que les preocupan: el deseo de recibir una formación que les prepare con más profundidad a afrontar la realidad, la difi cultad de formar una familia y encontrar un puesto estable de trabajo, la capacidad efectiva de contribuir al mundo de la política, de la cultura y de la economía, para edificar una sociedad con un rostro más humano y solidario.

Es importante que estos fermentos, y el impulso idealista que contienen, encuentren la justa atención en todos los sectores de la sociedad. La Iglesia mira a los jóvenes con esperanza, confía en ellos y les anima a buscar la verdad, a defender el bien común, a tener una perspectiva abierta sobre el mundo y ojos capaces de ver «cosas nuevas» (Is 42,9; 48,6).

Los responsables de la educación

2. La educación es la aventura más fascinante y difícil de la vida. Educar –que viene de educere en latín– significa conducir fuera de sí mismos para introducirles en la realidad, hacia una plenitud que hacer crecer a la persona. Ese proceso se nutre del encuentro de dos libertades, la del adulto y la del joven.

Requiere la responsabilidad del discípulo, que ha de estar abierto a dejarse guiar al conocimiento de la realidad, y la del educador, que debe de estar dispuesto a darse a sí mismo. Por eso, los testigos auténticos, y no simples dispensadores de reglas o informaciones, son más necesarios que nunca; testigos que sepan ver más lejos que los demás, porque su vida abarca espacios más amplios. El testigo es el primero en vivir el camino que propone.

¿Cuáles son los lugares donde madura una verdadera educación en la paz y en la justicia? Ante todo la familia, puesto que los padres son los primeros educadores. La familia es la célula originaria de la sociedad. «En la familia es donde los hijos aprenden los valores humanos y cristianos que permiten una convivencia constructiva y pacífica. En la familia esdonde se aprende la solidaridad entre las generaciones, el respeto de las reglas, el perdón y la acogida del otro».1 Ella es la primera escuela donde se recibe educación para la justicia y la paz.

Vivimos en un mundo en el que la familia, y también la misma vida, se ven constantemente amenazadas y, a veces, destrozadas. Unas condiciones de trabajo a menudo poco conciliables con las responsabilidades familiares, la preocupación por el futuro, los ritmos de vida frenéticos, la emigración en busca de un sustento adecuado, cuando no de la simple supervivencia, acaban por hacer difícil la posibilidad de asegurar a los hijos uno de los bienes más preciosos: la presencia de los padres; una presencia que les permita cada vez más compartir el camino con ellos, para poder transmitirles esa experiencia y cúmulo de certezas que se adquieren con los años, y que sólo se pueden comunicar pasando juntos eltiempo. Deseo decir a los padres que no se desanimen. Que exhorten con el ejemplo de su vida a los hijos a que pongan la esperanza ante todo en Dios, el único del que mana justicia y paz auténtica.

Quisiera dirigirme también a los responsables de las instituciones dedicadas a la educación: que vigilen con gran sentido de responsabilidad para que se respete y valore en toda circunstancia la dignidad de cada persona. Que se preocupen de que cada joven pueda descubrir la propia vocación, acompañándolo mientras hace fructificar los dones que el Señor le ha concedido. Que aseguren a las familias que sus hijos puedan tener un camino formativo que se contradiga con su conciencia y principios religiosos.

Que todo ambiente educativo sea un lugar de apertura al otro y a lo transcendente; lugar de diálogo, de cohesión y de escucha, en el que el joven se sienta valorado en sus propias potencialidades y riqueza interior, y aprenda a apreciar a los hermanos. Que enseñe a gustar la alegría que brota de vivir día a día la caridad y la compasión por el prójimo, y de participar activamente en la construcción de una sociedad más humana y fraterna.

Me dirijo también a los responsables políticos, pidiéndoles que ayuden concretamente a las familias e instituciones educativas a ejercer su derecho-deber de educar. Nunca debe faltar una ayuda adecuada a la maternidad y a la paternidad. Que se esfuercen para que a nadie se le niegue el derecho a la instrucción y las familias puedan elegir libremente las estructuras educativas que consideren más idóneas para el bien de sus hijos. Que trabajen para favorecer el reagrupamiento de las familias divididas por la necesidad de encontrar medios de subsistencia. Ofrezcan a los jóvenes una imagen límpida de la política, como verdadero servicio al bien de todos.

No puedo dejar de hacer un llamamiento, además, al mundo de los medios, para que den su aportación educativa. En la sociedad actual, los medios de comunicación de masas tienen un papel particular: no sólo informan, sino que también forman el espíritu de sus destinatarios y, por tanto, pueden dar una aportación notable a la educación de los jóvenes. Es importante tener presente que los lazos entre educación y comunicación son muy estrechos: en efecto, la educación se produce mediante la comunicación, que influye positiva o negativamente en la formación de la persona.

También los jóvenes han de tener el valor de vivir ante todo ellos mismos lo que piden a quienes están en su entorno. Les corresponde una gran responsabilidad: que tengan la fuerza de usar bien y conscientemente la libertad. También ellos son responsables de la propia educación y formación en la justicia y la paz.

Educar en la verdad y en la libertad


3. San Agustín se preguntaba: «Quid enim fortius desiderat anima quam veritatem? - ¿Ama algo el alma con más ardor que la verdad?».2 El rostro humano de una sociedad depende mucho de la contribución de la educación a mantener viva esa cuestión insoslayable. En efecto, la educación persigue la formación integral de la persona, incluida la dimensión moral y espiritual del ser, con vistas a su fin último y al bien de la sociedad de la que es miembro. Por eso, para educar en la verdad es necesario saber sobre todo quién es la persona humana, conocer su naturaleza.


Contemplando la realidad que lo rodea, el salmista reflexiona: «Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado. ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para que de él te cuides?» (Sal 8,4-5). Ésta es la cuestión fundamental que hay que plantearse: ¿Quién es el hombre? El hombre es un ser que alberga en su corazón una sed de infinito, una sed de verdad –no parcial, sino capaz de explicar el sentido de la vida– porque ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Así pues, reconocer con gratitud la vida como un don inestimable lleva a descubrir la propia dignidad profunda y la inviolabilidad de toda persona. Por eso, la primera educación consiste en aprender a reconocer en el hombre la imagen del Creador y, por consiguiente, a tener un profundo respeto por cada ser humano y ayudar a los otros a llevar una vida conforme a esta altísima dignidad.


Nunca podemos olvidar que «el auténtico desarrollo del hombre se refiere a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones»,3 incluida la trascendente, y que no se puede sacrificar a la persona para obtener un bien particular, ya sea económico o social, individual o colectivo. Sólo en la relación con Dios comprende también el hombre el significado de la propia libertad. Y es cometido de la educación el formar en la auténtica libertad. Ésta no es la ausencia de vínculos o el dominio del libre albedrío, no es el absolutismo del yo.


El hombre que cree ser absoluto, no depender de nada ni de nadie, que puede hacer todo lo que se le antoja, termina por contradecir la verdad del propio ser, perdiendo su libertad. Por el contrario, el hombre es un ser relacional, que vive en relación con los otros y, sobre todo, con Dios. La auténtica libertad nunca se puede alcanzar alejándose de Él.


La libertad es un valor precioso, pero delicado; se la puede entender y usar mal. «En la actualidad, un obstáculo particularmente insidioso para la obra educativa es la masiva presencia, en nuestra sociedad y cultura, del relativismo que, al no reconocer nada como definitivo, deja como última medida sólo el propio yo con sus caprichos; y, bajo la apariencia de la libertad, se transforma para cada uno en una prisión, porque separa al uno del otro, dejando a cada uno encerrado dentro de su propio “yo”. Por consiguiente, dentro de ese horizonte relativista no es posible una auténtica educación, pues sin la luz de la verdad, antes o después, toda persona queda condenada a dudar de la bondad de su misma vida y de las relaciones que la constituyen, de la validez de su esfuerzo por construir con los demás algo en común».4


Para ejercer su libertad, el hombre debe superar por tanto el horizonte del relativismo y conocer la verdad sobre sí mismo y sobre el bien y el mal. En lo más íntimo de la conciencia el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz lo llama a amar, a hacer el bien y huir del mal, a asumir la responsabilidad del bien que ha hecho y del mal que ha cometido.5 Por eso, el ejercicio de la libertad está íntimamente relacionado con la ley moral natural, que tiene un carácter universal, expresa la dignidad de toda persona, sienta la base de sus derechos y deberes fundamentales, y, por tanto, en último análisis, de la convivencia justa y pacífica entre las personas.


