domingo, 30 de septiembre de 2012

La mujer hecha y derecha

La mujer hecha y derecha


Si “la mujer no nace, se hace”..., ¿cuál es la clave del éxito de la mujer “hecha y derecha”?

“La última vez que vi a Cristina era una niña de doce años. ¿Cómo es ahora?” Han pasado unos diez, doce, quince años. ¿De qué palabras puedes echar mano para describir a la joven sumamente responsable en casa y en la carrera, cariñosa pero con cabeza, segura de sí misma y volcada hacia los demás? “Es una mujer hecha y derecha.” Bastan estas pocas palabras para delinear de un golpe la imagen de la mujer ideal, simpática, equilibrada.

“La mujer no nace, se hace,” afirmaba Simone de Beauvoir. Tiene algo de verdad. La mujer de 25 u 80 años no tiene mucho que ver con la criatura que era en la cuna. ¿Pero cuál era su noción de una mujer “hecha” y...“derecha”? Una mujer que decide serlo con, sin, o a pesar de sus dotes naturales femeninas. Una mujer que decide cómo va a construir su vida, sin tener en cuenta a los que la rodean, y sin tener que rendir cuentas a nadie. Una mujer que determina sus propios ideales y principios, y ve como perfectamente lícito el tenerse a sí misma como fin.

Sin embargo, es una trayectoria con un desenlace de tragedia de mayor o menor grado: una mujer menos que derecha si no completamente deshecha. De hecho, la misma autora describe el fracaso de su vida en su libro “La mujer rota” (1969). En muchos casos así no es por falta de metas claras: una figura de modelo, un salario monumental, la sensación embriagadora de ser para muchos hombres el premio buscado e inalcanzable. Tampoco carecen de la voluntad (o el amor propio) para perseguirlas a precio de sacrificios físicos y vacíos afectivos, día tras día, año tras año. ¿Entonces, por qué hay mujeres que al hacer un balance de sus anhelos y sus conquistas, se encuentran insatisfechas?

Si quieres subir una escalera para alcanzar un objeto, vale la pena asegurar que los pies estén bien puestos, y que el otro extremo se apoye contra el muro correcto. Es lo mismo en la empresa de “hacer” a la mujer: en primer lugar, es esencial asegurar el punto de partida.

La mujer acabada no nace, es cierto. Pero sí nace la niñita, ese ser humano con sus limitaciones y su rico potencial irrepetible. También es innegablemente femenina. Cada célula de su cuerpo dice que “es mujer”. La constitución física, afectiva, y cognitiva de esta persona lleva el sello de la feminidad aunque sea muy difícil delimitar de manera generalizada las cualidades exclusivas de “la mujer”.

Esa niña crece, aparece la adolescente... nace la mujer. A medida que avanza la vida, va aprendiendo, se descubre. Se ensanchan sus horizontes acerca de su mundo interior y del mundo en su entorno. Se encuentra capaz de salir al encuentro del otro. Al decidir anteponer a su comodidad las necesidades de los demás, ella misma da un paso adelante.

Es más, precisamente en esta tendencia descubrimos el segundo requisito para desarrollar un carácter recto y atractivo. Una vez (o cada vez más) aceptada su naturaleza, tiene que apuntar todas sus potencias hacia ideales que la trascienden. Por ejemplo, es la que concibe como su misión comunicar la verdad a través de una carrera periodística. O la que se siente llamada a educar y formar a niños y jóvenes, sean sus hijos o sus alumnos. También es la estudiante leal que nunca tacha a sus amistades con chismes mezquinas.

La mujer hecha y derecha es la que aprende a ponderar y responder a las alegrías y las tragedias propias y de la vida ajena. Es la mujer de palabra y acción constructivas cuando en el fuero interior hierven emociones de frustración o angustia. Es la que siempre sabe acoger con una sonrisa, a pesar de sentir ese “no sé qué me pasa”, o la que no hace tanto caso a sus propias lágrimas para atender al más dolido aunque no sepa qué decirle. Es la que no se desanima cuando encuentra que aún no es la mujer que quiere ser.

