martes, 7 de abril de 2015

Mons. Alfredo Zecca, Arzobispo de Tucumán

Mensaje de monseñor, Alfredo H Zecca, arzobispo de Tucumán, publicado en La Gaceta, el domingo 5 de abril de 2015 

La antífona de comunión de la Misa de Pascua nos invita a celebrar esta fiesta “con los panes sin levadura de la pureza y la verdad”. Partiendo de allí quisiera ofrecer algunas breves reflexiones acerca de la importancia de la verdad en el plano ético-social, que adquiere fundamental importancia en la actual sociedad democrática. 

La sociedad muestra, de hecho, un pluralismo expresado en diversidad de proyectos de vida y de concepciones del bien humano. Esta realidad plantea una alternativa: o se pronuncian “juicios de valor” sobre las mismas o se defiende el ideal de la “tolerancia” que habilita a todas a coexistir con la misma fuerza y valor. Se argumenta, a veces, que en el pasado se ha sacrificado violentamente la libertad en el altar de la verdad, pero sin percibir que se puede fácilmente caer en el extremo opuesto: sacrificar la verdad en el altar de la libertad. Libertad y verdad son dos pares inseparables como lo son también libertad y vida. En el fondo se trata del núcleo del problema más grave que enfrenta nuestra sociedad: la carencia de verdad y la consagración del relativismo como única garantía de una sociedad que se precie de ser pluralista y democrática. 

El filósofo G. Vico (s.XVII-XVIII) plantea una alternativa decisiva en este momento: la primacía de la “verdad” sobre el “hacer” o, por el contrario, del “hacer” sobre la “verdad”. Lo hace siguiendo la invitación de la nueva lógica del filósofo F. Bacon (+1297) a abandonar la “búsqueda de la verdad” y los sueños especulativos para que el hombre se convierta en “maestro” y “señor” de la naturaleza. La meta es alcanzar el “dominio” del hombre sobre el mundo. 

La libertad que surge del nuevo pensar de Bacon es la libertad de “hacerlo todo” y de reconocer el “poder hacer” como la “única ley” para el hombre. Con estos pensamientos llegamos, finalmente, a que lo fáctico –y lo factible son lo que prima y la verdad queda relegada a un segundo plano, cuando no ignorada. 

No es difícil descubrir que esto lleva a un mundo - y a una cultura - carentes de verdad lo que entraña, inevitablemente, el sometimiento del hombre a la esclavitud bajo la apariencia de su liberación. No nos engañemos: sólo cuando la verdad tiene valor en sí misma y contemplarla y convertirla en regla de la acción vale más que todos los resultados, sólo entonces somos libres. Por eso sólo la “libertad de la verdad” es la verdadera libertad. 

La declamada “tolerancia” es, en realidad, un totalitarismo inaceptable que instaura el dogma del “todo vale” desconociendo la existencia de una verdad objetiva y de una naturaleza que, convertida en norma jurídica – ley natural/ley positiva – constituye la única garantía de una auténtica convivencia humana. No se puede, en efecto, defender con fundamentos un derecho de la persona a la libertad prescindiendo de la verdad objetiva sobre la misma persona, porque es precisamente la persona humana – con su naturaleza que siempre hay que respetar – el fundamento y el fin de la vida social, a la que el derecho debe servir. La “recta razón”, la “ética” y el “derecho natural” son valores anteriores a todo ordenamiento jurídico positivo y el estado y la legislación deben defenderlos del arbitrio y de la arrogancia de cualquier persona o grupo. 

Cuando la libertad se separa de la verdad y del derecho natural, la convivencia social de deteriora profundamente. No puede aceptarse, en consecuencia, la “dictadura del relativismo” que defiende el “todo vale” y que “todo es pactable y negociable” porque ese es el camino a la disolución social. 
La tendencia a imponer un pluralismo indiferenciado, basado en el convencimiento de que todas las posiciones son igualmente válidas instaura, de hecho, una difusa desconfianza en la razón y en sus posibilidades de abrirse a la verdad. Aun en el ámbito de la filosofía algunos intelectuales se conforman con verdades parciales y provisionales, sin intentar hacer las preguntas radicales sobre el sentido y el fundamento último de la vida humana, personal y social. Así quedamos a merced del sentimiento: todo es cuestión de lo que “yo siento”, ignorando, con eso, la esencial vinculación entre verdad y amor (caridad). Pero así no se percibe que el “riesgo fatal” de una “cultura sin verdad” es quedar “presa de las emocione” porque sólo la verdad libera al amor de la estrechez de una emotividad que la priva de los auténticos contenidos relacionales y sociales. 

Aun inspiradas en la revelación, estas reflexiones son deliberadamente filosóficas y, por lo tanto, accesibles a todos desde la razón sin necesidad de recurrir a la fe cristiana. Si lograra con ello despertar el interés de los intelectuales, dirigentes y ciudadanos por enfrentar lo que a mi juicio –que no considero infalible– constituye el núcleo fundamental de la actual situación cultural de Argentina –y, en general, de occidente- me daría por ampliamente satisfecho. Por ello mismo elegí este camino en el saludo pascual de este año. A todos deseo una feliz Pascua de Resurrección y aseguro mi oración y bendición. 

Mons. Alfredo Zecca, arzobispo de Tucumán

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