El uso recto de la libertad es, pues, central en la promoción de la justicia y la paz, que requieren el respeto hacia uno mismo y hacia el otro, aunque se distancie de la propia forma de ser y vivir. De esa actitud brotan los elementos sin los cuales la paz y la justicia se quedan en palabras sin contenido: la confianza recíproca, la capacidad de entablar un diálogo constructivo, la posibilidad del perdón, que tantas veces se quisiera obtener pero que cuesta conceder, la caridad recíproca, la compasión hacia los más débiles, así como la disponibilidad para el sacrificio.

Educar en la justicia

4. En nuestro mundo, en el que el valor de la persona, de su dignidad y de sus derechos, más allá de las declaraciones de intenciones, está seriamente amenazado por la extendida tendencia a recurrir exclusivamente a los criterios de utilidad, del beneficio y del tener, es importante no separar el concepto de justicia de sus raíces transcendentes. La justicia, en efecto, no es una simple convención humana, ya que lo que es justo no está determinado originariamente por la ley positiva, sino por la identidad profunda del ser humano. La visión integral del hombre es lo que permite no caer en una concepción contractualista de la justicia y abrir también para ella el horizonte de la solidaridad y del amor.6

No podemos ignorar que ciertas corrientes de la cultura moderna, sostenida por principios económicos racionalistas e individualistas, han sustraído al concepto de justicia sus raíces transcendentes, separándolo de la caridad y la solidaridad: «La “ciudad del hombre” no se promueve sólo con relaciones de derechos y deberes sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión. La caridad manifiesta siempre el amor de Dios también en las relaciones humanas, otorgando valor teologal y salvífico a todo compromiso por la justicia en el mundo».7 «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados» (Mt 5,6). Serán saciados porque tienen hambre y sed de relaciones rectas con Dios, consigo mismos, con sus hermanos y hermanas, y con toda la creación.

Educar en la paz

5. «La paz no es sólo ausencia de guerra y no se limita a asegurar el equilibrio de fuerzas adversas. La paz no puede alcanzarse en la tierra sin la salvaguardia de los bienes de las personas, la libre comunicación entre los seres humanos, el respeto de la dignidad de las personas y de los pueblos, la práctica asidua de la fraternidad».8 La paz es fruto de la justicia y efecto de la caridad. Y es ante todo don de Dios. Los cristianos creemos que Cristo es nuestra verdadera paz: en Él, en su cruz, Dios ha reconciliado consigo al mundo y ha destruido las barreras que nos separaban a unos de otros (cf. Ef 2,14-18); en Él, hay una única familia reconciliada en el amor.

Pero la paz no es sólo un don que se recibe, sino también una obra que se ha de construir. Para ser verdaderamente constructores de la paz, debemos ser educados en la compasión, la solidaridad, la colaboración, la fraternidad; hemos de ser activos dentro de las comunidades y atentos a despertar las consciencias sobre las cuestiones nacionales e internacionales, así como sobre la importancia de buscar modos adecuados de redistribución de la riqueza, de promoción del crecimiento, de la cooperación al desarrollo y de la resolución de los conflictos.

«Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). La paz para todos nace de la justicia de cada uno y ninguno puede eludir este compromiso esencial de promover la justicia, según las propias competencias y responsabilidades. Invito de modo particular a los jóvenes, que mantienen siempre viva la tensión hacia los ideales, a tener la paciencia y constancia de buscar la justicia y la paz, de cultivar el gusto por lo que es justo y verdadero, aun cuando esto pueda comportar sacrificio e ir contracorriente.

Levantar los ojos a Dios

6. Ante el difícil desafío que supone recorrer la vía de la justicia y de la paz, podemos sentirnos tentados de preguntarnos como el salmista: «Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio?» (Sal 121,1). Deseo decir con fuerza a todos, y particularmente a los jóvenes: «No son las ideologías las que salvan el mundo, sino sólo dirigir la mirada al Dios viviente, que es nuestro creador, el garante de nuestra libertad, el garante de lo que es realmente bueno y auténtico [...], mirar a Dios, que es la medida de lo que es justo y, al mismo tiempo, es el amor eterno. Y ¿qué puede salvarnos sino el amor?».9 El amor se complace en la verdad, es la fuerza que nos hace capaces de comprometernos con la verdad, la justicia, la paz, porque todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (cf. 1 Co 13,1-13).

Queridos jóvenes, vosotros sois un don precioso para la sociedad. No os dejéis vencer por el desánimo ante a las dificultades y no os entreguéis a las falsas soluciones, que con frecuencia se presentan como el camino más fácil para superar los problemas. No tengáis miedo de comprometeros, de hacer frente al esfuerzo y al sacrificio, de elegir los caminos que requieren fidelidad y constancia, humildad y dedicación. Vivid con confianza vuestra juventud y esos profundos deseos de felicidad, verdad, belleza y amor verdadero que experimentáis. Vivid con intensidad esta etapa de vuestra vida tan rica y llena de entusiasmo.

Sed conscientes de que vosotros sois un ejemplo y estímulo para los adultos, y lo seréis cuanto más os esforcéis por superar las injusticias y la corrupción, cuanto más deseéis un futuro mejor y os comprometáis en construirlo. Sed conscientes de vuestras capacidades y nunca os encerréis en vosotros mismos, sino sabed trabajar por un futuro más luminoso para todos. Nunca estáis solos. La Iglesia confía en vosotros, os sigue, os anima y desea ofreceros lo que tiene de más valor: la posibilidad de levantar los ojos hacia Dios, de encontrar a Jesucristo, Aquel que es la justicia y la paz.

A todos vosotros, hombres y mujeres preocupados por la causa de la paz. La paz no es un bien ya logrado, sino una meta a la que todos debemos aspirar. Miremos con mayor esperanza al futuro, animémonos mutuamente en nuestro camino, trabajemos para dar a nuestro mundo un rostro más humano y fraterno y sintámonos unidos en la responsabilidad respecto a las jóvenes generaciones de hoy y del mañana, particularmente en educarlas a ser pacíficas y artífices de paz. Consciente de todo ello, os envío estas reflexiones y os dirijo un llamamiento: unamos nuestras fuerzas espirituales, morales y materiales para «educar a los jóvenes en la justicia y la paz».

Vaticano, 8 de diciembre de 2011

--
Notas
1 Discurso a los Administradores de la Región del Lacio, del Ayuntamiento
y de la Provincia de Roma, (14 enero 2011), L’Osservatore Romano,
ed. en lengua española (23 enero 2011)
2 Comentario al Evangelio de S. Juan, 26,5.
3 Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 11: AAS 101 (2009),
648; cf. PABLO VI, Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 14:
AAS 59 (1967), 264.
4 Discurso en la ceremonia de apertura de la Asamblea eclesial de la
diócesis de Roma (6 junio 2005): AAS 97 (2005), 816.
5 Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. past. Gaudium et spes, 16.
6 Cf. Discurso en el Bundestag (Berlín, 22 septiembre 2011): L’Osservatore
Romano, ed. en lengua española (25 septiembre 2011), 6-7.
7 Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 6: AAS 101 (2009),
644-645.
8 Catecismo de la Iglesia Católica, 2304.
9 Vigilia de oración con los jóvenes (Colonia, 20 agosto 2005): AAS 97

martes, 29 de noviembre de 2011

LA CONSPIRACIÓN DE ADVIENTO

Jóvenes católicos montan la conspiración de Adviento


Invitan a redescubrir la Navidad en el mundo hispano

MADRID La Conspiración de Adviento es una campaña de invitación a un despertar en el mundo hispano, montada por los jóvenes de Acción Católica de Madrid, España, abierta a los movimientos católicos y cristianos en general de todo el mundo que deseen reinvindicar la tradición de la vivencia cristiana de la Navidad y sus símbolos, últimamente escondidos o neutralizados con iniciativas que pretenden borrar el sentido evangélico de dicha tradición.

El lema es Redescubre la Navidad. Para ello han puesto a disposición unos vídeos y unos recursos en internet, con los que se puede seguir día a día el desarrollo de la “conspiración”, participar en la misma, y prepararse para la Navidad “redescubriendo” su sentido, explica a ZENIT Arturo Encinas, uno de los impulsores.

Su inspiración fue una iniciativa estadounidense que logró un millón de visitas y la han traducido al ámbito de habla y tradición hispana, “la hemos hispanizado”, explica Encinas.