La mujer plenamente hecha tiene que construirse derecha, fuerte, entregada. Sobre todo, para hacerse, tiene que hacerse para algo y alguien más. Esa es la mujer que necesita el mundo de hoy.



Ser Mujer… privilegio y responsabilidad

“Te doy gracias mujer por el hecho mismo de ser mujer. Con la “intuición” propia de tu feminidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas”
Karol Wojtyla

Hay una famosa anécdota que cuenta de un rey que siendo niño quiso cambiar el mundo y no pudo; de joven quiso cambiar su Patria y no pudo; de adulto quiso cambiar a su familia y tampoco pudo; ya de anciano decidió cambiar él mismo, y lo hizo con éxito, y su cambio impactó en su familia, en su Patria y en el mundo.

Las mujeres estamos hoy enfrentando un mundo diferente, un mundo en el cual las oportunidades, la igualdad, los derechos, se han ido obteniendo gracias a una concientización cultural e ideológica que ha sido encabezada por muchas mujeres, y también por varios hombres.

Sin embargo hoy la mujer sigue quejándose de un trato diferenciado, de menos oportunidades, de menor retribución económica. La mujer sigue sintiendo que la responsabilidad del hogar es exclusivamente suya y que no se le reconocen sus esfuerzos ni sus logros… Es común escuchar “mi marido me trata mal”, “mis hijos me usan”, “mi jefe me falta al respeto”, “mis opiniones no cuentan”…

Lo grave de esto, es que algunas de esas mujeres, pareciera que disfrutan el papel de “mártires” pues siguen educando a sus hijos bajo los mismos parámetros de discriminación hacia la mujer (¡es hombre!), y ellas mismas siguen sin entender quienes son, ni qué cualidades tienen, ni cómo pueden manifestar y vivir su feminidad en plenitud, ni los diferentes roles que deben y pueden asumir en el mundo moderno.

Esta es una cultura en la cual el simple hecho de ser mujer conlleva limitaciones, una imagen inferior, un parámetro degradado, pero sobre todo una actitud de “no valgo lo que él vale”.

Tanto el hombre como la mujer son personas humanas

Es por ello fundamental regresar a la base:

1. Tanto el hombre como la mujer son personas humanas.

2. Como personas humanas, el hombre y la mujer, tienen los mismos derechos y obligaciones.

3. Como persona humana la mujer tiene ciertas cualidades, formas de ser, características psicológicas, intelectuales y físicas “femeninas”, que le hacen aportar de manera diferente y complementaria al hombre, en diversos y muy variados aspectos de la vida. Solo la mujer es capaz de Amar como Ama, solo la mujer da su vida literal y figurativamente por aquellos a quienes ama, solo la mujer se dona integral y desinteresadamente con la única recompensa de ver al ser amado feliz, pleno, lleno de Amor y de paz.



Cuando la mujer se hace conciente de esos tres aspectos, debe actuar en consecuencia, debe comenzar a cambiar ella misma el concepto, la forma y el fondo de asumir, vivir y enfrentar su propia feminidad, reflejando esto en su relación con todas las personas y en todos los aspectos de su vida, para vivirlos todos integralmente y en plenitud:

1. Su relación consigo misma y con su propio fin: “Soy mujer con la meta de vivir mi feminidad en plenitud preparándome en todos los aspectos de mi persona, asumiendo mis deberes y mis derechos responsable y libremente con todo el Amor que sea capaz para ser feliz en lo temporal y lo trascendente”

2. Su relación familiar: “Soy hija, esposa y madre, para Amar, para dar, para servir, para complementar, para impregnar a mi familia con mis cualidades íntimamente femeninas que los ayudarán, los formarán como personas íntegras y les darán el calor insustituible de un hogar”

