miércoles, 4 de septiembre de 2013

PADRE FRANCISCO A LOS ESTUDIANTES

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS ESTUDIANTES DE LAS ESCUELAS DE LOS JESUITAS
DE ITALIA Y ALBANIA

Viernes 7 de junio de 2013



En el encuentro con 9.000 representantes de las comunidades de las escuelas de la Compañía de Jesús en Italia y Albania, el Papa Francisco dio vida a un diálogo espontáneo con los jóvenes, dejando aparte el discurso escrito que resumió de palabra, y respondiendo a diez preguntas.


¡Queridos muchachos, queridos jóvenes!
Preparé este discurso para pronunciároslo... pero, ¡son cinco páginas! Un poco aburrido... Hagamos algo: haré un pequeño resumen y después lo entregaré, por escrito, al padre provincial; lo daré también al padre Lombardi, para que todos vosotros lo tengáis por escrito. Y además, hay posibilidad de que algunos de vosotros hagáis una pregunta y tengamos un pequeño diálogo. Esto os gusta, ¿o no? ¿Sí? Bien. Vamos por este camino.
El primer punto de este escrito es que en la educación que damos nosotros, jesuitas, el punto clave es —para nuestro desarrollo como personas— la magnanimidad. Debemos ser magnánimos, con el corazón grande, sin miedo. Apostar siempre por los grandes ideales. Pero también magnanimidad con las cosas pequeñas, con las cosas cotidianas. El corazón amplio, el corazón grande. Y esta magnanimidad es importante encontrarla con Jesús, en la contemplación de Jesús. Jesús es quien nos abre las ventanas al horizonte. Magnanimidad significa caminar con Jesús, con el corazón atento a lo que Jesús nos dice. Por este camino desearía decir algo a los educadores, a los profesionales en las escuelas y a los padres. Educar. Al educar existe un equilibrio que hay que mantener, equilibrar bien los pasos: un paso firme en el marco de seguridad, pero el otro caminando por la zona de riesgo. Y cuando ese riesgo se convierte en seguridad, el otro paso busca otra zona de riesgo. No se puede educar sólo en la zona de seguridad: no. Esto es impedir que crezcan las personalidades. Pero tampoco se puede educar sólo en la zona de riesgo: esto es demasiado peligroso. Este equilibrio de los pasos, recordadlo bien.
Hemos llegado a la última página. Y a vosotros, educadores, quiero también alentaros a buscar nuevas formas de educación no convencionales, según las necesidades de los lugares, de los tiempos y de las personas. Esto es importante, en nuestra espiritualidad ignaciana: ir siempre «a más», y no estar tranquilos con las cosas convencionales. Buscar nuevas formas según los lugares, los tiempos y las personas. Os animo a esto.
Y ahora estoy dispuesto a responder a algunas preguntas que queráis hacer: los chavales, los educadores. Estoy a disposición. He dicho al padre provincial que me ayude en esto.
Un chaval: Soy Francesco Bassani, del Instituto Leone XIII. Soy un chico que, como te he escrito en mi carta, Papa, busca creer. Busco... intento, sí, ser fiel. Pero tengo dificultades. A veces me surgen dudas. Y creo que esto es absolutamente normal a mi edad. Dado que tú eres el Papa que creo que tendré más tiempo en el corazón, en mi vida, porque te encuentro en mi fase de adolescencia, de crecimiento, te quería pedir alguna palabra para sostenerme en este crecimiento y sostener a todos los chicos como yo.
Papa Francisco: Caminar es un arte, porque si caminamos siempre deprisa nos cansamos y no podemos llegar al final, al final del camino. En cambio, si nos detenemos y no caminamos, ni siquiera llegamos al final. Caminar es precisamente el arte de mirar el horizonte, pensar adónde quiero ir, pero también soportar el cansancio del camino. Y muchas veces el camino es difícil, no es fácil. «Quiero ser fiel a este camino, pero no es fácil, escuchas: hay oscuridad, hay días de oscuridad, también días de fracaso, incluso alguna jornada de caída... uno cae, cae...». Pero pensad siempre en esto: no tengáis miedo de los fracasos; no tengáis miedo de las caídas. En el arte de caminar lo que importa no es no caer, sino no «quedarse caídos». Levantarse pronto, inmediatamente, y seguir andando. Y esto es bello: esto es trabajar todos los días, esto es caminar humanamente. Pero también: es malo caminar solos, malo y aburrido. Caminar en comunidad, con los amigos, con quienes nos quieren: esto nos ayuda, nos ayuda a llegar precisamente a la meta a la que queremos llegar. No sé si he respondido a tu pregunta. ¿Sí? ¿No tendrás miedo del camino? Gracias.
