sábado, 28 de septiembre de 2013

CONGRESO INTERNACICONAL DE CATEQUISTAS

Francisco: 'No sólo trabajar como catequistas sino principalmente serlo'
 Zenit.org
Losparticipantes del Congreso Internacional sobre la Catequesis reciben al papa con increíble entusiasmo
Por Rocío Lancho García

CIUDAD DEL VATICANO, 27 de septiembre de 2013  El santo padre ha encontrado esta tarde en el Aula Pablo XVI a 1600 catequistas de 50 países, muchos de ellos acompañados por sus obispos y sacerdotes para el Congreso Internacional de Catequistas que se realizó en Roma con motivo del Año de la Fe.
Antes de comenzar su discurso, Francisco ha caminado por el pasillo central y ha pasado saludado a los que allí se encontraban. Los catequistas han acogido al papa con gran entusiasmo mientras le pedían su bendición y algunos le hacían regalos.
Monseñor Fisichella, presidente del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, ha dirigido unas palabras al inicio del encuentro, en las que ha recordado que ésta es "una ocasión para retomar con entusiasmo un camino de compromiso común".
El santo padre ha comenzado recordando que la catequesis es un pilar para la educación de la fe, que no es un trabajo como cualquier otro,  pero que debe ayudar a los niños, jóvenes y adultos a conocer a amar cada vez más al Señor, o sea una de las aventuras educativas más bellas. Del mismo modo ha subrayado que no es lo mismo "ser" catequista que "trabajar" como catequista, ya que el ser catequista es un vocación.
Citando a Benedicto XVI ha recordado que la Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción y lo que atrae es el testimonio. Así mismo ha mencionado las palabras de san Francisco de Así cuando decía "predicad siempre el Evangelio y si fuera necesario también con las palabras".
Ser catequista --dijo el papa Francisco-- requiere amor, amor cada vez más fuerte a Cristo y amor a su pueblo santo y este amor necesariamente viene de Cristo. Y les ha preguntado ¿qué significa este venir de Cristo para un catequista? Y lo ha explicado "como hacían los viejos jesuitas": en tres puntos.
En primer lugar recomenzar desde Cristo significa tener familiaridad con Él, y añade que "si estamos unidos a Él podemos llevar fruto, y esta es la familiaridad con Cristo". Y así ha señalado que tener un "título de catequista" no sirve, es solo un pequeño camino, porque "no es un título, es una actitud". Así, ha preguntado a los catequistas cómo están en la presencia del Señor, qué hacen y si se dejan mirar por Él. Dejarse mirar por Cristo, ha señalado el santo padre, es una forma de rezar y "esto calienta el corazón, tiene acceso al fuego de la amistad, hace sentir que Él verdaderamente me mira, está cerca de mí y me quiere".
También ha reconocido que entiende que no es sencillo "especialmente para quien está casado y tiene hijos, es difícil encontrar un tiempo largo de calma. Pero, gracias a Dios, no es necesario hacer todo de la misma manera; en la Iglesia hay variedad de vocaciones y variedad de formas espirituales; lo importante es encontrar el modo adecuado para estar con el Señor; y esto se puede, es posible en cada estado de vida."
El segundo elemento que ha dado ha sido: recomenzar de Cristo significa "imitarlo en el salir de sí e ir al encuentro con el otro". Una experiencia, ha explicado el papa, un poco paradójica. Y esto es "porque ¡quien pone al centro de la propia vida a Cristo se descentra! Más te unes a Jesús y Él se convierte en el centro de tu vida, más Él te hace salir de ti mismo, te descentra y te abre a los otros". Francisco ha explicado esta idea diciendo que el corazón del catequista vive siempre este movimiento de 'sístole - diástole': unión con Jesús y encuentro con los otros. Y ha hablado del kerigma, que es un don que el catequista recibe y un don que lo da.