3. Su relación de amiga: “Soy amiga para Amar, escuchar, aconsejar, servir y estar con mi totalidad femenina, apoyando para contribuir al bien ser y bien estar de mis amigos”

4. Su relación profesional: ”Soy profesionista para aportar intelectualmente con mi modo femenino de ser, todo aquello que humanice, vaya a lo concreto a la persona y contribuya a la consecución de resultados en mi ambiente laboral”

5. Su relación social: “Soy ciudadana activa que fomenta, vive e impulsa la responsabilidad femenina que debe reflejarse en políticas públicas que respeten la dignidad y la justicia para hombres y mujeres en todos los ámbitos de la vida, logrando así una sociedad plenamente humana”.

Puede afirmarse que el principal don de la mujer, es “Dar vida” en el sentido más amplio y a la vez más explícito del concepto, cuando en el hogar, el trabajo, la sociedad falta la mujer, la vida se ve en tonos grises… esa charolita de galletas que le puso un toque a la junta, esa idea profundamente humanista que le dio un giro a una estrategia, esa sonrisa que rompió el hielo en una negociación difícil, esa sensibilidad que evitó un mal negocio, ese apretón de manos que le dio luz al alma atribulada, ese abrazo que aminoró los fracasos escolares, ese embarazo que trae una nueva vida, ese regaño cariñoso que dio impulso al derrotado, esa ternura que animó al triste… ¿concibes el mundo sin todo esto?

Transformate a tí misma,la familia y el mundo

Ya basta de quejarnos y echar la culpa a “los hombres” de lo que somos y de lo que vivimos. Comencemos por nosotras mismas conociendo, asumiendo y viviendo nuestra feminidad con legítimo orgullo. Esta actitud, forma de ser y de vivir, irá transformando paulatina pero inequívoca y constantemente, la actitud de nuestra familia, nuestro México y el mundo entero ante la mujer. Ya hay un buen trecho caminado, ahora nos toca a nosotras aterrizarlo en nuestras propias vidas. Está en nuestras manos.

Urge la participación de la mujer en todos los ámbitos de la vida, en casa formando las grandes personas del futuro, en la sociedad aportando su feminidad y su genio, en la política humanizando y trascendiendo. Urges tu como mujer, urge que tu asumas tu feminidad en plenitud. ¿Cuándo comenzarás a influir con tu feminidad que trasciende?



La mujer como don

Es común a varón y mujer la necesidad de un amor verdadero

Es conocida la enseñanza de Juan Pablo II en Mulieris dignitatem señalando que a la mujer se le confía el hombre, el ser humano, para cuidarlo. Esto queda más claro cuando se estudia el rol del varón. Todos debemos servirnos mutuamente, pero -a la vez- no siempre del mismo modo. En la cultura materialista está desprestigiada la abnegación, la donación oculta, pero no deja de ser significativo el vacío de la fama social, y lo poco íntimo que calan sus prestaciones al reducir los valores a consideraciones superficiales.

Es común a varón y mujer la necesidad de un amor verdadero. Juan Pablo II lo expresa así: "El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa de él vivamente" (RH 10). La falta de amor verdadero conduce al desengaño, aunque las manifestaciones puedan dar a entender lo contrario. El amor condicionado es amor propio; el amor egoísta no es amor. El amor sin condiciones es entrega, donación de uno mismo, apertura al otro. El amor humano es una extensión del amor divino en el hombre, es participación en la corriente divina de amor.

Estos rasgos generales -como ya hemos advertido antes- se dan con un matiz propio en la mujer, pues ella "es aquélla en quien el orden del amor en el mundo creado de las personas halla un terreno para su primera raíz"; más aún, "la dignidad de la mujer es medida en razón del amor" (MD 29). Por ello "la mujer no puede encontrarse a sí misma si no es dando amor a los demás". En concreto, "la fuerza moral de la mujer, su fuerza espiritual, se une a la conciencia de que Dios le confía de un modo especial el hombre, es decir, el ser humano. Naturalmente, cada hombre es confiado por Dios a todos y cada uno. Sin embargo, esta entrega se refiere especialmente a la mujer -sobre todo en razón de su femineidad- y ello decide principalmente su vocación" (MD 30).