Una niña: Soy Sofía Grattarola, del Instituto Massimiliano Massimo. Y quería preguntarle, dado que usted, como todos los niños, cuando estaban en primaria tenían amigos, ¿no? Y dado que hoy usted es Papa, si ve todavía a estos amigos...
Papa Francisco: Soy Papa desde hace dos meses y medio. Mis amigos están a 14 horas de avión, están lejos. Pero quiero decirte algo: han venido tres de ellos a verme y a saludarme; y les veo y me escriben, y les quiero mucho. No se puede vivir sin amigos: esto es importante, es importante.
Una niña: Soy Teresa. Francisco, ¿querías ser Papa?
Papa Francisco: ¿Sabes qué significa que una persona no se quiera a ella misma? Una persona que desea, que tiene ganas de ser Papa, no se quiere bien a ella misma. Dios no lo bendice. No; yo no quise ser Papa. ¿Vale? Ven, ven, ven...
Una señora: Santidad, somos Mónica y Antonella, de la coral de los Alumnos del Cielo del Instituto Social de Turín. Como nosotros, que fuimos educados en las escuelas de los jesuitas, a menudo somos invitados a reflexionar sobre la espiritualidad de san Ignacio, deseamos preguntarle: dado que eligió la vida consagrada, ¿qué le impulsó a ser jesuita antes que sacerdote diocesano o de otra Orden? Gracias.
Papa Francisco: Me alojé varias veces en el Social de Turín. Lo conozco bien. Lo que más me gustó de la Compañía es la misionariedad, y quería ser misionero. Y cuando estudiaba teología escribí al General, que era el padre Arrupe, para que me mandara, me enviara a Japón o a otro sitio. Pero él lo pensó bien, y me dijo, con mucha caridad: «Pero usted ha tenido una afección pulmonar, cosa no muy buena para un trabajo tan fuerte», y me quedé en Buenos Aires. Pero fue muy bueno, el padre Arrupe, porque no dijo: «Pero usted no es muy santo para ser misionero»: era bueno, tenía caridad. Y lo que me dio mucha fuerza para hacerme jesuita es la misionariedad: ir fuera, ir a las misiones a anunciar a Jesucristo. Creo que esto es propio de nuestra espiritualidad: ir fuera, salir, salir siempre para anunciar a Jesucristo, y no permanecer un poco cerrados en nuestras estructuras, tantas veces estructuras caducas. Es lo que me impulsó. Gracias.
Una niña: Soy Caterina De Marchis, del Instituto Leone XIII, y me preguntaba: ¿por qué usted —bueno, tú— has renunciado a todas las riquezas de un Papa, como un apartamento lujoso, o a un coche enorme, y en cambio has ido a un pequeño apartamento cerca, o tomaste el autobús de los obispos? ¿Cómo es que has renunciado a la riqueza?
Papa Francisco: Bueno, creo que es no sólo un tema de riqueza. Para mí es un problema de personalidad: esto es. Tengo la necesidad de vivir entre la gente, y si viviera solo, tal vez un poco aislado, no me haría bien. Esta pregunta me la hizo un profesor: «Pero ¿por qué usted no va a vivir allí?». Respondí: «Oiga, profesor: por motivos psiquiátricos». Es mi personalidad. Pero el apartamento ese [del palacio pontificio] no es tan lujoso, tranquila... Pero no puedo vivir solo, ¿entiendes? Y además creo que sí: los tiempos nos hablan de mucha pobreza en el mundo, y esto es un escándalo. La pobreza del mundo es un escándalo. En un mundo donde hay tantas, tantas riquezas, tantos recursos para dar de comer a todos, no se puede entender cómo hay tantos niños hambrientos, que haya tantos niños sin educación, ¡tantos pobres! La pobreza, hoy, es un grito. Todos nosotros tenemos que pensar si podemos ser un poco más pobres: también esto todos lo debemos hacer. Cómo puedo ser un poco más pobre para parecerme mejor a Jesús, que era el Maestro pobre. De esto se trata. Pero no es una cuestión de virtud mía, personal; es sólo que yo no puedo vivir solo; y también lo del coche, lo que dices: no tener tantas cosas y ser un poco más pobre. Es esto.