Y en tercer lugar, "recomenzar desde Cristo significa no tener miedo de ir con Él a las periferias. Aquí el papa ha hablado de la historia de Jonás, un hombre pío que cuando el Señor lo llama para predicar en Nínive no se siente capaz, "Nínive está fuera de sus esquemas, está en la periferia de su mundo". Con este ejemplo el papa ha hablado de no tener miedo de salir de nuestros esquemas para seguir a Cristo, "porque Dios no tiene miedo de las periferias". Y ha añadido que Dios es siempre fiel, creativo, no es cerrado ni rígido, nos acoge, nos viene al encuentro, nos comprende. También ha destacado la creatividad del catequista como una columna de su labor. "Si un catequista se dejar llevar por el miedo, es un cobarde; si un catequista se queda tranquilo terminar por ser una estatua de museo; si un catequista es rígido, se vuelve reseco y estéril" ha advertido Francisco a los presentes. Y del mismo modo, ha recordado que "prefiere una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma". Y en esta labor, "nuestra belleza y nuestra fuerza" es que "si salimos a llevar su Evangelio con amor Él camina con nosotros" y "nos primerea" siempre. El santo padre ha subrayado que Dios siempre nos precede y que si tenemos miedo de ir a una periferia, en realidad Él ya está allí.
Al finalizar, el obispo de Roma ha dado las gracias a los catequistas y les ha invitado a permanecer con Cristo, ser una sola cosa con Él, seguirlo e imitarlo.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Juan Pablo II y la educación prenatal

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN CONGRESO SOBRE LOS FUNDAMENTOS BIOLÓGICOS
Y PSICOLÓGICOS DE LA EDUCACIÓN PRENATAL


 20 de marzo de 1998

Ilustres señores; gentiles señoras:
1. Me alegra saludaros con ocasión del congreso sobre los «Fundamentos biológicos y psicológicos de la educación prenatal», en el que participáis. Os dirijo a cada uno mi cordial saludo, con un pensamiento particular de estima a los promotores del encuentro, entre quienes figuran los responsables del «Movimiento en favor de la vida», meritoria iniciativa de corazones generosos que, durante estos años, ha ido recibiendo cada vez más adhesiones.
Es motivo de consuelo encontrar en el panorama científico actual a un grupo de investigadores que, reconociendo la plena dignidad del niño por nacer, exploran los caminos de una nueva disciplina, la educación prenatal. Se trata de una admirable y meritoria investigación: inclinarse ante el hijo que se encuentra todavía en el seno materno, no sólo para constatar y observar su crecimiento físico y escuchar los latidos de su pequeño corazón, sino también para indagar sus emociones y registrar los signos de desarrollo de su psique. En esta investigación hay un tributo implícito de respeto a la persona, en la que ya palpita el espíritu inmortal y se manifiesta la imagen del Creador.
2. Es justo poner al niño en el centro de la atención de las ciencias humanas, y no sólo de las biológicas, ya desde el comienzo de su camino temporal en el seno materno. Por tanto, queridos congresistas, vuestro compromiso tiene ciertamente un valor en el campo de las ciencias experimentales, pero también un significado antropológico y moral. En efecto, vuestro interés, al superar el puro organicismo y la consideración de los aspectos físico-funcionales, que a pesar de todo conservan su importancia, se dirige hacia la intimidad del nuevo ser, que es huésped del seno materno.
Vosotros lo veis, por decirlo así, en perspectiva: miráis al desarrollo sucesivo del niño —su infancia, su adolescencia, su edad adulta—, a fin de captar las conexiones psicológicas que existen entre estas fases de la existencia y sus comienzos en el seno de la madre, y sugerir a los padres la conducta más idónea para asegurar el comienzo armónico del proceso.
La historia de la persona después del nacimiento depende, ciertamente, del cuidado físico y médico que recibe. Pero también ejercen gran influencia en ella la serenidad, la intensidad y la riqueza de las emociones experimentadas durante la vida prenatal. Por consiguiente, hay que considerar de máxima importancia esta línea de investigación prenatal.
