Libertad y verdad
Autor: François-Xavier Nguyên
Cardinal Van Thuân, Presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz |
Fuente: Thesocialagenda.com
Fragmento del documento elaborado
por el Card. François-Xavier Nguyên Van Thuân, Presidente del Pontificio
Consejo Justicia y Paz. Pertenece al artículo dos: La Persona Humana del
Compendio de Doctrina Social de la
Iglesia.
48. La pregunta moral, a la que
responde Cristo, no puede prescindir del problema de la libertad, es más, lo
considera central, porque no existe moral sin libertad: "El hombre puede
convertirse al bien sólo en la libertad" (GS, n. 11). Pero, ¿qué libertad?
El Concilio frente a aquellos contemporáneos nuestros que "tanto
defienden" la libertad y que la "buscan ardientemente", pero que
"a menudo la cultivan de mala manera, como si fuera lícito todo con tal de
que guste, incluso el mal"-presenta la verdadera libertad: "La
verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre. Pues
quiso Dios "dejar al hombre en manos de su propia decisión" (cf. Si
15, 14), de modo que busque sin coacciones a su Creador y, adhiriéndose a él, llegue
libremente a la plena y feliz perfección" (GS, n. 17). Si existe el
derecho de ser respetados en el propio camino de búsqueda de la verdad, existe
aún antes la obligación moral, grave para cada uno, de buscar la verdad y de
seguirla una vez conocida.
(Veritatis Splendor, n. 34)
(Veritatis Splendor, n. 34)
49. La libertad en su esencia es
interior al hombre, connatural a la persona humana, signo distintivo de su
naturaleza. La libertad de la persona encuentra, en efecto, su fundamento en su
dignidad transcendente: una dignidad que le ha sido regalada por Dios, su
Creador, y que le orienta hacia Dios. El hombre, dado que ha sido creado a
imagen de Dios (cf. Gn 1, 27), es inseparable de la libertad, de esa libertad
que ninguna fuerza o apremio exterior podrá jamás arrebatar y que constituye su
derecho fundamental, tanto como individuo cuanto como miembro de la sociedad.
El hombre es libre porque posee la facultad de determinarse en función de lo
verdadero y del bien.
(Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz, 1981, n. 5)
(Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz, 1981, n. 5)
50. Jesucristo sale al encuentro
del hombre de toda época, también de nuestra época, con las mismas palabras:
"Conoceréis la verdad y la verdad os librará" (Jn 8, 32). Estas
palabras encierran una exigencia fundamental y al mismo tiempo una advertencia:
la exigencia de una relación honesta con respecto a la verdad, como condición
de una auténtica libertad; y la advertencia, además de que se evite cualquier
libertad aparente, cualquier libertad superficial y unilateral, cualquier
libertad que no profundice en toda la verdad sobre el hombre y sobre el mundo.
(Redemptor Hominis, n. 12)
51. Pero la libertad, no es solo
un derecho que se reclama para uno mismo, es un deber que se asume cara a los
otros. Para servir verdaderamente a la paz, la libertad de cada ser humano y de
cada comunidad humana debe respetar las libertades y los derechos de los demás,
individuales o colectivos. Ella encuentra en este respeto su límite, pero
además su lógica y su dignidad, porque el hombre es por naturaleza un ser
social. (Mensaje de la Jornada
Mundial de la
Paz, 1981, n. 7)
52. El ejercicio de la libertad no implica el derecho a decir y hacer cualquier cosa. Es falso concebir al hombre "sujeto de esa libertad como un individuo autosuficiente que busca la satisfacción de su interés propio en el goce de los bienes terrenales" (Libertatis Conscientia, n. 13). Por otra parte, las condiciones de orden económico y social, político y cultural, requeridas para un justo ejercicio de la libertad son, con demasiada frecuencia, desconocidas y violadas. Estas situaciones de ceguera y de injusticia gravan la vida moral y colocan tanto a los fuertes como a los débiles en la tentación de pecar contra la caridad. Al apartarse de la ley moral, el hombre atenta contra su propia libertad, se encadena a sí mismo, rompe la fraternidad con sus semejantes y se rebela contra la verdad divina.
(CIC, n. 1740)
53. Sin embargo, en lo más íntimo del ser humano, el Creador ha impreso un orden que la conciencia humana descubre y manda observar estrictamente. Los hombres muestran que los preceptos de la ley están escritos en sus corazones, siendo testigo su conciencia (Rom 2, 15). Por otra parte, ¿cómo podría ser de otro modo? Todas las obras de Dios son, en efecto, reflejo de su infinita sabiduría, y reflejo tanto más luminoso cuanto mayor es el grado absoluto de perfección de que gozan (cf. Sal 18, 8-11).