Una consecuencia de este amor fecundo es la especial destinación de la mujer a la educación de los hijos. Dar la vida no se limita al acto de dar a luz, sino que se prolonga toda la vida, especialmente en la primera etapa en que la dependencia del hijo es casi total para sobrevivir y para situarse en un mundo que -con frecuencia- es difícil y exige muchas destrezas, y, sobre todo, para educar correctamente la libertad.

Estos principios generales están en confrontación con los planteamientos de competitividad, tanto en la vida de trabajo profesional como en la vida matrimonial. La competitividad lleva a desear triunfar sobre otros, a ser más, mientras que un planteamiento amoroso lleva a querer que el otro, o los otros, lleguen a desarrollar al máximo sus posibilidades. Es la lógica del servicio, tan alejada de la de la autoafirmación. Pero la ausencia de amor verdadero conduce a la frustración, aunque se dé un triunfo social.

Respecto a los hijos, la carencia de amor oblativo y donativo es la traslación hacia una forma de egoísmo particularmente molesta. Es el pretendido amor posesivo que busca más la propia satisfacción que el desarrollo de la libertad del hijo en una autonomía, que no es independencia, pero sí derecho a realizar la propia vida en el amor. Dios ama respetando la libertad de los hijos de Dios hasta extremos sorprendentes: éste es el modelo.

No sería comprensible hablar de la femineidad sin mencionar la belleza. Los cánones de belleza son cambiantes según la comprensión cultural y antropológica de cada momento, pero es patente la tendencia de la mujer a ser atractiva. Es cierto que se pueden dar deformaciones de vanidad, egocentrismo y frivolidad. Pero no es menos cierto que si una mujer descuida la atención por ser atractiva revela un deterioro de su interioridad, además del de su aspecto externo. Esto es así porque la tendencia a ser atractiva se funda primordialmente en el papel de dadora de vida. El varón buscará a la mujer, y la mujer atraerá al varón. Es posible que decaiga esa atracción en provocación, pero eso no es más que una consecuencia del pecado, no es algo original. El pudor es una defensa de la intimidad para no ser considerado como objeto, pero también es una manifestación de la atracción para el amor interpersonal y para alcanzar el papel de madre en la vida.

La masculinidad

Pocos son los estudios realizados sobre la masculinidad, quizá por estimar que durante siglos la preeminencia social del varón ha sido grande, llegando incluso a diversas formas de abuso sobre la mujer. Esta carencia no nos libera del cometido de llegar hasta la última raíz de esta manifestación tan importante del ser humano, claramente diversa de la feminidad en la mujer, aunque igual en lo esencial.

Si tomamos la perspectiva desde arriba, desde la misma intimidad de Dios -Uno en esencia y Trino en Personas-, afirmamos que la masculinidad realiza más el ser personal del Verbo. Veamos, pues, lo que caracteriza al Verbo. El Hijo Unigénito nace de Otro en la filiación; es engendrado eternamente por el Padre. En el Padre reside la fontalidad (la "fuente") del amor; en el Hijo reside la receptividad del amor. El Hijo es pura acogida, eterna obediencia de amor; Él es el Amado antes de la creación del mundo (cf. Jn 17, 24); "como el Padre tiene vida en sí mismo, así ha concedido al Hijo tener la vida en sí mismo" (Jn 5, 26). El eterno Amante se distingue del eterno Amado; el Hijo procede del Padre por la plenitud desbordante de su Amor. El Hijo es el Otro en el amor; Aquél sobre quien reposa el movimiento de la generosidad infinita del Amor fontal.