En esta perspectiva, también es importante destacar la conexión que existe entre el desarrollo de la psicología del hijo por nacer y el ambiente de vida familiar de su entorno. La armonía de los esposos, el calor del hogar y la serenidad de la vida diaria influyen en su psicología, favoreciendo su nacimiento armonioso: no sólo los genes transmiten los rasgos hereditarios de los padres, sino también las repercusiones de su situación espiritual y emotiva.
3. Es grato constatar cómo la medicina y la psicología, con sus respectivos recursos, pueden ponerse al servicio de la vida del hijo por nacer y de su desarrollo progresivo. Mientras hoy algunas líneas de investigación e intervención experimental corren el riesgo de olvidar el misterio de la persona presente en la?vida que brota en el seno de la madre, vosotros os proponéis desarrollar vuestros estudios partiendo de este supuesto. En efecto, sabéis que la desgracia más grave para la humanidad es perder el significado del valor de la vida humana ya desde su inicio.
Conocer la vida en todas sus dimensiones, para respetarla y promoverla en todo su desarrollo y en todo su misterio: este es el horizonte que os guía y que hoy queréis reafirmar ante el Sucesor de Pedro. Es de desear, en este contexto, que los encargados de la asignación de los medios económicos destinados a la investigación sepan distinguir entre los programas que servirán para sostener la vida y los que ofenden su integridad o ponen en peligro su misma existencia.
Corresponde, en particular, a los investigadores católicos la tarea de hacer que sus esfuerzos se ordenen hacia los objetivos humanos más altos a los que la ciencia puede servir. A este respecto, escribí en la carta encíclica Evangelium vitae: «También los intelectuales pueden hacer mucho en la construcción de una nueva cultura de la vida humana. Una tarea particular corresponde a los intelectuales católicos, llamados a estar presentes activamente en los círculos privilegiados de elaboración cultural, en el mundo de la escuela y de la universidad, en los ambientes de investigación científica y técnica, en los puntos de creación artística y de?la reflexión humanística» (n. 98).
4. Invito nuevamente a los creyentes a colaborar con espíritu abierto con sus colegas del mundo científico, para desarrollar la investigación sobre los componentes físicos, psicológicos y espirituales de la vida humana ya desde sus albores. Cualquier persona que sea sensible a la defensa y a la promoción de la vida, especialmente cuando es frágil e indefensa, no puede contentarse con la proclamación, aunque sea justa y sacrosanta, del derecho a la vida, sino que debe sentirse comprometida a elaborar una cultura científicamente fundada «con aportaciones serias, documentadas, capaces de ganarse por su valor el respeto e interés de todos» (ib.).
La victoria, en definitiva, será de la verdad, porque Dios está de su parte. ¿No es él, acaso, el Dios de la verdad y el Señor de la vida?
Por tanto, os exhorto a continuar en vuestros estudios con rigor ejemplar. El Señor seguramente os acompañará con su gracia en vuestro trabajo diario, que ponéis al servicio de un futuro más hermoso y rico de vida.
Con estos deseos, mientras invoco sobre vosotros y sobre vuestras actividades, la protección de la Virgen María, Sede de la sabiduría y Madre del Verbo encarnado, os imparto de corazón mi afectuosa bendición.
Vaticano, 20 de marzo de 1998

Papa Francisco y la educación integral

VISITA A LA COMUNIDAD DE VARGINHA (MANGUINHOS)
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Río de Janeiro
Jueves 25 de julio de 2013

Queridos hermanos y hermanas
Buenos días.