Un chico: Me llamo Eugenio Serafini, soy del Instituto cei, centro educativo ignaciano. Le quería hacer una pegunta breve: ¿Qué es lo que hizo cuando decidió ser, no Papa, sino párroco, ser jesuita? ¿Cómo hizo? ¿No le fue difícil abandonar o dejar a la familia, a los amigos?
Papa Francisco: Mira, siempre es difícil: siempre. Para mí fue difícil. No es fácil. Hay momentos bellos, y Jesús te ayuda, te da un poco de alegría. Pero hay momentos difíciles, en los que te sientes solo, te sientes árido, sin gozo interior. Existen momentos oscuros, de oscuridad interior. Hay dificultades. Pero es muy bello seguir a Jesús, ir por el camino de Jesús, que luego sopesas y vas adelante. Y luego llegan momentos más bellos. Pero nadie debe pensar que en la vida no habrá dificultades. Yo también desearía hacer una pregunta ahora: ¿cómo pensáis ir adelante con las dificultades? No es fácil. Pero debemos ir adelante con fuerza y con confianza en el Señor; con el Señor, todo se puede.
Una joven: Hola, me llamo Federica Iaccarino y vengo del Instituto Pontano de Nápoles. Quería pedir una palabra para los jóvenes de hoy, para el futuro de los jóvenes de hoy, dado que Italia se encuentra en una posición de gran dificultad. Y querría pedir una ayuda para poder mejorarla, una ayuda para nosotros, para poder sacar adelante a estos chicos, a nosotros, jóvenes.
Papa Francisco: Dices que Italia está en un momento difícil. Sí, hay una crisis. Pero te diré: no sólo Italia. Todo el mundo, en este momento, está en un momento de crisis. Y la crisis, la crisis no es algo malo. Es verdad que la crisis nos hace sufrir, pero debemos —y vosotros, jóvenes, principalmente—, debemos saber leer la crisis. Esta crisis, ¿qué significa? ¿Qué debo hacer yo para ayudar a salir de la crisis? La crisis que estamos viviendo en este momento es una crisis humana. Se dice: pero es una crisis económica, una crisis del trabajo. Sí, es verdad. Pero ¿por qué? Porque este problema del trabajo, este problema en la economía, son consecuencias del gran problema humano. Lo que está en crisis es el valor de la persona humana, y nosotros tenemos que defender a la persona humana. En este momento... bueno, ya lo he contado tres veces, pero lo haré una cuarta. Leí, una vez, un relato de un rabino medieval, del año 1200. Este rabino explicaba a los judíos de aquel tiempo la historia de la Torre de Babel. Construir la Torre de Babel no era fácil: tenían que hacerse los ladrillos; ¿y cómo se hace el ladrillo? Buscar el barro, la paja, mezclarlos, llevarlos al horno: era un gran trabajo. Y después de este trabajo, un ladrillo se convertía en un verdadero tesoro. Luego llevaban los ladrillos a lo alto, para la construcción de la Torre de Babel. Si un ladrillo caía, era una tragedia; castigaban al obrero que lo había hecho caer, ¡era una tragedia! Pero si caía un hombre, ¡no pasaba nada! Esta es la crisis que hoy estamos viviendo; ésta: es la crisis de la persona. Hoy no cuenta la persona, cuentan los fondos, el dinero. Y Jesús, Dios, dio el mundo, toda la creación, la dio a la persona, al hombre y a la mujer, a fin de que la sacaran adelante; no al dinero. Es una crisis, la persona está en crisis porque la persona hoy —escuchad bien, esto es verdad— ¡es esclava! Y nosotros debemos liberarnos de estas estructuras económicas y sociales que nos esclavizan. Y ésta es vuestra tarea.
Un niño: Hola, soy Francesco Vin, y vengo del Colegio San Ignacio de Messina. Te quería preguntar si has estado alguna vez en Sicilia.
Papa Francisco: No. Puedo decir dos cosas: no, o todavía no.
El niño: Si vienes, ¡te esperamos!