Por otra parte, la generación eterna del Hijo es intelectual, de manera que el Hijo es la Imagen perfectísima del Padre, es la Palabra, el Verbo, la Verdad. La relación respecto de la creación es importante en nuestra consideración y seguimos la doctrina de san Pablo: "Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda criatura, porque en Él fueron creadas todas las cosas, las visibles y las invisibles, ya sean los tronos o las dominaciones, los principados o las potestades. Todo ha sido creado por Él y para Él" (Col 1, 15-16). En el lenguaje aristotélico-tomista, diríamos que el Hijo es la causa ejemplar y final de la creación. Cuando el Padre quiere la creación, en su amor fontal, toma al Hijo como modelo de un mundo de hijos, los hombres situados en un lugar destacado -ante todo-por su espiritualidad y libertad.

Pero en la redención el modelo del Hijo cobra mayor fuerza aún: Cristo es "el primogénito de entre los muertos, para que sea Él quien tenga la primacía de todo" (Col 1, 18). La plenitud de la Humanidad y del cosmos en su perfección histórica se realiza en la asimilación de todo al Hijo, como hijos en el Hijo. El Hijo será -como Hombre unido a la divinidad- la cabeza de la nueva Humanidad redimida y de toda la creación material42.

Con estos datos revelados podemos ver mejor la identidad de la masculinidad como una realización del ser del Verbo en lo humano. Lo característico del Hijo, dentro de su ser amado y su ser obediente, está en la Verdad y en la realización especial del desarrollo y progreso de la creación. Ahí podemos ver la dignidad del trabajo como participación en el poder creador de Dios y en la redención. Después vendrá ese papel protector de la vida verdaderamente humana. Dignificar la vida es el papel del Verbo encarnándose, y también será el papel del varón en su rol teológico en el mundo.

El trabajo creador

El Verbo es la Palabra, el Logos, la Verdad. Lógicamente, también es Amor, pero expresado en relación muy directa con el conocimiento. La generación del Hijo es por vía de conocimiento, aunque sea un acto de amor fontal del Padre. Tanto varón y mujer son hijos en el Hijo. Pero con diferencias de misión como distintos son el Hijo y el Espíritu Santo en cuanto a sus misiones. Ya vimos lo característico del Espíritu Santo y de la femineidad. Veamos ahora lo específico de la masculinidad como modo de manifestarse el ser humano.

La masculinidad tiene mayor facilidad para buscar la verdad a través de los razonamientos abstractos. Esto favorece la tendencia al idealismo y a la elaboración de las grandes síntesis y sistemas. Por otra parte, en él la relación con el mundo exterior es muy fuerte, con una clara tendencia a dominarlo, cosa que realiza a través del trabajo, lo que hoy -en la sociedad desarrollada- llamamos trabajo profesional, de tal modo que los éxitos y los fracasos influyen de manera muy importante en los varones. La carencia de un trabajo satisfactorio lleva a la frustración. Esta tendencia a dominar la creación se favorece con la capacidad de iniciativa, asumiendo una serie de riesgos que serían fatales para una mentalidad más conservadora, pero que -frecuentemente- dan buenos resultados. El varón se siente, a menudo, motor del progreso. Otra característica del varón, muy unida a las anteriores, es una desarrollada fuerza física y anímica que facilita las tareas que acabamos de mencionar.



¿Cuando surgió el dilema?

Hasta antes del siglo XIX, el trabajo era una parte integral de la vida de la mujer, quien representaba sus roles de esposa, madre, ama de casa y trabajadora, de una manera natural. Nadie se escandalizaba de saber que la esposa salía de la casa para atender a algún enfermo, el puesto en el mercado, el comercio familiar, el trabajo en la agricultura o en la granja. La mujer siempre había trabajado como mujer (no como hombre) y eso era lo natural. En su casa, guardadas, sólo se quedaban las mujeres enfermas o minusválidas.