Es bello estar aquí con ustedes. Es bello. Ya desde el principio, al programar la visita a Brasil, mi deseo era poder visitar todos los barrios de esta nación. Habría querido llamar a cada puerta, decir «buenos días», pedir un vaso de agua fresca, tomar un «cafezinho» —no una copa de orujo—, hablar como amigo de casa, escuchar el corazón de cada uno, de los padres, los hijos, los abuelos... Pero Brasil, ¡es tan grande! Y no se puede llamar a todas las puertas. Así que elegí venir aquí, a visitar vuestra Comunidad; esta Comunidad que hoy representa a todos los barrios de Brasil. ¡Qué hermoso es ser recibidos con amor, con generosidad, con alegría! Basta ver cómo habéis decorado las calles de la Comunidad; también esto es un signo de afecto, nace del corazón, del corazón de los brasileños, que está de fiesta. Muchas gracias a todos por la calurosa bienvenida. Agradezco a los esposos Rangler y Joana sus cálidas palabras. 1. Desde el primer momento en que he tocado el suelo brasileño, y también aquí, entre vosotros, me siento acogido. Y es importante saber acoger; es todavía más bello que cualquier adorno. Digo esto porque, cuando somos generosos en acoger a una persona y compartimos algo con ella —algo de comer, un lugar en nuestra casa, nuestro tiempo— no nos hacemos más pobres, sino que nos enriquecemos. Ya sé que, cuando alguien que necesita comer llama a su puerta, siempre encuentran ustedes un modo de compartir la comida; como dice el proverbio, siempre se puede «añadir más agua a los frijoles». ¿Se puede añadir más agua a los frijoles? … ¿Siempre? … Y lo hacen con amor, mostrando que la verdadera riqueza no está en las cosas, sino en el corazón.
Y el pueblo brasileño, especialmente las personas más sencillas, pueden dar al mundo una valiosa lección de solidaridad, una palabra —esta palabra solidaridad— a menudo olvidada u omitida, porque es incomoda. Casi da la impresión de una palabra rara… solidaridad. Me gustaría hacer un llamamiento a quienes tienen más recursos, a los poderes públicos y a todos los hombres de buena voluntad comprometidos en la justicia social: que no se cansen de trabajar por un mundo más justo y más solidario. Nadie puede permanecer indiferente ante las desigualdades que aún existen en el mundo. Que cada uno, según sus posibilidades y responsabilidades, ofrezca su contribución para poner fin a tantas injusticias sociales. No es, no es la cultura del egoísmo, del individualismo, que muchas veces regula nuestra sociedad, la que construye y lleva a un mundo más habitable; no es ésta, sino la cultura de la solidaridad; la cultura de la solidaridad no es ver en el otro un competidor o un número, sino un hermano. Y todos nosotros somos hermanos. Deseo alentar los esfuerzos que la sociedad brasileña está haciendo para integrar todas las partes de su cuerpo, incluidas las que más sufren o están necesitadas, a través de la lucha contra el hambre y la miseria. Ningún esfuerzo de «pacificación» será duradero, ni habrá armonía y felicidad para una sociedad que ignora, que margina y abandona en la periferia una parte de sí misma. Una sociedad así, simplemente se empobrece a sí misma; más aún, pierde algo que es esencial para ella. No dejemos, no dejemos entrar en nuestro corazón la cultura del descarte. No dejemos entrar en nuestro corazón la cultura del descarte, porque somos hermanos. No hay que descartar a nadie. Recordémoslo siempre: sólo cuando se es capaz de compartir, llega la verdadera riqueza; todo lo que se comparte se multiplica. Pensemos en la multiplicación de los panes de Jesús. La medida de la grandeza de una sociedad está determinada por la forma en que trata a quien está más necesitado, a quien no tiene más que su pobreza.