El estilo trata de ser “rompedor” y al mismo tiempo facilitar la participación colgando en el blog “pequeñas cositas”, explica, tomadas de escritores cristianos como el desaparecido sacerdote escritor y periodista Martín Descalzo y otros. Entre los jóvenes de Acción Católica de Madrid, algunos sacerdotes animan y orientan.

Este domingo, primero de Adviento, “se destapó una Conspiración de Adviento que pretende redescubrir la Navidad”, dice la nota de los organizadores, jóvenes entusiastas y con sentido del humor, que han colgado el video promocional de la campaña con la intervención de un rey Melchor muy peculiar.

“La Conspiración de Adviento: Redescubre la Navidad no busca ningún tipo de beneficio económico. Tampoco se ha gastado un céntimo en desarrollar el proyecto. Pretendemos redescubrir el sentido de la Navidad y el significado de los regalos en estas fiestas”, dicen los jóvenes de Acción Católica.

Este domingo empezó el Adviento, el periodo que inicia el año litúrgico y comprende las cuatro semanas anteriores al día de Navidad. Tiempo de preparación y espera, la Conspiración de Adviento: redescubre la Navidad quiere ser un revulsivo cristiano al intento de comercializar y banalizar lo que celebran los cristianos, introduciendo cada vez más, por parte de las administraciones y directivos de centros educativos y otros, costumbres no cristianas o decoraciones neutras, y en ocasiones de bastante mal gusto, para no ofender a ningún laicista agresivo. Ahora la Navidad ya no se llama así en muchos centros e instituciones sino “fiestas invernales”.

“El sentido primigenio de la Navidad –dicen los jóvenes de Acción católica- se ha ido diluyendo gradualmente en la vida social durante las últimas décadas, convirtiéndose en una fiesta vacía de su fundamento original, pero repleta de consumo, fiestas, esporádicos encuentros familiares y muchos regalos. No sabemos qué celebramos”.

“Por eso lanzamos la conspiración de Adviento, para redescubrir la Navidad. Y fijamos nuestra atención especialmente en un detalle de dicha fiesta: los regalos. Queremos mostrar el sentido verdadero que tiene el regalo en el contexto de la Navidad. Mediante la creatividad, el humor, las nuevas tecnologías y la implicación de gente anónima pretendemos hacerlo posible”, concluyen.

El primer impacto de la conspiración de Adviento consiste en un vídeo indie (http://bit.ly/vtCkPa) en el que el un renovado rey Melchor propone redescubrir la Navidad de una forma original. El video, y otros materiales, se encuentran en http://redescubrelanavidad.blogspot.com/, un blog donde diariamente se podrá seguir el avance y los detalles de la conspiración de Adviento.

Para más detalles: ttp://redescubrelanavidad.blogspot.com/comunicacionrlanavidad@gmail.com.

También se puede seguir en: Twitter: @RdscubreNavidad #Redescubrelanavidad.

Facebook: Redescubre la Navidad http://on.fb.me/to1dy3.

Por Nieves San Martín
ZENIT

jueves, 24 de noviembre de 2011

Prepara tu Corona de Adviento para mañana

Prepara tu Corona de Adviento para mañana


La corona o guirnalda de Adviento es el primer anuncio de Navidad. ¿Qué significa? ¿Cómo encender las velas?
La corona o guirnalda de Adviento es el primer anuncio de Navidad. Es un círculo de follaje verde, la forma simboliza la eternidad y el color la esperanza y la vida...

Dios se hace presente en la vida de cada ser humano y de cualquier manera le hace sentir su amor y deseo de salvarle.

La palabra ADVIENTO es de origen latín y quiere decir VENIDA. Es el tiempo en que los cristianos nos preparamos para la venida de Jesucristo. El tiempo de adviento abarca cuatro semanas antes de Navidad.

Actualmente hay inquietud por reavivar una costumbre muy significativa y de gran ayuda para vivir este tiempo: La corona o guirnalda de Adviento es el primer anuncio de Navidad.

La corona es un círculo de follaje verde, la forma simboliza la eternidad y el color la esperanza y la vida. Va enrollada con un listón rojo, símbolo del amor de Dios que nos envuelve y también de nuestro amor que espera con ansiedad el nacimiento del Hijo de Dios. En el centro de círculo se colocan las cuatro velas (pueden ser tres moradas y una rosa o bien todas blancas) para encenderse una cada domingo de Adviento. La luz de la vela simboliza nuestra fe.

El conjunto se sitúa cerca del altar o del ambón de la Palabra, si es en la Iglesia, o en un lugar adecuado si se utiliza en un ambiente familiar o escolar.

En Navidad se puede añadir una quinta vela blanca, hasta el final del tiempo de Navidad y si se quiere se puede situar la imagen del Niño en relación con la corona: se tiene que ver que la Navidad es más importante que la espera del Adviento.

La corona, que procede del Norte (países escandinavos, Alemania), tiene raíces simbólicas universales: la luz como salvación, el verde como vida, forma redonda como eternidad. Simbolismos que se vieron muy coherentes con el misterio de la Navidad cristiana y que pasaron fácilmente a los países del sur.
Se ha convertido rápidamente en un simpático elemento complementario de pedagogía cristiana para expresar la espera de Cristo Jesús como Luz y Vida, junto a otros ciertamente más importantes, como son las lecturas bíblicas, los textos de oración y el repertorio de cantos.
PROPONEMOS ESTE ESQUEMA SENCILLO PARA ORAR AL ENCENDER LA VELA DE ADVIENTO
Primer domingo
LLAMADA A LA VIGILANCIA

ENTRADA.
Se entona algún canto.

Saludo.

Guía: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Acto de Contrición.

Guía: Reconozcamos ante Dios que somos pecadores.

Todos: Yo confieso ante Dios todopoderoso...
LITURGIA DE LA PALABRA. Lectura del santo evangelio según san Marcos 13,33: “Estén preparados y vigilando, ya que nos saben cual será el momento”. Palabra del Señor. (Breve pausa para meditar)

Reflexión.
Guía: Vigilar significa estar atentos, salir al encuentro del Señor, que quiere entrar, este año más que el pasado, en nuestra existencia, para darle sentido total y salvarnos.
ENCENDIDO DE LA VELA. Oración.
Guía: Encendemos, Señor, esta luz, como aquel que enciende su lámpara para salir, en la noche, al encuentro del amigo que ya viene. En esta primer semana de Adviento queremos levantarnos para esperarte preparados, para recibirte con alegría. Muchas sombras nos envuelven. Muchos halagos nos adormecen.
Queremos estar despiertos y vigilantes, porque tú traes la luz más clara, la paz más profunda y la alegría más verdadera. ¡Ven, Señor Jesús!. ¡Ven, Señor Jesús!
PADRE NUESTRO

Guia: Unidos en una sola voz digamos: Padre Nuestro...

CONCLUSION
Guía: Ven, Señor, haz resplandecer tu rostro sobre nosotros.

Todos: Y seremos salvos. Amén.
SEGUNDO DOMINGO
ENTRADA. Se entona algún canto. Guía: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Acto de Contrición.

Guía: Reconozcamos ante Dios que somos pecadores.

Todos: Yo confieso ante Dios todopoderoso...
LITURGIA DE LA PALABRA.

Lectura de la II carta de San Pedro 3,13-14: ”Nosotros esperamos según la promesa de Dios cielos nuevos y tierra nueva, un mundo en que reinará la justicia. Por eso, queridos hermanos, durante esta espera, esfuércense para que Dios los halle sin mancha ni culpa, viviendo en paz". Palabra de Dios.

Breve pausa para meditar
Reflexión

Guía: ¿Qué va a cambiar en mí, en nosotros en este Adviento? ¿ Se notará que creemos de veras en Cristo?
ENCENDIDO DE LA VELA. Oración.
Guía: Los profetas mantenían encendida la esperanza de Israel. Nosotros, como un símbolo, encendemos estas dos velas. El viejo tronco está rebrotando se estremece porque Dios se ha sembrado en nuestra carne...
Que cada uno de nosotros, Señor, te abra su vida para que brotes, para que florezcas, para que nazcas y mantengas en nuestro corazón encendida la esperanza. ¡Ven pronto, Señor! ¡Ven, Salvador!
PADRE NUESTRO.

Guía: Unidos en una sola voz digamos: Padre nuestro...
CONCLUSION.

Guía: Ven, Señor, haz resplandecer tu rostro sobre nosotros.