En el siglo XIX, con la Revolución industrial, los hombres vieron que el trabajo en las fábricas era demasiado rudo para la mujer (lo cual era cierto) y, queriendo protegerla y proteger a su familia del abandono materno, la excluyeron por completo de la opción de compartir su riqueza con el mundo. Decidieron, los hombres, que ellos se dedicarían a la empresa y la mujer solamente al hogar, enfrentándola a un problema que antes no existía: Maternidad, sí - Trabajo, no.

Esta decisión masculina significó una pérdida importante en la identidad intrínseca de la mujer, quien se sabe llamada a darse, no sólo a su marido y a sus hijos, sino también a la sociedad. La mujer del s XIX, como la de hoy, estaba convencida de poder atender hijos, marido, casa, sobrándole aún tiempo y capacidad para amar a los demás. Su naturaleza, llamada a la entrega, se sintió aprisionada en un espacio que le quedó chico y, con toda razón, se rebeló.

Fue entonces cuando la mujer, representada por el movimiento que iniciaron las ideas de Simone de Beauvoir, pidió el derecho de volver a trabajar, porque se sentía insatisfecha solamente con el trabajo de la casa, pero… aquí estuvo el gran error… el movimiento feminista, en lugar de pedir sus derechos de mujer como mujer, pidió que la devolvieran al mundo laboral con condiciones iguales al varón. Al ser aceptada su propuesta, se metió en mil problemas, pues la mujer nunca podrá trabajar como un hombre. La mujer debe trabajar como mujer y el hombre como hombre.

No niego que la mujer es capaz de cubrir las responsabilidades de cualquier puesto de trabajo, y las puede cumplir tal vez mejor que cualquier hombre, pues por su misma naturaleza llamada a la entrega incondicional, involucra toda su persona en lo que realiza, se apasiona fácilmente y tiene una fuerza impresionante para vencer los obstáculos. Pero para hacerlo bien, lo tendrá que hacer en su estilo femenino, de una manera integral, sin olvidar ni abandonar en ningún momento su condición de ser esposa, madre y ama de casa.

Al exigir condiciones iguales al hombre, la mujer se vio enredada en unas "reglas del juego" imposibles de cumplir sin descuidar sus otros roles : horarios fijos de trabajo, jornadas extensas, competencia dentro de la empresa. Con estas condiciones iguales a las del varón e incompatibles con sus roles de esposa y madre, la mujer se enfrentó al dilema contrario: "Trabajo sí, maternidad no."

En lugar de luchar por su derecho a darse, a entregarse a los demás, a enriquecer y ayudar al mundo, que es la inquietud del corazón de la mujer, el movimiento feminista distorsionó el mensaje y exigió para la mujer cosas totalmente contrarias al amor, cosas nacidas del egoísmo: el derecho a desarrollar-se, a superar-se, a enriquecer-se, a autorrealizar-se.

Con esto, la mujer perdió su identidad como mujer. El corazón de la mujer se deterioró cambiando el amor y el deseo de darse, por el egoísmo y el deseo de autorrealizarse.

Como consecuencia directa, la familia se empezó a deteriorar, por tener en su seno mujeres francamente deterioradas… mujeres que empezaron a ver a los hijos como "enemigos" u "obstáculos" de su autorrealización y que empezaron, por lo mismo, a tener menos hijos, más tiempo para sí mismas y por ende, más egoísmo, del cual ahora son víctimas los esposos, los hijos y la sociedad.

¿Qué podemos hacer para encontrar la verdadera realización?

El secreto está en regresar a lo propio de la mujer, que es la entrega de sí misma. Sólo entregándose totalmente, es como la mujer se puede sentir auténticamente realizada.

Hoy más que nunca, el mundo necesita de la mujer. La mujer no puede, ni debe, desperdiciar los dones que ha recibido, aún cuando haya decidido no trabajar para una empresa de manera formal.

Es injusto, no sólo para ella, sino para la sociedad completa, que una mujer que ha estudiado, que tiene una carrera profesional, que sabe varios idiomas, que tiene un corazón enorme para entregarlo a los demás, se quede con esos dones escondidos, guardados e inutilizados, llenando su tiempo libre en los gimnasios, los cafecitos, los centros comerciales y los salones de belleza.