2. También quisiera decir que la Iglesia, «abogada de la justicia y defensora de los pobres ante intolerables desigualdades sociales y económicas, que claman al cielo» (Documento de Aparecida, 395), desea ofrecer su colaboración a toda iniciativa que pueda significar un verdadero desarrollo de cada hombre y de todo el hombre. Queridos amigos, ciertamente es necesario dar pan a quien tiene hambre; es un acto de justicia. Pero hay también un hambre más profunda, el hambre de una felicidad que sólo Dios puede saciar. Hambre de dignidad. No hay una verdadera promoción del bien común, ni un verdadero desarrollo del hombre, cuando se ignoran los pilares fundamentales que sostienen una nación, sus bienes inmateriales: la vida, que es un don de Dios, un valor que siempre se ha de tutelar y promover; la familia, fundamento de la convivencia y remedio contra la desintegración social; la educación integral, que no se reduce a una simple transmisión de información con el objetivo de producir ganancias; la salud, que debe buscar el bienestar integral de la persona, incluyendo la dimensión espiritual, esencial para el equilibrio humano y una sana convivencia; la seguridad, en la convicción de que la violencia sólo se puede vencer partiendo del cambio del corazón humano. 3. Quisiera decir una última cosa, una última cosa. Aquí, como en todo Brasil, hay muchos jóvenes. Jóvenes, queridos jóvenes, ustedes tienen una especial sensibilidad ante la injusticia, pero a menudo se sienten defraudados por los casos de corrupción, por las personas que, en lugar de buscar el bien común, persiguen su propio interés. A ustedes y a todos les repito: nunca se desanimen, no pierdan la confianza, no dejen que la esperanza se apague. La realidad puede cambiar, el hombre puede cambiar. Sean los primeros en tratar de hacer el bien, de no habituarse al mal, sino a vencerlo con el bien. La Iglesia los acompaña ofreciéndoles el don precioso de la fe, de Jesucristo, que ha «venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10,10).
Hoy digo a todos ustedes, y en particular a los habitantes de esta Comunidad de Varginha: No están solos, la Iglesia está con ustedes, el Papa está con ustedes. Llevo a cada uno de ustedes en mi corazón y hago mías las intenciones que albergan en lo más íntimo: la gratitud por las alegrías, las peticiones de ayuda en las dificultades, el deseo de consuelo en los momentos de dolor y sufrimiento. Todo lo encomiendo a la intercesión de Nuestra Señora de Aparecida, la Madre de todos los pobres del Brasil, y con gran afecto les imparto mi Bendición. Gracias.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

PADRE FRANCISCO A LOS ESTUDIANTES

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS ESTUDIANTES DE LAS ESCUELAS DE LOS JESUITAS
DE ITALIA Y ALBANIA

Viernes 7 de junio de 2013



En el encuentro con 9.000 representantes de las comunidades de las escuelas de la Compañía de Jesús en Italia y Albania, el Papa Francisco dio vida a un diálogo espontáneo con los jóvenes, dejando aparte el discurso escrito que resumió de palabra, y respondiendo a diez preguntas.


¡Queridos muchachos, queridos jóvenes!
Preparé este discurso para pronunciároslo... pero, ¡son cinco páginas! Un poco aburrido... Hagamos algo: haré un pequeño resumen y después lo entregaré, por escrito, al padre provincial; lo daré también al padre Lombardi, para que todos vosotros lo tengáis por escrito. Y además, hay posibilidad de que algunos de vosotros hagáis una pregunta y tengamos un pequeño diálogo. Esto os gusta, ¿o no? ¿Sí? Bien. Vamos por este camino.
El primer punto de este escrito es que en la educación que damos nosotros, jesuitas, el punto clave es —para nuestro desarrollo como personas— la magnanimidad. Debemos ser magnánimos, con el corazón grande, sin miedo. Apostar siempre por los grandes ideales. Pero también magnanimidad con las cosas pequeñas, con las cosas cotidianas. El corazón amplio, el corazón grande. Y esta magnanimidad es importante encontrarla con Jesús, en la contemplación de Jesús. Jesús es quien nos abre las ventanas al horizonte. Magnanimidad significa caminar con Jesús, con el corazón atento a lo que Jesús nos dice. Por este camino desearía decir algo a los educadores, a los profesionales en las escuelas y a los padres. Educar. Al educar existe un equilibrio que hay que mantener, equilibrar bien los pasos: un paso firme en el marco de seguridad, pero el otro caminando por la zona de riesgo. Y cuando ese riesgo se convierte en seguridad, el otro paso busca otra zona de riesgo. No se puede educar sólo en la zona de seguridad: no. Esto es impedir que crezcan las personalidades. Pero tampoco se puede educar sólo en la zona de riesgo: esto es demasiado peligroso. Este equilibrio de los pasos, recordadlo bien.