Papa Francisco: Pero te digo algo: de Sicilia conozco una película bellísima, que vi hace diez años; se llama Kaos, con la «k»: Kaos. Es una película sobre cuatro relatos de Pirandello, y es muy bonita esta película. Pude contemplar todas las bellezas de Sicilia. Esto es lo único que conozco de Sicilia. ¡Pero es bonita!
Un profesor: Enseño español porque soy español: soy de San Sebastián. Profesor también de religión, y puedo decir que los docentes, los profesores, le queremos mucho: esto es seguro. No hablo en nombre de nadie, pero al ver a tantos exalumnos, también a tantas personalidades, y también a nosotros, adultos, profesores, educados por los jesuitas, me interrogo sobre nuestro compromiso político, social, en la sociedad, como adultos en las escuelas jesuíticas. Díganos alguna palabra: cómo nuestro compromiso, nuestro trabajo hoy, en Italia, en el mundo, puede ser jesuítico, puede ser evangélico.
Papa Francisco: Muy bien. Involucrarse en la política es una obligación para un cristiano. Nosotros, cristianos, no podemos «jugar a Pilato», lavarnos las manos: no podemos. Tenemos que involucrarnos en la política porque la política es una de las formas más altas de la caridad, porque busca el bien común. Y los laicos cristianos deben trabajar en política. Usted me dirá: «¡Pero no es fácil!». Pero tampoco es fácil ser sacerdote. No existen cosas fáciles en la vida. No es fácil, la política se ha ensuciado demasiado; pero me pregunto: se ha ensuciado ¿por qué? ¿Por qué los cristianos no se han involucrado en política con el espíritu evangélico? Con una pregunta que te dejo: es fácil decir «la culpa es de ese». Pero yo, ¿qué hago? ¡Es un deber! Trabajar por el bien común, ¡es un deber de un cristiano! Y muchas veces el camino para trabajar es la política. Hay otros caminos: profesor, por ejemplo, es otro camino. Pero la actividad política por el bien común es uno de los caminos. Esto está claro.
Un joven: Padre, me llamo Giacomo. En realidad no estoy solo aquí hoy, sino que traigo a un gran número de muchachos, que son los chicos de la «Lega Missionaria Studenti». Es un movimiento un poco transversal, así que un poco por todos los colegios que tenemos un poco de «Lega Missionaria Studenti». Padre, ante todo mi gratitud y la de todos los chicos a quienes he oído estos días, porque por fin con usted hemos encontrado ese mensaje de esperanza que antes nos sentíamos obligados a reencontrar por el mundo. Ahora poderlo oír en nuestra casa es algo que para nosotros es poderosísimo. Sobre todo, Padre, permítame decirlo, esta luz se encendió en ese lugar en el que los jóvenes empezábamos realmente a perder la esperanza. Así que gracias, porque verdaderamente ha llegado al fondo. Mi pregunta es ésta, Padre: nosotros, como usted bien sabe por su experiencia, hemos aprendido a experimentar, a convivir con muchos tipos de pobreza, que son la pobreza material —pienso en la pobreza de nuestro hermanamiento en Kenia—, la pobreza espiritual —pienso en Rumanía, pienso en las plagas de los acontecimientos políticos, pienso en el alcoholismo. Por lo tanto, Padre, quiero preguntarle: ¿cómo podemos los jóvenes convivir con esta pobreza? ¿Cómo debemos comportarnos?
Papa Francisco: Antes que nada desearía decir algo a todos vosotros, jóvenes: ¡no os dejéis robar la esperanza! Por favor, ¡no os la dejéis robar! ¿Y quién te roba la esperanza? El espíritu del mundo, las riquezas, el espíritu de la vanidad, la soberbia, el orgullo. Todas estas cosas te roban la esperanza. ¿Dónde encuentro la esperanza? En Jesús pobre, Jesús que se hizo pobre por nosotros. Y tú has hablado de pobreza. La pobreza nos llama a sembrar esperanza, para tener también yo más esperanza. Esto parece un poco difícil de entender, pero recuerdo que el padre Arrupe, una vez, escribió una carta buena a los centros de investigación social, a los centros sociales de la Compañía. Él hablaba de cómo se debe estudiar el problema social. Pero al final nos decía, decía a todos nosotros: «Mirad, no se puede hablar de pobreza sin tener la experiencia con los pobres». Tú has hablado del hermanamiento con Kenia: la experiencia con los pobres. No se puede hablar de pobreza, de pobreza abstracta, ¡ésta no existe! La pobreza es la carne de Jesús pobre, en ese niño que tiene hambre, en quien está enfermo, en esas estructuras sociales que son injustas. Ir, mirar allí la carne de Jesús. Pero la esperanza no os la dejéis robar por el bienestar, por el espíritu de bienestar que, al final, te lleva a ser nada en la vida. El joven debe apostar por altos ideales: éste es el consejo. Pero la esperanza, ¿dónde la encuentro? En la carne de Jesús sufriente y en la verdadera pobreza. Hay un vínculo entre ambas. Gracias.