Todos: Y seremos salvados. Amén.
TERCER DOMINGO
ENTRADA.

Se entona algún canto. Saludo.

Guía: En el nombre del Padre y del Hijo Y del Espíritu Santo. Acto de Contrición.

Guía: Reconozcamos ante Dios que somos pecadores.

Todos: Yo confieso ante Dios todopoderoso...
LITURGIA DE LA PALABRA.

Lectura de la Primera carta a los Tesalonicenses 5,23: ”Que el propio Dios de la paz los santifique, llevándolos a la perfección. Guárdense enteramente, sin mancha, en todo su espíritu, su alma y su cuerpo, hasta la venida de Cristo Jesús, nuestro Señor”. Palabra de Dios.

Breve pausa para meditar. Reflexión.
Guía: Los hombres de hoy no verán en persona a Cristo en esta Navidad. Pero sí verán a la Iglesia, nos verán a nosotros. ¿Habrá más luz, más amor, más esperanza reflejada en nuestra vida para que puedan creer en El?
ENCENDIDO DE LA VELA. Oración.
Guía: En las tinieblas se encendió una luz, en el desierto clamó una voz. Se anuncia la buena noticia: ¡El Señor va a llegar! ¡Preparen sus caminos, porque ya se acerca! Adornen su alma como una novia se engalana el día de su boda. ¡Ya llega el mensajero!. Juan Bautista no es la luz, sino el que nos anuncia la luz.
Cuando encendemos estas tres velas cada uno de nosotros quiere ser antorcha tuya para que brilles, llama para que calientes. ¡Ven, Señor, a salvarnos, envuélvenos en tu luz, caliéntanos en tu amor!
PADRE NUESTRO.

Guía: Unidos en una sola voz digamos: Padre nuestro...
CONCLUSION.

Guía: Ven, Señor, haz resplandecer tu rostro sobre nosotros.

Todos: Y seremos salvados. Amén
CUARTO DOMINGO
Todos hacen la señal de la cruz.

Guía: "Nuestro auxilio es en el nombre del Señor"

Todos: "Que hizo el cielo y la tierra"
Liturgia de la Palabra:
Primera lectura: Rm 13,13-14 "Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas y borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Vestios del Señor Jesucristo". "Palabra de Dios"

Todos: "Te alabamos Señor".
Segunda lectura: 2 Tes. 1,6-7 "Es justo a los ojos de Dios pagar con alivio a vosotros, los afligidos, y a nosotros, cuando el Señor Jesús se revele, viniendo del cielo acompañado de sus poderosos ángeles, entre las aclamaciones de sus pueblo santo y la admiración de todos los creyentes." -"Palabra de Dios"

Todos: "Te alabamos Señor".

Guía: "Ven, Señor, y no tardes.

Todos: "Perdona los pecados de tu pueblo".
SE ENCIENDEN LAS CUATRO VELAS

Guía: "Bendigamos al Señor"

Todos hacen la señal de la cruz mientras dicen: "Demos gracias a Dios".
Humildad y gloria

El Nacimiento de Jesús
Guía: Lectura del Evangelio según San Lucas (2:6-7)

"Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron

los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito,

le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento."

"Palabra de Dios"

Todos: "Te alabamos Señor".
MEDITACION
La Virgen y San José, con su fe, esperanza y caridad salen victoriosos en la prueba. No hay rechazo, ni frío, ni oscuridad ni incomodidad que les pueda separar del amor de Cristo que nace. Ellos son los benditos de Dios que le reciben. Dios no encuentra lugar mejor que aquel pesebre, porque allí estaba el amor inmaculado que lo recibe.
Nos unimos a La Virgen y San José con un sincero deseo de renunciar a todo lo que impide que Jesús nazca en nuestro corazón.
Tiempo de silencio / Tiempo de intercesión

Padre Nuestro / Ave María.
ORACIÓN FINAL
Derrama Señor, tu gracia sobre nosotros, que, por el anuncio del ángel, hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos por su pasión y su cruz a la gloria de la resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo.

Todos: "Amén"









sábado, 19 de noviembre de 2011

Renovar el compromiso de caminar unidos hacia la verdad

Mensaje de Benedicto XVI al Atrio de los Gentiles albano

ROMA, jueves 17 de noviembre de 2011 (ZENIT.org).- La búsqueda de la verdad es un camino que hay que recorrer unidos. Así lo afirmó Benedicto XVI, expresando palabras de ánimo y de esperanza para el encuentro del “Atrio de los Gentiles”, celebrado del 14 al 15 de noviembre en Tirana, Albania.
Benedicto XVI, cuyo lema es “Colaboradores de la verdad”, dirigió, de hecho, un mensaje a los participantes del diálogo entre los creyentes y los no creyentes, organizado en la capital albanesa bajo el patronazgo del Consejo Pontificio de la Cultura y dedicado al encuentro con el mundo “laico”.

En su mensaje, el pontífice habla de “una ocasión preciosa” de “encuentro” y de “confrontación” para “caminar juntos hacia la verdad”.
Fue el secretario de Estado vaticano, cardenal Tarcisio Bertone, quien entregó el texto del papa al cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo Pontificio de la Cultura e impulsor de la iniciativa.
El mensaje fue leído por el nuncio apostólico en Albania, arzobispo Ramiro Molinari Ingles, y fue acogido con manifestaciones de alegría.
El papa envió a todos los participantes un saludo cordial como “signo de cercanía” y de “atención”.
“Son valiosas ocasiones de diálogo, momentos de encuentro y de confrontación como el Atrio de los Gentiles, en las que renovar el compromiso de caminar unidos hacia la verdad”, prosigue el mensaje que lleva la firma del cardenal Bertone.
El "Atrio de los Gentiles", promovido por Benedicto XVI en diciembre de 2009, fue presentado en su estreno con la imagen del patio que se encontraba junto al Templo de Jerusalén al que podían acceder los no judíos, los gentiles
“Complemento al diálogo interreligioso que se ha desarrollado desde hace décadas --explicó en su presentación en 2009 el cardenal Gianfranco Ravasi, en la Sala de Prensa vaticana--, el Atrio de los Gentiles es un compromiso a largo plazo de la Iglesia".

viernes, 11 de noviembre de 2011

El malestar educativo que atravesamos



El cardenal Caffarra inauguró el Año Académico en la Lateranense

ROMA, jueves 10 de noviembre de 2011 (ZENIT.org).- La emergencia educativa y el gran valor de la educación como instrumento de libertad fueron los temas centrales del discurso del cardenal Carlo Caffarra, arzobispo de Bolonia, en la inauguración del Año Académico en la Universidad Pontificia Lateranense.

La reflexión del purpurado partió con una provocación: “¿No es mejor que la responsabilidad del educador se limite a los confines de la transmisión del saber, del saber cómo vivir y cómo convivir?”

La pretensión de limitar la educación a una fría transmisión de “simples reglas de comportamiento”, además de”formales y privadas de contenido”, es la base del “malestar educativo que estamos atravesando”, afirmó monseñor Caffarra.

El enfoque pedagógico “reduccionista” antes mencionado es también consecuencia de un “grave error antropológico”, determinado por la contraposición entre “libertad” y “pertenencia”, y al prejuicio según el cual la persona verdaderamente libre es “la persona que no pertenece a nadie”.

La libertad, prosiguió Caffarra, “no nace de la nada” sino de “la confrontación entre la propuesta de vida (que se funda sobre una visión del mundo y del hombre) hecha por el educador, y la subjetividad de la persona que se está desarrollando, que se debe educar”.


El hecho educativo, por tanto, pone al educando en la libertad de elegir y de verificar: tiene como presupuesto “la confianza en la razón”.


Si no existiese una “verdad acerca del bien de la persona” y toda propuesta de vida fuese “una opinión no compartida racionalmente”, el educador no tendría ningún derecho a proponer su propia visión del mundo y del hombre.

Caffarra prosiguió: “si partimos de la certeza de que existe una verdad acerca del bien de la persona; que existe consiguientemente un bien común entre las personas, la eventual controversia sobre las razones de convicciones también opuestas no se convierte nunca en una controversia entre rivales. Se convierte en un encuentro entre aliados en la búsqueda común de la verdad”.

¿Cuál es, por tanto, el mejor antídoto contra el mal del relativismo educativo? A este propósito el cardenal Caffarra citó un verso de Virgilio: Incipe, parve puer, risu cognoscere matrem(Virgilio, Égloga IV, 60)”.