Hemos llegado a la última página. Y a vosotros, educadores, quiero también alentaros a buscar nuevas formas de educación no convencionales, según las necesidades de los lugares, de los tiempos y de las personas. Esto es importante, en nuestra espiritualidad ignaciana: ir siempre «a más», y no estar tranquilos con las cosas convencionales. Buscar nuevas formas según los lugares, los tiempos y las personas. Os animo a esto.
Y ahora estoy dispuesto a responder a algunas preguntas que queráis hacer: los chavales, los educadores. Estoy a disposición. He dicho al padre provincial que me ayude en esto.
Un chaval: Soy Francesco Bassani, del Instituto Leone XIII. Soy un chico que, como te he escrito en mi carta, Papa, busca creer. Busco... intento, sí, ser fiel. Pero tengo dificultades. A veces me surgen dudas. Y creo que esto es absolutamente normal a mi edad. Dado que tú eres el Papa que creo que tendré más tiempo en el corazón, en mi vida, porque te encuentro en mi fase de adolescencia, de crecimiento, te quería pedir alguna palabra para sostenerme en este crecimiento y sostener a todos los chicos como yo.
Papa Francisco: Caminar es un arte, porque si caminamos siempre deprisa nos cansamos y no podemos llegar al final, al final del camino. En cambio, si nos detenemos y no caminamos, ni siquiera llegamos al final. Caminar es precisamente el arte de mirar el horizonte, pensar adónde quiero ir, pero también soportar el cansancio del camino. Y muchas veces el camino es difícil, no es fácil. «Quiero ser fiel a este camino, pero no es fácil, escuchas: hay oscuridad, hay días de oscuridad, también días de fracaso, incluso alguna jornada de caída... uno cae, cae...». Pero pensad siempre en esto: no tengáis miedo de los fracasos; no tengáis miedo de las caídas. En el arte de caminar lo que importa no es no caer, sino no «quedarse caídos». Levantarse pronto, inmediatamente, y seguir andando. Y esto es bello: esto es trabajar todos los días, esto es caminar humanamente. Pero también: es malo caminar solos, malo y aburrido. Caminar en comunidad, con los amigos, con quienes nos quieren: esto nos ayuda, nos ayuda a llegar precisamente a la meta a la que queremos llegar. No sé si he respondido a tu pregunta. ¿Sí? ¿No tendrás miedo del camino? Gracias.
Una niña: Soy Sofía Grattarola, del Instituto Massimiliano Massimo. Y quería preguntarle, dado que usted, como todos los niños, cuando estaban en primaria tenían amigos, ¿no? Y dado que hoy usted es Papa, si ve todavía a estos amigos...
Papa Francisco: Soy Papa desde hace dos meses y medio. Mis amigos están a 14 horas de avión, están lejos. Pero quiero decirte algo: han venido tres de ellos a verme y a saludarme; y les veo y me escriben, y les quiero mucho. No se puede vivir sin amigos: esto es importante, es importante.
Una niña: Soy Teresa. Francisco, ¿querías ser Papa?
Papa Francisco: ¿Sabes qué significa que una persona no se quiera a ella misma? Una persona que desea, que tiene ganas de ser Papa, no se quiere bien a ella misma. Dios no lo bendice. No; yo no quise ser Papa. ¿Vale? Ven, ven, ven...
Una señora: Santidad, somos Mónica y Antonella, de la coral de los Alumnos del Cielo del Instituto Social de Turín. Como nosotros, que fuimos educados en las escuelas de los jesuitas, a menudo somos invitados a reflexionar sobre la espiritualidad de san Ignacio, deseamos preguntarle: dado que eligió la vida consagrada, ¿qué le impulsó a ser jesuita antes que sacerdote diocesano o de otra Orden? Gracias.