Ahora os doy a todos, a todos vosotros, a vuestras familias, a todos, la bendición del Señor.
 


Queridos muchachos, queridos jóvenes:
Estoy contento de recibiros con vuestras familias, profesores y amigos de la gran familia de las escuelas de los jesuitas italianos y de Albania. A todos vosotros, mi afectuoso saludo: ¡bienvenidos! Con todos vosotros me siento verdaderamente «en familia». Y es motivo de especial alegría la coincidencia de este encuentro nuestro con la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.
Desearía deciros, ante todo, una cosa que se refiere a san Ignacio de Loyola, nuestro fundador. En otoño de 1537, de camino a Roma con el grupo de sus primeros compañeros, se interrogó: si nos preguntan quiénes somos, ¿qué responderemos? Surge espontánea la respuesta: «Diremos que somos la “Compañía de Jesús”» (Fontes Narrativi Societatis Iesu, vol. 1, pp. 320-322). Un nombre comprometedor, que quería indicar una relación de estrechísima amistad, de afecto total hacia Jesús, de quien querían seguir sus huellas. ¿Por qué os he querido contar este hecho? Porque san Ignacio y sus compañeros habían entendido que Jesús les enseñaba cómo vivir bien, cómo realizar una existencia que tuviera un sentido profundo, que done entusiasmo, alegría y esperanza; habían comprendido que Jesús es un gran maestro de vida y un modelo de vida, y que no sólo les enseñaba, sino que les invitaba también a seguirle por este camino.
Queridos jóvenes, si ahora os hiciera esta pregunta: ¿por qué vais a la escuela? ¿Qué me responderíais? Probablemente habría muchas respuestas según la sensibilidad de cada uno. Pero pienso que se podría resumir todo diciendo que la escuela es uno de los ambientes educativos en los que se crece para aprender a vivir, para llegar a ser hombres y mujeres adultos y maduros, capaces de caminar, de recorrer el camino de la vida. ¿Cómo os ayuda la escuela a crecer? Os ayuda no sólo en el desarrollo de vuestra inteligencia, sino para una formación integral de todos los componentes de vuestra personalidad.
Siguiendo esto que nos enseña san Ignacio, el elemento principal en la escuela es aprender a ser magnánimos. La magnanimidad: esta virtud del grande y del pequeño (Non coerceri maximo contineri minimo, divinum est), que nos hace mirar siempre al horizonte. ¿Qué quiere decir ser magnánimos? Significa tener el corazón grande, tener grandeza de ánimo, quiere decir tener grandes ideales, el deseo de realizar grandes cosas para responder a lo que Dios nos pide, y precisamente por esto realizar bien las cosas de cada día, todas las acciones cotidianas, las obligaciones, los encuentros con las personas; hacer las cosas pequeñas de cada día con un corazón grande abierto a Dios y a los demás. Es importante entonces cuidar la formación humana que tiene como fin la magnanimidad. La escuela no amplía sólo vuestra dimensión intelectual, sino también humana. Y pienso que las escuelas de los jesuitas están atentas de modo particular a desarrollar las virtudes humanas: la lealtad, el respeto, la fidelidad, el compromiso. Desearía detenerme en dos valores fundamentales: la libertad y el servicio. Ante todo: sed personas libres. ¿Qué es lo que quiero decir? Tal vez se piensa que la libertad es hacer todo aquello que se quiere; o bien arriesgarse en experiencias-límite para probar la exaltación y vencer el aburrimiento. Esto no es la libertad. Libertad quiere decir saber reflexionar acerca de lo que hacemos, saber valorar lo que está bien y lo que está mal, los comportamientos que nos hacen crecer; quiere decir elegir siempre el bien. Nosotros somos libres para el bien. Y en esto no tengáis miedo de ir a contracorriente, incluso si no es fácil. Ser libres para elegir siempre el bien es fatigoso, pero os hará personas rectas, que saben afrontar la vida, personas con valentía y paciencia (parresia e ypomoné). La segunda palabra es servicio. En vuestras escuelas participáis en varias actividades que os habitúan a no cerraros en vosotros mismos o en vuestro pequeño mundo, sino a abriros a los demás, especialmente a los más pobres y necesitados, a trabajar por mejorar el mundo en el que vivimos. Sed hombres y mujeres con los demás y para los demás, verdaderos modelos en el servicio a los demás.