Los versos virgilianos significan que el hombre, desde niño, lleva dentro de sí una petición de verdad (“¿Qué es lo que es?”) y una petición de bien (“lo que es ¿me es hostil o benevolente?”), la respuesta está “en el modo en el que la madre le sonríe, lo acoge”. La verdad, por tanto, está en el bien. “Un rostro indiferente, el rostro de la esfinge no hace nacer un yo libre”, observó Caffarra.

Se llega así al descubrimiento de “una dimensión dramática de la responsabilidad del educador: el educador es responsable, es custodio de la verdad del ser, y de la verdad acerca del bien de la persona”, añadió el arzobispo de Bolonia.

El educador, por tanto, es el “responsable del nacimiento de un yo, no simplemente libre, sino verdaderamente libre porque es libremente verdadero”.

La educación no puede reducirse a la mera “instrucción”, en cuanto a que al verdadero educador no le interesa que el educando “aprenda algo”, sino “que se convierta en alguien”.

Para que la educación reencuentre un perfil humano elevado es necesario el testimonio por parte del educador: esta no es una simple enseñanza que toca sólo el intelecto sino que debe afectar íntimamente a la persona.

La coherencia del ejemplo de vida es un camino obligatorio para el educador. Si este “contradice con su comportamiento lo que propone, normalmente su propuesta no tiene ningún valor”.

No se puede pretender que el educador no se equivoque nunca, sin embargo “reconocer el error es profundamente educativo”, observó el cardenal.

Otra dimensión de la responsabilidad del educador consiste en la “responsabilidad de testificar la verdad sobre el bien de la persona”, como hizo Sócrates, definido por Caffarra como “el primer gran educador en Occidente porque testificó en contra del poder por el bien de la persona hasta sufrir la muerte”.

Tres son, en definitiva, las responsabilidades del educador: “la responsabilidad del nacimiento de un yo verdaderamente libre y libremente verdadero”; “la responsabilidad de la custodia de la verdad sobre el bien de la persona”; y “la responsabilidad del testimonio de la verdad sobre el bien del hombre”.


Según Caffarra, la fuente de esta triple responsabilidad del educador reside, siguiendo a Romano Guardini, en la responsabilidad del educando, considerado en su extraordinaria unicidad. Y es sólo el amor cristiano el que permite tomar este aspecto, ya que “la educación es un asunto del corazón”, concluyó Caffarra, citando a san Juan Bosco.

martes, 8 de noviembre de 2011

Argentina: “Un turismo sólo de consumo deja a la gente vacía”


Monseñor Frassia en el Encuentro Nacional de la Pastoral del Turismo

CARLOS PAZ, viernes 24 de junio de 2011 (ZENIT.org).- En la ciudad de Carlos Paz, Córdoba, Argentina, del 15 al 17 de junio del 2011, se realizó el Encuentro Nacional de Pastoral de Turismo con el lema para este año "La familia en el Turismo".

Con la presidencia del obispo Avellaneda-Lanús, monseñor Ruben Frassia, presidente de la Comisión Episcopal de Migraciones y Turismo, participaron delegados diocesanos, agentes de pastoral del turismo y personas del turismo interesadas por el caminar de la Iglesia en esta realidad, informa a ZENIT monseñor Rubén O. Frassia.

Este año de la familia y en este contexto, la familia no sólo constituye un valor de la comunidad cristiana, sino aún más, una urgente necesidad para el bienestar del individuo y el bien de toda la sociedad.

Recuerda el obispo lo dicho por Benedicto XVI: “la familia que es ‘patrimonio de la humanidad’, constituye uno de los tesoros más importantes de los pueblos latinoamericanos. Ella ha sido y es escuela de la fe, palestra de valores humanos y cívicos, hogar en que la vida humana nace y se acoge generosa y responsablemente. La familia es insustituible para la serenidad personal y para la educación de sus hijos”.

La Misión continental de la Iglesia en Argentina tiene cuatro líneas fuerza: encuentro personal y comunitario, bíblico y sacramental con Jesucristo vivo; familia reconciliada y reconciliadora (sí a la familia, escuela de virtudes y sin violencia intrafamiliar); elevación del nivel moral nacional (sí a la ética como camino para progresar social, política y económicamente, sí a la observancia de los derechos humanos; y acentuación de la solidaridad hacia los más pobres (sí al trabajo digno, justo y estable).

Hubo saludos y bendiciones del nuncio apostólico Adriano Bernardini y del secretario del Consejo Pontificio de la Pastoral de Migrantes Joseph Kalathiparambil.

En la bienvenida, monseñor Frassia trajo el saludo de los demás obispos de la comisión episcopal, y recordó que es muy importante mantener y sostener los vínculos familiares.

Hoy, dijo, “estamos muy informados pero poco comunicados, la familia que tiene una importancia indiscutida nos da pertenencia, relación, referencia y nos integra. El turismo no puede tener una presentación híbrida o indiferente, el turismo presenta valores o contravalores. Un turismo que sólo se orienta al consumo, deja a fin de cuentas a la gente vacía”.

Desde la Pastoral de Turismo –dijo el prelado- hay que proponer “valores que sean alcanzables y realizables, con una permanente actitud de diálogo con todas las realidades dentro y fuera de la Iglesia, con lo público y lo privado donde, en ese diálogo, vamos invitando y proponiendo calidad de vida”.

El secretario ejecutivo de la Comisión Episcopal Sante Cervelín rindió un merecido homenaje a Horacio Burbridge que, durante más de veinte años, trabajó en favor de la Pastoral de Turismo en este país.

Carlos y Angela Fresz, matrimonio de Córdoba hablaron sobre “La Familia en la Argentina de Hoy”, desde la dimensión teológica y sociológica de la familia.

"Aportes para un Turismo en Familia según la visión de la Iglesia", fue presentado por Manuel Martínez OP, coordinador de la Pastoral de Turismo. Hizo una presentación del pensamiento de la Iglesia sobre el tema, especialmente se detuvo en el Magisterio de Juan Pablo II y Benedicto XVI, que nos invitan vivamente a salir de vacaciones en familia y también a compartir el tiempo de descanso como vivencia privilegiada para crecer en valores.

Silvina Estévez, de la Dirección de Calidad Turística del Ministerio de Turismo, presentó las directrices para un turismo familiar.

Marcelo Méndez OFM hizo propuestas de lugares para un turismo familiar. Recordó que “el turismo es uno de los fenómenos del mundo moderno que la Iglesia sigue con atención, especialmente en el cuidado de la familia. La Iglesia quiere servir al hombre y a la familia en aquellas realidades que son propias de la civilización actual como es el turismo. Se trata entonces de reflexionar a la luz de los criterios y de los valores evangélicos la realidad de la familia cuando hace turismo y decide su descanso, y aquellas realidades que están implicadas en los servicios a los turistas”.

Entre los lugares asequibles para un turismo familiar esta la Mariapolis Lia, que Honorio y María Rey presentaron acertadamente.

Paula Renata González y Agustín Cabezas, con un equipo de expertos, presentaron el tema “La familia al servicio de la actividad turística”, y se expuso el Programa de Desarrollo que se está implementado desde junio 2010, en el noroeste argentino, y el resultado alcanzado con un banco de proyectos. Interesantes experiencias de las comunidades receptoras dieron sustento al trabajo realizado hasta el momento.

En ese espacio también se dio a conocer la experiencia de “Carlos Keen, un pueblo que dio sus pasos en turismo desde el compromiso de la comunidad en la generación de emprendimientos gastronómicos familiares recuperando y protegiendo el patrimonio arquitectónico del lugar y su identidad”, presentada por Leonardo Ferrari.

Los asistentes compartieron ideas con jóvenes estudiantes del colegio parroquial Remedios Escala de San Martín, de Carlos Paz, que tienen la orientación en turismo. Entre otras cosas, se dijo: Se presentan dificultades para realizar el turismo en familia, por los costos, y también cuando los hijos son adolescentes, por los diversos intereses.

Al iniciar un viaje de turismo en familia es necesario información sobre lugares y servicios que satisfagan los intereses de todos, pues las vacaciones deben ser tiempo para compartir y convivir, para el diálogo, para encontrarse y fomentar vínculos.

Hay que generar ambientes adecuados para satisfacer a todos los miembros de la familia y recoger la información en un directorio.