La mujer plenamente realizada no es aquella que obtiene grandes éxitos profesionales a costa del descuido de su familia. Tampoco aquella que se queda en casa de una manera egoísta, cómoda e insatisfecha. La mujer que se siente realizada, es la que ama y se siente amada, la que se entrega de manera plena, a su marido, a sus hijos y a la sociedad.

Así como comer, dormir, bañarse y cocinar, jugar tenis e ir a visitar a la amiga, son compatibles con la maternidad y la correcta educación de los hijos, también es compatible trabajar. Nunca debió de hacerse esa separación, pues el trabajo no es un derecho de la mujer, sino una responsabilidad natural para con el mundo entero.

El secreto está en hacerlo por amor y no por egoísmo, por compartir lo mucho que se ha recibido con el mundo y no por querer ocupar un lugar exitoso. Los hijos se darán perfecta cuenta de las intenciones de su mamá. Así como aborrecerán a una madre egoísta que los abandona sólo por buscar su propia satisfacción, la admirarán en cambio, si saben que los deja un rato por ir a hacer el bien en un mundo urgido de su sabiduría, ternura y cariño.



¿Qué se sabe acerca de María después del nacimiento de Jesús?

Al cabo de algún tiempo, vemos a María, a José y al Niño instalados en Nazaret. Allí hay un solo episodio notorio: la pérdida y hallazgo del Niño, a los 12 años, en Jerusalén. Fue el tiempo que llamamos de la «vida oculta» de Jesús, su vida de hogar, de familia, de trabajo. Jesús empieza su vida «pública», su vida apostólica y misionera, hacia los 30 años. María lo acompaña, a veces de cerca, a veces más lejos. El Evangelio nos la muestra en Cana asistiendo a un matrimonio, y al pie de la cruz en que Jesús está muriendo. También en varias otras oportunidades. El libro de los Hechos la menciona en el Cenáculo junto a los apóstoles, después de la Resurrección del Señor. La Tradición sugiere que murió en Efeso -en el Asia Menor- en casa de Juan el Evangelista.

¿Cómo era María?

Del Evangelio se desprende que María era humilde y pura; que era decidida y valiente para enfrentar la vida; que era capaz de callar cuando no entendía y de reflexionar y meditar; que se preocupaba de los demás y que era servicial y caritativa; que tenía fortaleza moral; que era franca y sincera; que era leal y fiel. María es, como mujer, un modelo para las mujeres. Es también para los hombres el tipo ideal de mujer.

¿En qué consiste principalmente la grandeza de María?

En ser madre de Dios. Algunos han dicho que María es madre de Jesús «en cuanto hombre», pero no de Jesús «en cuanto Dios». Esta distinción es artificial y, de hecho, nunca la hacemos. Una madre es madre de su hijo tal cual es o llega a ser. No decimos que la madre de un presidente, por ejemplo, ha sido la madre de él como niño pero no como presidente o que nuestra mamá sea madre de nuestro cuerpo solamente, pero no de nuestra alma que es infundida por Dios. Nunca hacemos esta distinción; decimos simplemente que es nuestra madre. María es Madre de Jesús. Jesús es Dios. Luego, podemos decir que María es Madre de Dios y en eso consiste fundamentalmente su grandeza.

¿Tiene María alguna relación especial con la Santísima Trinidad?

Sin duda. Es la hija predilecta del Padre. Se lo dice el ángel el día de la Anunciación: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc. 1, 28). Tiene también con el Espíritu Santo una relación que se ha comparado a la de la esposa con el esposo. Lo dice el ángel: «El Espíritu Santo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño que nacerá de ti será llamado Santo e Hijo de Dios» (Lc. 1, 35). «No temas María porque has encontrado gracia delante de Dios» (Lc. 1, 30).

¿Qué dice la Biblia?