Para ser magnánimos con libertad interior y espíritu de servicio es necesaria la formación espiritual. Queridos muchachos, queridos jóvenes, ¡amad cada vez más a Jesucristo! Nuestra vida es una respuesta a su llamada y vosotros seréis felices y construiréis bien vuestra vida si sabréis responder a esta llamada. Percibid la presencia del Señor en vuestra vida. Él está cerca a cada uno de vosotros como compañero, como amigo, que os sabe ayudar y comprender, os alienta en los momentos difíciles y nunca os abandona. En la oración, en el diálogo con Él, en la lectura de la Biblia, descubriréis que Él está realmente cerca de vosotros. Y aprended también a leer los signos de Dios en vuestra vida. Él nos habla siempre, incluso a través de los hechos de nuestro tiempo y de nuestra existencia de cada día. Está en nosotros escucharle.
No quiero ser demasiado largo, pero una palabra específica desearía dirigirla a los educadores: a los jesuitas, a los profesores, a los empleados de vuestras escuelas y a los padres. No os desalentéis ante las dificultades que presenta el desafío educativo. Educar no es una profesión, sino una actitud, un modo de ser; para educar es necesario salir de uno mismo y estar en medio de los jóvenes, acompañarles en las etapas de su crecimiento poniéndose a su lado. Donadles esperanza, optimismo para su camino por el mundo. Enseñad a ver la belleza y la bondad de la creación y del hombre, que conserva siempre la impronta del Creador. Pero sobre todo sed testigos con vuestra vida de aquello que transmitís. Un educador —jesuita, profesor, empleado, padre—, con sus palabras, transmite conocimientos, valores, pero será incisivo en los muchachos si acompaña las palabras con su testimonio, con su coherencia de vida. Sin coherencia no es posible educar. Todos sois educadores, en este campo no se delega. Entonces, es esencial, y se ha de favorecer y alimentar, la colaboración con espíritu de unidad y de comunidad entre los diversos componentes educativos. El colegio puede y debe ser catalizador, lugar de encuentro y de convergencia de toda la comunidad educativa con el único objetivo de formar, ayudar a crecer como personas maduras, sencillas, competentes y honestas, que sepan amar con fidelidad, que sepan vivir la vida como respuesta a la vocación de Dios y la futura profesión como servicio a la sociedad. A los jesuitas desearía decir que es importante alimentar su compromiso en el campo educativo. Las escuelas son un valioso instrumento para dar una aportación al camino de la Iglesia y de toda la sociedad. El campo educativo, además, no se limita a la escuela convencional. Animaos a buscar nuevas formas de educación no convencional según «las necesidades de los lugares, los tiempos y las personas».
Por último, un saludo a todos los ex alumnos presentes, a los representantes de la escuelas italianas de la Red de Fe y Alegría, que conozco bien por el gran trabajo que realiza en América del Sur, especialmente entre las clases más pobres. Y un saludo especial a la delegación del Colegio albanés de Shkodër, que después de largos años de represión de las instituciones religiosas, desde 1994 ha retomado su actividad, acogiendo y educando a jóvenes católicos, ortodoxos, musulmanes y también algunos alumnos nacidos en contextos familiares agnósticos. Así, la escuela se convierte en espacio de diálogo y de serena confrontación, para promover actitudes de respeto, escucha, amistad y espíritu de colaboración.
Queridos amigos, os doy las gracias a todos por este encuentro. Os encomiendo a la intercesión maternal de María y os acompaño con mi bendición: el Señor está siempre cerca de vosotros, os levanta de las caídas y os impulsa a crecer y a realizar opciones cada vez más altas «con grande ánimo y liberalidad», con magnanimidad. Ad Maiorem Dei Gloriam.

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