“Invitamos a todos los agentes de la evangelización en el turismo y a todas las familias de nuestro país para que retomemos el designio de Dios y profundicemos en esta propuesta del Turismo y la familia para que desde allí, reconfiguremos el entramado de las relaciones familiares, su identidad y su misión en la Iglesia y en el mundo. Que sea a la luz de la Palabra de Dios que nos comprometamos con la institución matrimonial y familiar para que aporte lo mejor de sí a la construcción de una nueva sociedad. Si salvamos nuestras familias, estamos redimiendo nuestra sociedad en el presente y preparando convenientemente el futuro”, concluye monseñor Frassia.

EMERGENCIA EDUCATIVA

Responder al desafío de la emergencia educativa

Habla Paola Dal Toso, compiladora del magisterio pedagógico del papa

ROMA, martes 8 de noviembre de 2011 (ZENIT.org).- El papa Benedicto XVI y la tarea urgente de la educación es el título del libro de la profesora Paola Dal Toso, autora de la obra recientemente editada por la Librería Editorial Vaticana y presentado el 4 de noviembre en la Librería Internacional Pablo VI en el encuentro I Viernes de Propaganda: temas y autores.

Un argumento, la educación, va más allá de la instrucción o la escuela católica. Un tema en el que el papa piensa mucho, una verdadera emergencia a la que, en sus seis años y medio de pontificado, y dió indicaciones, invitando a asumir la responsabilidad de la educación, a acometer y a aceptar este desafío.

Si bien el papa es consciente de la dificultad de educar en la actualidad, sabe que en las personas existe una petición de la verdad, a la que la educación puede dar respuestas.

A continuación, ofrecemos la entrevista que la autora del libro Paola Dal Toso ha concedido a ZENIT.

¿Cómo nace este libro?

--Dal Toso: El libro nace de mi interés sobre el tema de la educación que Benedicto XVI tiene siempre muy presente. Comencé a reflexionar después de haberme visto implicada en la mesa interasociativa, creada en la Oficina Nacional para la educación, la escuela y la universidad de la Conferencia Episcopal Italiana (CEI), justo después de la conferencia de Verona de 2006, cuando el entonces director, monseñor Bruno Stenco, intuyó que el tema de la educación era verdaderamente importante.

¿Benedicto XVI dió alguna indicación sobre este tema?

--Dal Toso: El papa, en enero de 2008, había escrito aquella carta a la diócesis de Roma sobre el deber de la educación, por tanto mi atención nació en aquella circunstancia. Después escribí un artículo, publicado en la revista de los salesianos Orientaciones Pedagógicas, que a nivel universitario es un medio de gran valor. Comencé a darme cuenta de la importancia y la frecuencia de los llamamientos del papa sobre la educación. Por tanto empecé a recopilar por temas todo lo que él iba diciendo.

Por tanto ¿las intervenciones del papa sobre la educación han sido numerosas?

--Dal Toso: Sí. Teniendo en cuenta que no es un pedagogo, que no hay intervenciones dirigidas o específicas sobre la educación, sino que él afronta el tema en el ámbito de otras cuestiones. Es verdad que están estas cartas y varias intervenciones en la diócesis de Roma, así como a los obispos italianos, en referencia a lo que es la planificación pastoral en un plazo de diez años, pero también ha hecho otros llamamientos.

¿Se trata, por tanto, de una recopilación sobre el tema de la educación en las diversas intervenciones del actual pontífice?

--Dal Toso: He intentado sistematizar todos estos llamamientos, expresiones y profundizaciones. Las he organizado según un esquema muy sencillo, un análisis de la emergencia educativa y, por tanto, de los problemas que caracterizan a la sociedad. Me he detenido también en la figura del educador, la cuestión de la relación educativa, el educando, los otros educadores como los padres, los maestros, las instituciones. Desde el punto de vista pedagógico, nosotros los llamamos las “agencias educativas”: me refiero a la familia, la escuela, las asociaciones deportivas, la del oratorio [actividad parroquial para niños en Italia], pero también la del voluntariado.

Después he hablado de otros temas, en particular del uso de los medios de comunicación que pueden tener un valor también desde el punto de vista educativo y en todos los ámbitos. Esto supera el contexto escolar tal como se entiende tradicionalmente. Seguramente la educación no es sólo instrucción.

¿No se entiende sólo como educación de los más jóvenes?

--Dal Toso: No, en los escritos del papa está clara la exhortación a la educación dirigida no sólo a los niños, como tradicionalmente la entendemos, sino también a los adolescentes, jóvenes y adultos. Está muy claro: el papa plantea el problema de la educación de los adultos, una educación que debe continuar durante toda la vida.

¿Hay un deseo de evangelización?

--Dal Toso: Sí, especialmente cuando el papa destaca la educación como un instrumento para acompañar al descubrimiento de lo que puede ser una respuesta a la pregunta de la verdad. Benedicto XVI ve en las personas esta demanda de verdad.

¿Hay algo concreto que quiera destacar del pensamiento de Benedicto XVI sobre educación?

--Dal Toso: Creo que el papa es consciente de las dificultades de educar en la actualidad, pero invita también a ser valientes, a asumir la responsabilidad de la educación, a afrontar y aceptar este desafío de emergencia educativa y esta necesidad.

sábado, 22 de octubre de 2011

Carta Apostólica "Porta fidei"

El Papa convoca el "Año de la fe"

