MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN
PABLO II
A UN CONGRESO SOBRE LOS FUNDAMENTOS BIOLÓGICOS
Y PSICOLÓGICOS DE LA EDUCACIÓN PRENATAL
20 de marzo de 1998
A UN CONGRESO SOBRE LOS FUNDAMENTOS BIOLÓGICOS
Y PSICOLÓGICOS DE LA EDUCACIÓN PRENATAL
20 de marzo de 1998
Ilustres señores; gentiles señoras:
1. Me alegra saludaros con ocasión del congreso sobre los
«Fundamentos biológicos y psicológicos de la educación prenatal», en el que
participáis. Os dirijo a cada uno mi cordial saludo, con un pensamiento
particular de estima a los promotores del encuentro, entre quienes figuran los
responsables del «Movimiento en favor de la vida», meritoria iniciativa de
corazones generosos que, durante estos años, ha ido recibiendo cada vez más
adhesiones.
Es motivo de consuelo encontrar en el panorama científico actual a
un grupo de investigadores que, reconociendo la plena dignidad del niño por
nacer, exploran los caminos de una nueva disciplina, la educación prenatal. Se
trata de una admirable y meritoria investigación: inclinarse ante el hijo que se
encuentra todavía en el seno materno, no sólo para constatar y observar su
crecimiento físico y escuchar los latidos de su pequeño corazón, sino también
para indagar sus emociones y registrar los signos de desarrollo de su psique. En
esta investigación hay un tributo implícito de respeto a la persona, en la que
ya palpita el espíritu inmortal y se manifiesta la imagen del Creador.
2. Es justo poner al niño en el centro de la atención de las
ciencias humanas, y no sólo de las biológicas, ya desde el comienzo de su camino
temporal en el seno materno. Por tanto, queridos congresistas, vuestro
compromiso tiene ciertamente un valor en el campo de las ciencias
experimentales, pero también un significado antropológico y moral. En efecto,
vuestro interés, al superar el puro organicismo y la consideración de los
aspectos físico-funcionales, que a pesar de todo conservan su importancia, se
dirige hacia la intimidad del nuevo ser, que es huésped del seno materno.
Vosotros lo veis, por decirlo así, en perspectiva: miráis al
desarrollo sucesivo del niño —su infancia, su adolescencia, su edad adulta—, a
fin de captar las conexiones psicológicas que existen entre estas fases de la
existencia y sus comienzos en el seno de la madre, y sugerir a los padres la
conducta más idónea para asegurar el comienzo armónico del proceso.
La historia de la persona después del nacimiento depende,
ciertamente, del cuidado físico y médico que recibe. Pero también ejercen gran
influencia en ella la serenidad, la intensidad y la riqueza de las emociones
experimentadas durante la vida prenatal. Por consiguiente, hay que considerar de
máxima importancia esta línea de investigación prenatal.
En esta perspectiva, también es importante destacar la conexión
que existe entre el desarrollo de la psicología del hijo por nacer y el ambiente
de vida familiar de su entorno. La armonía de los esposos, el calor del hogar y
la serenidad de la vida diaria influyen en su psicología, favoreciendo su
nacimiento armonioso: no sólo los genes transmiten los rasgos hereditarios de
los padres, sino también las repercusiones de su situación espiritual y
emotiva.
3. Es grato constatar cómo la medicina y la psicología, con sus
respectivos recursos, pueden ponerse al servicio de la vida del hijo por nacer y
de su desarrollo progresivo. Mientras hoy algunas líneas de investigación e
intervención experimental corren el riesgo de olvidar el misterio de la persona
presente en la?vida que brota en el seno de la madre, vosotros os proponéis
desarrollar vuestros estudios partiendo de este supuesto. En efecto, sabéis que
la desgracia más grave para la humanidad es perder el significado del valor de
la vida humana ya desde su inicio.
Conocer la vida en todas sus dimensiones, para respetarla y
promoverla en todo su desarrollo y en todo su misterio: este es el horizonte que
os guía y que hoy queréis reafirmar ante el Sucesor de Pedro. Es de desear, en
este contexto, que los encargados de la asignación de los medios económicos
destinados a la investigación sepan distinguir entre los programas que servirán
para sostener la vida y los que ofenden su integridad o ponen en peligro su
misma existencia.
Corresponde, en particular, a los investigadores católicos la
tarea de hacer que sus esfuerzos se ordenen hacia los objetivos humanos más
altos a los que la ciencia puede servir. A este respecto, escribí en la carta
encíclica Evangelium
vitae: «También los intelectuales pueden hacer mucho en la construcción
de una nueva cultura de la vida humana. Una tarea particular corresponde a los
intelectuales católicos, llamados a estar presentes activamente en los círculos
privilegiados de elaboración cultural, en el mundo de la escuela y de la
universidad, en los ambientes de investigación científica y técnica, en los
puntos de creación artística y de?la reflexión humanística» (n. 98).
4. Invito nuevamente a los creyentes a colaborar con espíritu
abierto con sus colegas del mundo científico, para desarrollar la investigación
sobre los componentes físicos, psicológicos y espirituales de la vida humana ya
desde sus albores. Cualquier persona que sea sensible a la defensa y a la
promoción de la vida, especialmente cuando es frágil e indefensa, no puede
contentarse con la proclamación, aunque sea justa y sacrosanta, del derecho a la
vida, sino que debe sentirse comprometida a elaborar una cultura científicamente
fundada «con aportaciones serias, documentadas, capaces de ganarse por su valor
el respeto e interés de todos» (ib.).
La victoria, en definitiva, será de la verdad, porque Dios está de
su parte. ¿No es él, acaso, el Dios de la verdad y el Señor de la vida?
Por tanto, os exhorto a continuar en vuestros estudios con rigor
ejemplar. El Señor seguramente os acompañará con su gracia en vuestro trabajo
diario, que ponéis al servicio de un futuro más hermoso y rico de vida.
Con estos deseos, mientras invoco sobre vosotros y sobre vuestras
actividades, la protección de la Virgen María, Sede de la sabiduría y Madre del
Verbo encarnado, os imparto de corazón mi afectuosa bendición.
Vaticano, 20 de marzo de 1998
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