Papa Francisco: Me alojé varias veces en el Social de Turín. Lo conozco bien. Lo que más me gustó de la Compañía es la misionariedad, y quería ser misionero. Y cuando estudiaba teología escribí al General, que era el padre Arrupe, para que me mandara, me enviara a Japón o a otro sitio. Pero él lo pensó bien, y me dijo, con mucha caridad: «Pero usted ha tenido una afección pulmonar, cosa no muy buena para un trabajo tan fuerte», y me quedé en Buenos Aires. Pero fue muy bueno, el padre Arrupe, porque no dijo: «Pero usted no es muy santo para ser misionero»: era bueno, tenía caridad. Y lo que me dio mucha fuerza para hacerme jesuita es la misionariedad: ir fuera, ir a las misiones a anunciar a Jesucristo. Creo que esto es propio de nuestra espiritualidad: ir fuera, salir, salir siempre para anunciar a Jesucristo, y no permanecer un poco cerrados en nuestras estructuras, tantas veces estructuras caducas. Es lo que me impulsó. Gracias.
Una niña: Soy Caterina De Marchis, del Instituto Leone XIII, y me preguntaba: ¿por qué usted —bueno, tú— has renunciado a todas las riquezas de un Papa, como un apartamento lujoso, o a un coche enorme, y en cambio has ido a un pequeño apartamento cerca, o tomaste el autobús de los obispos? ¿Cómo es que has renunciado a la riqueza?
Papa Francisco: Bueno, creo que es no sólo un tema de riqueza. Para mí es un problema de personalidad: esto es. Tengo la necesidad de vivir entre la gente, y si viviera solo, tal vez un poco aislado, no me haría bien. Esta pregunta me la hizo un profesor: «Pero ¿por qué usted no va a vivir allí?». Respondí: «Oiga, profesor: por motivos psiquiátricos». Es mi personalidad. Pero el apartamento ese [del palacio pontificio] no es tan lujoso, tranquila... Pero no puedo vivir solo, ¿entiendes? Y además creo que sí: los tiempos nos hablan de mucha pobreza en el mundo, y esto es un escándalo. La pobreza del mundo es un escándalo. En un mundo donde hay tantas, tantas riquezas, tantos recursos para dar de comer a todos, no se puede entender cómo hay tantos niños hambrientos, que haya tantos niños sin educación, ¡tantos pobres! La pobreza, hoy, es un grito. Todos nosotros tenemos que pensar si podemos ser un poco más pobres: también esto todos lo debemos hacer. Cómo puedo ser un poco más pobre para parecerme mejor a Jesús, que era el Maestro pobre. De esto se trata. Pero no es una cuestión de virtud mía, personal; es sólo que yo no puedo vivir solo; y también lo del coche, lo que dices: no tener tantas cosas y ser un poco más pobre. Es esto.
Un chico: Me llamo Eugenio Serafini, soy del Instituto cei, centro educativo ignaciano. Le quería hacer una pegunta breve: ¿Qué es lo que hizo cuando decidió ser, no Papa, sino párroco, ser jesuita? ¿Cómo hizo? ¿No le fue difícil abandonar o dejar a la familia, a los amigos?
Papa Francisco: Mira, siempre es difícil: siempre. Para mí fue difícil. No es fácil. Hay momentos bellos, y Jesús te ayuda, te da un poco de alegría. Pero hay momentos difíciles, en los que te sientes solo, te sientes árido, sin gozo interior. Existen momentos oscuros, de oscuridad interior. Hay dificultades. Pero es muy bello seguir a Jesús, ir por el camino de Jesús, que luego sopesas y vas adelante. Y luego llegan momentos más bellos. Pero nadie debe pensar que en la vida no habrá dificultades. Yo también desearía hacer una pregunta ahora: ¿cómo pensáis ir adelante con las dificultades? No es fácil. Pero debemos ir adelante con fuerza y con confianza en el Señor; con el Señor, todo se puede.