(Pacem in Terris, n. 5)
54. En los designios de Dios, cada hombre está llamado a promover su propio progreso, porque la vida de todo hombre es una vocación dada por Dios para una misión concreta. Desde su nacimiento, ha sido dado a todos, como un germen, un conjunto de aptitudes y de cualidades para hacerlas fructíferas: su floración, fruto de la educación recibida en el propio ambiente y del esfuerzo personal, permitirá a cada uno orientarse hacia el destino, que le ha sido propuesto por el Creador. Dotado de inteligencia y de libertad, el hombre es responsable de su crecimiento lo mismo que de su salvación. Ayudado, y a veces estorbado, por los que lo educan y lo rodean, cada uno permanece siempre, sean lo que sean los influjos que sobre él se ejercen, el artífice principal de su éxito o de su fracaso: por sólo el esfuerzo de su inteligencia y de su voluntad, cada hombre puede crecer en humanidad, valer más, ser más.
(Populorum Progressio, n. 15)
55. Finalmente, al consumar en la cruz la obra de la redención, para adquirir la salvación y la verdadera libertad de los hombres, completó su revelación. Dio testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían. Pues su reino no se impone con la violencia, sino que se establece dando testimonio de la verdad y prestándole oído, y crece por el amor con que Cristo, levantado en la cruz, atrae a los hombres a Sí mismo (cf. Jn 12, 32). (Dignitatis Humanae, n. 15)
56. Finalmente, la verdadera libertad no es promovida tampoco en la sociedad permisiva, que confunde la libertad con la licencia de hacer cualquier opción y que proclama, en nombre de la libertad, una especie de amoralidad general. Es proponer una caricatura de la libertad pretender que el hombre es libre para organizar su vida sin referencia a los valores morales y que la sociedad no está para asegurar la protección y la promoción de los valores éticos. Semejante actitud es destructora de la libertad y de la paz. (Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz, 1981, n. 7)
57. La Iglesia tampoco cierra los ojos ante el peligro del fanatismo o fundamentalismo de quienes, en nombre de una ideología con pretensiones de científica o religiosa, creen que pueden imponer a los demás hombres su concepción de la verdad y del bien. No es de esta índole la verdad cristiana. Al no ser ideológica, la fe cristiana no pretende encuadrar en un rígido esquema la cambiante realidad socio-política y reconoce que la vida del hombre se desarrolla en la historia en condiciones diversas y no perfectas. La Iglesia, por tanto, al ratificar constantemente la trascendente dignidad de la persona, utiliza como método propio el respeto de la libertad. (Centesimus Annus, n. 46)
58. La democracia no puede
mantenerse sin un compromiso compartido con respecto a ciertas verdades morales
sobre la persona humana y la comunidad humana. La pregunta fundamental que ha
de plantearse una sociedad democrática es: "¿Cómo debemos vivir juntos?".
Al tratar de responder esta pregunta, ¿puede la sociedad excluir la verdad y el
razonamiento morales?.... Cada generación ... necesita saber que la libertad no
consiste en hacer lo que nos gusta, sino en tener el derecho de hacer lo que
debemos. Cristo nos pide que conservemos la verdad, porque, como nos prometío:
"Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8, 32).
Depositum custodi! Debemos conservar la verdad, que es la condición de la
auténtica libertad, y permite que ésta alcance su plenitud en la bondad.
Tenemos que conservar el depósito de la verdad divina, que nos han transmitido
en la Iglesia,
especialmente con vistas a los desafíos que plantea la cultura materialista y
la mentalidad permisiva, que reducen la libertad a libertinaje. (Juan Pablo II, Homilia en Baltimore, nn. 7-8)
59. No sólo no es lícito desatender desde el punto de vista ético la naturaleza del hombre que ha sido creado para la libertad, sino que esto ni siquiera es posible en la práctica. Donde la sociedad se organiza reduciendo de manera arbitraria o incluso eliminando el ámbito en que se ejercita legítimamente la libertad, el resultado es la desorganización y la decadencia progresiva de la vida social. (Centesimus Annus, n. 25)
59. No sólo no es lícito desatender desde el punto de vista ético la naturaleza del hombre que ha sido creado para la libertad, sino que esto ni siquiera es posible en la práctica. Donde la sociedad se organiza reduciendo de manera arbitraria o incluso eliminando el ámbito en que se ejercita legítimamente la libertad, el resultado es la desorganización y la decadencia progresiva de la vida social. (Centesimus Annus, n. 25)
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