Vamos por parte: Es cierto que esos privilegios no están contenidos «explícitamente» en la Biblia. La Biblia, por ejemplo, no habla de la Inmaculada Concepción ni de la Asunción. Pero están contenidos implícitamente en la Biblia. Por ejemplo, en una semilla de rosal no está la rosa. No se ve la rosa, pero ahí está en germen y poco a poco con la savia que viene de la tierra húmeda y con el calor del sol brotará el rosal y en él florecerá la rosa.

Así también todo lo que la Iglesia enseña de María ha brotado de la semilla del Evangelio, al calor del Espíritu Santo, que sigue iluminando al Pueblo de Dios y lo lleva a descubrir de a poco toda la riqueza que El mismo ha colocado, como en un germen, en la Escritura inspirada por El.

Todo lo que la Iglesia enseña acerca de María es coherente con la imagen de María que nos formamos al leer el Evangelio, con humildad y con espíritu de fe.

¿Qué dicen los evangelios acerca de las hermanas y hermanos de Jesús?

El idioma que usaba Jesús y sus discípulos no tiene muchas palabras para distinguir los distintos grados de parentesco. Para todo se usaba la palabra «hermano» y así lo vemos en Génesis 13, 8 y en Mt. 13, 55. Las palabras originales que traducimos en castellano por «hermanos» y «hermanas» significan no sólo los hermanos carnales sino también los primos y otros parientes cercanos. La Virgen María no tuvo otros hijos. Jesús es el «único hijo» de María. Esto se muestra claramente por el hecho de que al morir, Jesús entregó su madre a Juan (Jn. 19, 27).

San Pablo dice que Jesucristo es el único Redentor y ¿por qué dice la Iglesia católica que María es corredentora?

Así es. Jesús es el único Redentor, pero San Pablo enseña también que nosotros colaboramos a la redención uniendo nuestros sufrimientos a los de Cristo. «Me alegro por lo que sufro por ustedes, porque de esta manera voy completando en mi propio cuerpo lo que falta a los sufrimientos de Cristo por la Iglesia, que es su cuerpo» (Col. 1, 24). María sufrió durante la pasión de su Hijo como nadie jamás ha sufrido, porque tenía, más que nadie, horror al pecado, porque amaba a su Hijo más que nadie; porque amaba a los hombres por quienes su Hijo sufría y moría. Por eso ha participado tan íntimamente en la redención. No es ella la redentora; hay un solo Redentor, Jesucristo. Pero se la puede llamar corredentora con toda propiedad explicando bien el alcance de este término.



4. Agradecimiento a las mujeres

Benedicto XVI no cesará de reivindicar la riqueza del genio femenino. Ya lo ha hecho y, qué duda cabe, lo seguirá haciendo. El reflejo de esas manifestaciones comienza a dejarse sentir en muchos otros ámbitos de la Iglesia. Cómo no traer a cuento aquellas palabras de gratitud pensadas, escritas y pronunciadas por aquel gran poeta y Papa, Juan Pablo II, que hayan eco en su predecesor:

“Te doy gracias, mujer-madre, que te conviertes en seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz y te hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de referencia en el posterior camino de la vida.

Te doy gracias, mujer-esposa, que unes irrevocablemente tu destino al de un hombre, mediante una relación de recíproca entrega, al servicio de la comunión y de la vida.

Te doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana, que aportas al núcleo familiar y también al conjunto de la vida social las riquezas de tu sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.

Te doy gracias, mujer-trabajadora, que participas en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política, mediante la indispensable aportación que das a la elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento, a una concepción de la vida siempre abierta al sentido del « misterio », a la edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de humanidad.

Te doy gracias, mujer-consagrada, que a ejemplo de la más grande de las mujeres, la Madre de Cristo, Verbo encarnado, te abres con docilidad y fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia y a toda la humanidad a vivir para Dios una respuesta « esponsal », que expresa maravillosamente la comunión que El quiere establecer con su criatura.

Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu feminidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas”.

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