 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la Carta apostólica en forma de Motu proprio titulada Porta fidei del Papa Benedicto XVI con la que se convoca el Año de la fe, publicada este lunes.
***
1. «La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22). Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo –equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.
2. Desde el comienzo de mi ministerio como Sucesor de Pedro, he recordado la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo. En la homilía de la santa Misa de inicio del Pontificado decía: «La Iglesia en su conjunto, y en ella sus pastores, como Cristo han de ponerse en camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud».1 Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado.2 Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas.
3. No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5, 13-16). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14). Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6, 51). En efecto, la enseñanza de Jesús resuena todavía hoy con la misma fuerza: «Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna» (Jn 6, 27). La pregunta planteada por los que lo escuchaban es también hoy la misma para nosotros: «¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?» (Jn 6, 28). Sabemos la respuesta de Jesús: «La obra de Dios es ésta: que creáis en el que él ha enviado» (Jn 6, 29). Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación.
4. A la luz de todo esto, he decidido convocar un Año de la fe. Comenzará el 11 de octubre de 2012, en el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y terminará en la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013. En la fecha del 11 de octubre de 2012, se celebrarán también los veinte años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado por mi Predecesor, el beato Papa Juan Pablo II,3 con la intención de ilustrar a todos los fieles la fuerza y belleza de la fe. Este documento, auténtico fruto del Concilio Vaticano II, fue querido por el Sínodo Extraordinario de los Obispos de 1985 como instrumento al servicio de la catequesis,4 realizándose mediante la colaboración de todo el Episcopado de la Iglesia católica. Y precisamente he convocado la Asamblea General del Sínodo de los Obispos, en el mes de octubre de 2012, sobre el tema de La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Será una buena ocasión para introducir a todo el cuerpo eclesial en un tiempo de especial reflexión y redescubrimiento de la fe. No es la primera vez que la Iglesia está llamada a celebrar un Año de la fe. Mi venerado Predecesor, el Siervo de Dios Pablo VI, proclamó uno parecido en 1967, para conmemorar el martirio de los apóstoles Pedro y Pablo en el décimo noveno centenario de su supremo testimonio. Lo concibió como un momento solemne para que en toda la Iglesia se diese «una auténtica y sincera profesión de la misma fe»; además, quiso que ésta fuera confirmada de manera «individual y colectiva, libre y consciente, interior y exterior, humilde y franca».5 Pensaba que de esa manera toda la Iglesia podría adquirir una «exacta conciencia de su fe, para reanimarla, para purificarla, para confirmarla y para confesarla».6 Las grandes transformaciones que tuvieron lugar en aquel Año, hicieron que la necesidad de dicha celebración fuera todavía más evidente. Ésta concluyó con la Profesión de fe del Pueblo de Dios,7 para testimoniar cómo los contenidos esenciales que desde siglos constituyen el patrimonio de todos los creyentes tienen necesidad de ser confirmados, comprendidos y profundizados de manera siempre nueva, con el fin de dar un testimonio coherente en condiciones históricas distintas a las del pasado.
5. En ciertos aspectos, mi Venerado Predecesor vio ese Año como una «consecuencia y exigencia postconciliar»,8 consciente de las graves dificultades del tiempo, sobre todo con respecto a la profesión de la fe verdadera y a su recta interpretación. He pensado que iniciar el Año de la fe coincidiendo con el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II puede ser una ocasión propicia para comprender que los textos dejados en herencia por los Padres conciliares, según las palabras del beato Juan Pablo II, «no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. […] Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza».9 Yo también deseo reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: «Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia».10
6. La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó. Precisamente el Concilio, en la Constitución dogmática Lumen gentium, afirmaba: «Mientras que Cristo, "santo, inocente, sin mancha" (Hb 7, 26), no conoció el pecado (cf. 2 Co 5, 21), sino que vino solamente a expiar los pecados del pueblo (cf. Hb 2, 17), la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación. La Iglesia continúa su peregrinación "en medio de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios", anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva (cf. 1 Co 11, 26). Se siente fortalecida con la fuerza del Señor resucitado para poder superar con paciencia y amor todos los sufrimientos y dificultades, tanto interiores como exteriores, y revelar en el mundo el misterio de Cristo, aunque bajo sombras, sin embargo, con fidelidad hasta que al final se manifieste a plena luz».11
En esta perspectiva, el Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31). Para el apóstol Pablo, este Amor lleva al hombre a una nueva vida: «Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva» (Rm 6, 4). Gracias a la fe, esta vida nueva plasma toda la existencia humana en la novedad radical de la resurrección. En la medida de su disponibilidad libre, los pensamientos y los afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre se purifican y transforman lentamente, en un proceso que no termina de cumplirse totalmente en esta vida. La «fe que actúa por el amor» (Ga 5, 6) se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre (cf. Rm 12, 2; Col 3, 9-10; Ef 4, 20-29; 2 Co 5, 17).
7. «Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 28, 19). Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo. Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe. El compromiso misionero de los creyentes saca fuerza y vigor del descubrimiento cotidiano de su amor, que nunca puede faltar. La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos. Como afirma san Agustín, los creyentes «se fortalecen creyendo».12 El santo Obispo de Hipona tenía buenos motivos para expresarse de esta manera. Como sabemos, su vida fue una búsqueda continua de la belleza de la fe hasta que su corazón encontró descanso en Dios.13 Sus numerosos escritos, en los que explica la importancia de creer y la verdad de la fe, permanecen aún hoy como un patrimonio de riqueza sin igual, consintiendo todavía a tantas personas que buscan a Dios encontrar el sendero justo para acceder a la «puerta de la fe».
Así, la fe sólo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad para poseer la certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un in crescendo continuo, en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios.
8. En esta feliz conmemoración, deseo invitar a los hermanos Obispos de todo el Orbe a que se unan al Sucesor de Pedro en el tiempo de gracia espiritual que el Señor nos ofrece para rememorar el don precioso de la fe. Queremos celebrar este Año de manera digna y fecunda. Habrá que intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio como el que la humanidad está viviendo. Tendremos la oportunidad de confesar la fe en el Señor Resucitado en nuestras catedrales e iglesias de todo el mundo; en nuestras casas y con nuestras familias, para que cada uno sienta con fuerza la exigencia de conocer y transmitir mejor a las generaciones futuras la fe de siempre. En este Año, las comunidades religiosas, así como las parroquiales, y todas las realidades eclesiales antiguas y nuevas, encontrarán la manera de profesar públicamente el Credo.
9. Deseamos que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza. Será también una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía, que es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su fuerza».14 Al mismo tiempo, esperamos que el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble. Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada,15 y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año.
No por casualidad, los cristianos en los primeros siglos estaban obligados a aprender de memoria el Credo. Esto les servía como oración cotidiana para no olvidar el compromiso asumido con el bautismo. San Agustín lo recuerda con unas palabras de profundo significado, cuando en un sermón sobre la redditio symboli, la entrega del Credo, dice: «El símbolo del sacrosanto misterio que recibisteis todos a la vez y que hoy habéis recitado uno a uno, no es otra cosa que las palabras en las que se apoya sólidamente la fe de la Iglesia, nuestra madre, sobre la base inconmovible que es Cristo el Señor. […] Recibisteis y recitasteis algo que debéis retener siempre en vuestra mente y corazón y repetir en vuestro lecho; algo sobre lo que tenéis que pensar cuando estáis en la calle y que no debéis olvidar ni cuando coméis, de forma que, incluso cuando dormís corporalmente, vigiléis con el corazón».16
10. En este sentido, quisiera esbozar un camino que sea útil para comprender de manera más profunda no sólo los contenidos de la fe sino, juntamente también con eso, el acto con el que decidimos de entregarnos totalmente y con plena libertad a Dios. En efecto, existe una unidad profunda entre el acto con el que se cree y los contenidos a los que prestamos nuestro asentimiento. El apóstol Pablo nos ayuda a entrar dentro de esta realidad cuando escribe: «con el corazón se cree y con los labios se profesa» (cf. Rm 10, 10). El corazón indica que el primer acto con el que se llega a la fe es don de Dios y acción de la gracia que actúa y transforma a la persona hasta en lo más íntimo.
A este propósito, el ejemplo de Lidia es muy elocuente. Cuenta san Lucas que Pablo, mientras se encontraba en Filipos, fue un sábado a anunciar el Evangelio a algunas mujeres; entre estas estaba Lidia y el «Señor le abrió el corazón para que aceptara lo que decía Pablo» (Hch 16, 14). El sentido que encierra la expresión es importante. San Lucas enseña que el conocimiento de los contenidos que se han de creer no es suficiente si después el corazón, auténtico sagrario de la persona, no está abierto por la gracia que permite tener ojos para mirar en profundidad y comprender que lo que se ha anunciado es la Palabra de Dios.
Profesar con la boca indica, a su vez, que la fe implica un testimonio y un compromiso público. El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree. La Iglesia en el día de Pentecostés muestra con toda evidencia esta dimensión pública del creer y del anunciar a todos sin temor la propia fe. Es el don del Espíritu Santo el que capacita para la misión y fortalece nuestro testimonio, haciéndolo franco y valeroso.
La misma profesión de fe es un acto personal y al mismo tiempo comunitario. En efecto, el primer sujeto de la fe es la Iglesia. En la fe de la comunidad cristiana cada uno recibe el bautismo, signo eficaz de la entrada en el pueblo de los creyentes para alcanzar la salvación. Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica: «"Creo": Es la fe de la Iglesia profesada personalmente por cada creyente, principalmente en su bautismo. "Creemos": Es la fe de la Iglesia confesada por los obispos reunidos en Concilio o, más generalmente, por la asamblea litúrgica de los creyentes. "Creo", es también la Iglesia, nuestra Madre, que responde a Dios por su fe y que nos enseña a decir: "creo", "creemos"».17
Como se puede ver, el conocimiento de los contenidos de la fe es esencial para dar el propio asentimiento, es decir, para adherirse plenamente con la inteligencia y la voluntad a lo que propone la Iglesia. El conocimiento de la fe introduce en la totalidad del misterio salvífico revelado por Dios. El asentimiento que se presta implica por tanto que, cuando se cree, se acepta libremente todo el misterio de la fe, ya que quien garantiza su verdad es Dios mismo que se revela y da a conocer su misterio de amor.18
Por otra parte, no podemos olvidar que muchas personas en nuestro contexto cultural, aún no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo. Esta búsqueda es un auténtico «preámbulo» de la fe, porque lleva a las personas por el camino que conduce al misterio de Dios. La misma razón del hombre, en efecto, lleva inscrita la exigencia de «lo que vale y permanece siempre».19 Esta exigencia constituye una invitación permanente, inscrita indeleblemente en el corazón humano, a ponerse en camino para encontrar a Aquel que no buscaríamos si no hubiera ya venido.20 La fe nos invita y nos abre totalmente a este encuentro.
11. Para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica un subsidio precioso e indispensable. Es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II. En la Constitución apostólica Fidei depositum, firmada precisamente al cumplirse el trigésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, el beato Juan Pablo II escribía: «Este Catecismo es una contribución importantísima a la obra de renovación de la vida eclesial... Lo declaro como regla segura para la enseñanza de la fe y como instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión eclesial».21
Precisamente en este horizonte, el Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica. En efecto, en él se pone de manifiesto la riqueza de la enseñanza que la Iglesia ha recibido, custodiado y ofrecido en sus dos mil años de historia. Desde la Sagrada Escritura a los Padres de la Iglesia, de los Maestros de teología a los Santos de todos los siglos, el Catecismo ofrece una memoria permanente de los diferentes modos en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los creyentes en su vida de fe.
En su misma estructura, el Catecismo de la Iglesia Católica presenta el desarrollo de la fe hasta abordar los grandes temas de la vida cotidiana. A través de sus páginas se descubre que todo lo que se presenta no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia. A la profesión de fe, de hecho, sigue la explicación de la vida sacramental, en la que Cristo está presente y actúa, y continúa la construcción de su Iglesia. Sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos. Del mismo modo, la enseñanza del Catecismo sobre la vida moral adquiere su pleno sentido cuando se pone en relación con la fe, la liturgia y la oración.
12. Así, pues, el Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en este Año un verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural. Para ello, he invitado a la Congregación para la Doctrina de la Fe a que, de acuerdo con los Dicasterios competentes de la Santa Sede, redacte una Nota con la que se ofrezca a la Iglesia y a los creyentes algunas indicaciones para vivir este Año de la fe de la manera más eficaz y apropiada, ayudándoles a creer y evangelizar.
En efecto, la fe está sometida más que en el pasado a una serie de interrogantes que provienen de un cambio de mentalidad que, sobre todo hoy, reduce el ámbito de las certezas racionales al de los logros científicos y tecnológicos. Pero la Iglesia nunca ha tenido miedo de mostrar cómo entre la fe y la verdadera ciencia no puede haber conflicto alguno, porque ambas, aunque por caminos distintos, tienden a la verdad.22
13. A lo largo de este Año, será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado. Mientras lo primero pone de relieve la gran contribución que los hombres y las mujeres han ofrecido para el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del testimonio de su vida, lo segundo debe suscitar en cada uno un sincero y constante acto de conversión, con el fin de experimentar la misericordia del Padre que sale al encuentro de todos.
Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y completa nuestra fe» (Hb 12, 2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección. En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de salvación.
Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cf. Lc 1, 38). En la visita a Isabel entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él (cf. Lc 1, 46-55). Con gozo y temblor dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad (cf. Lc 2, 6-7). Confiada en su esposo José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes (cf. Mt 2, 13-15). Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Calvario (cf. Jn 19, 25-27). Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cf. Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14; 2, 1-4).
Por la fe, los Apóstoles dejaron todo para seguir al Maestro (cf. Mt 10, 28). Creyeron en las palabras con las que anunciaba el Reino de Dios, que está presente y se realiza en su persona (cf. Lc 11, 20). Vivieron en comunión de vida con Jesús, que los instruía con sus enseñanzas, dejándoles una nueva regla de vida por la que serían reconocidos como sus discípulos después de su muerte (cf. Jn 13, 34-35). Por la fe, fueron por el mundo entero, siguiendo el mandato de llevar el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16, 15) y, sin temor alguno, anunciaron a todos la alegría de la resurrección, de la que fueron testigos fieles.
Por la fe, los discípulos formaron la primera comunidad reunida en torno a la enseñanza de los Apóstoles, la oración y la celebración de la Eucaristía, poniendo en común todos sus bienes para atender las necesidades de los hermanos (cf. Hch 2, 42-47).
Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los había trasformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor con el perdón de sus perseguidores.
Por la fe, hombres y mujeres han consagrado su vida a Cristo, dejando todo para vivir en la sencillez evangélica la obediencia, la pobreza y la castidad, signos concretos de la espera del Señor que no tarda en llegar. Por la fe, muchos cristianos han promovido acciones en favor de la justicia, para hacer concreta la palabra del Señor, que ha venido a proclamar la liberación de los oprimidos y un año de gracia para todos (cf. Lc 4, 18-19).
Por la fe, hombres y mujeres de toda edad, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida (cf. Ap 7, 9; 13, 8), han confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir al Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio de su ser cristianos: en la familia, la profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios que se les confiaban.
También nosotros vivimos por la fe: para el reconocimiento vivo del Señor Jesús, presente en nuestras vidas y en la historia.
14. El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad. San Pablo nos recuerda: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad» (1 Co 13, 13). Con palabras aún más fuertes —que siempre atañen a los cristianos—, el apóstol Santiago dice: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de vosotros les dice: "Id en paz, abrigaos y saciaos", pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no se tienen obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: "Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe"» (St 2, 14-18).
La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. En efecto, muchos cristianos dedican sus vidas con amor a quien está solo, marginado o excluido, como el primero a quien hay que atender y el más importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado. «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40): estas palabras suyas son una advertencia que no se ha de olvidar, y una invitación perenne a devolver ese amor con el que él cuida de nosotros. Es la fe la que nos permite reconocer a Cristo, y es su mismo amor el que impulsa a socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo en el camino de la vida. Sostenidos por la fe, miramos con esperanza a nuestro compromiso en el mundo, aguardando «unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia» (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1).
15. Llegados sus últimos días, el apóstol Pablo pidió al discípulo Timoteo que «buscara la fe» (cf. 2 Tm 2, 22) con la misma constancia de cuando era niño (cf. 2 Tm 3, 15). Escuchemos esta invitación como dirigida a cada uno de nosotros, para que nadie se vuelva perezoso en la fe. Ella es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros. Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin.
«Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Ts 3, 1): que este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero. Las palabras del apóstol Pedro proyectan un último rayo de luz sobre la fe: «Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe; la salvación de vuestras almas» (1 P 1, 6-9). La vida de los cristianos conoce la experiencia de la alegría y el sufrimiento. Cuántos santos han experimentado la soledad. Cuántos creyentes son probados también en nuestros días por el silencio de Dios, mientras quisieran escuchar su voz consoladora. Las pruebas de la vida, a la vez que permiten comprender el misterio de la Cruz y participar en los sufrimientos de Cristo (cf. Col 1, 24), son preludio de la alegría y la esperanza a la que conduce la fe: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12, 10). Nosotros creemos con firme certeza que el Señor Jesús ha vencido el mal y la muerte. Con esta segura confianza nos encomendamos a él: presente entre nosotros, vence el poder del maligno (cf. Lc 11, 20), y la Iglesia, comunidad visible de su misericordia, permanece en él como signo de la reconciliación definitiva con el Padre.
Confiemos a la Madre de Dios, proclamada «bienaventurada porque ha creído» (Lc 1, 45), este tiempo de gracia.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 11 de octubre del año 2011, séptimo de mi Pontificado.
BENEDICTUS PP. XVI

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1 Homilía en la Misa de inicio de Pontificado (24 abril 2005): AAS 97 (2005), 710.
2 Cf. Benedicto XVI, Homilía en la Misa en Terreiro do Paço, Lisboa (11 mayo 2010), en L’Osservatore Romano ed. en Leng. española (16 mayo 2010), pag. 8-9.
3 Cf. Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992): AAS 86 (1994), 113-118.
4 Cf. Relación final del Sínodo Extraordinario de los Obispos (7 diciembre 1985), II, B, a, 4, en L’Osservatore Romano ed. en Leng. española (22 diciembre 1985), pag. 12.
5 Pablo VI, Exhort. ap. Petrum et Paulum Apostolos, en el XIX centenario del martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo (22 febrero 1967): AAS 59 (1967), 196.
6 Ibíd., 198.
7 Pablo VI, Solemne profesión de fe, Homilía para la concelebración en el XIX centenario del martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo, en la conclusión del "Año de la fe" (30 junio 1968): AAS 60 (1968), 433-445.
8 Id., Audiencia General (14 junio 1967): Insegnamenti V (1967), 801.
9 Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 57: AAS 93 (2001), 308.
10 Discurso a la Curia Romana (22 diciembre 2005): AAS 98 (2006), 52.
11 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 8.
12 De utilitate credendi, 1, 2.
13 Cf. Agustín de Hipona, Confesiones, I, 1.
14 Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 10
15 Cf. Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992): AAS 86 (1994), 116.
16 Sermo 215, 1.
17 Catecismo de la Iglesia Católica, 167.
18 Cf. Conc. Ecum. Vat. I, Const. dogm. Dei Filius, sobre la fe católica, cap. III: DS 3008-3009; Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 5
19 Discurso en el Collège des Bernardins, París (12 septiembre 2008): AAS 100 (2008), 722.
20 Cf. Agustín de Hipona, Confesiones, XIII, 1.
21 Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992):AAS 86 (1994), 115 y 117.
22 Cf. Id., Carta enc. Fides et ratio (14 septiembre 1998) 34.106: AAS 91 (1999), 31-32. 86-87.