Una joven: Hola, me llamo Federica Iaccarino y vengo del Instituto Pontano de Nápoles. Quería pedir una palabra para los jóvenes de hoy, para el futuro de los jóvenes de hoy, dado que Italia se encuentra en una posición de gran dificultad. Y querría pedir una ayuda para poder mejorarla, una ayuda para nosotros, para poder sacar adelante a estos chicos, a nosotros, jóvenes.
Papa Francisco: Dices que Italia está en un momento difícil. Sí, hay una crisis. Pero te diré: no sólo Italia. Todo el mundo, en este momento, está en un momento de crisis. Y la crisis, la crisis no es algo malo. Es verdad que la crisis nos hace sufrir, pero debemos —y vosotros, jóvenes, principalmente—, debemos saber leer la crisis. Esta crisis, ¿qué significa? ¿Qué debo hacer yo para ayudar a salir de la crisis? La crisis que estamos viviendo en este momento es una crisis humana. Se dice: pero es una crisis económica, una crisis del trabajo. Sí, es verdad. Pero ¿por qué? Porque este problema del trabajo, este problema en la economía, son consecuencias del gran problema humano. Lo que está en crisis es el valor de la persona humana, y nosotros tenemos que defender a la persona humana. En este momento... bueno, ya lo he contado tres veces, pero lo haré una cuarta. Leí, una vez, un relato de un rabino medieval, del año 1200. Este rabino explicaba a los judíos de aquel tiempo la historia de la Torre de Babel. Construir la Torre de Babel no era fácil: tenían que hacerse los ladrillos; ¿y cómo se hace el ladrillo? Buscar el barro, la paja, mezclarlos, llevarlos al horno: era un gran trabajo. Y después de este trabajo, un ladrillo se convertía en un verdadero tesoro. Luego llevaban los ladrillos a lo alto, para la construcción de la Torre de Babel. Si un ladrillo caía, era una tragedia; castigaban al obrero que lo había hecho caer, ¡era una tragedia! Pero si caía un hombre, ¡no pasaba nada! Esta es la crisis que hoy estamos viviendo; ésta: es la crisis de la persona. Hoy no cuenta la persona, cuentan los fondos, el dinero. Y Jesús, Dios, dio el mundo, toda la creación, la dio a la persona, al hombre y a la mujer, a fin de que la sacaran adelante; no al dinero. Es una crisis, la persona está en crisis porque la persona hoy —escuchad bien, esto es verdad— ¡es esclava! Y nosotros debemos liberarnos de estas estructuras económicas y sociales que nos esclavizan. Y ésta es vuestra tarea.
Un niño: Hola, soy Francesco Vin, y vengo del Colegio San Ignacio de Messina. Te quería preguntar si has estado alguna vez en Sicilia.
Papa Francisco: No. Puedo decir dos cosas: no, o todavía no.
El niño: Si vienes, ¡te esperamos!
Papa Francisco: Pero te digo algo: de Sicilia conozco una película bellísima, que vi hace diez años; se llama Kaos, con la «k»: Kaos. Es una película sobre cuatro relatos de Pirandello, y es muy bonita esta película. Pude contemplar todas las bellezas de Sicilia. Esto es lo único que conozco de Sicilia. ¡Pero es bonita!
Un profesor: Enseño español porque soy español: soy de San Sebastián. Profesor también de religión, y puedo decir que los docentes, los profesores, le queremos mucho: esto es seguro. No hablo en nombre de nadie, pero al ver a tantos exalumnos, también a tantas personalidades, y también a nosotros, adultos, profesores, educados por los jesuitas, me interrogo sobre nuestro compromiso político, social, en la sociedad, como adultos en las escuelas jesuíticas. Díganos alguna palabra: cómo nuestro compromiso, nuestro trabajo hoy, en Italia, en el mundo, puede ser jesuítico, puede ser evangélico.
Papa Francisco: Muy bien. Involucrarse en la política es una obligación para un cristiano. Nosotros, cristianos, no podemos «jugar a Pilato», lavarnos las manos: no podemos. Tenemos que involucrarnos en la política porque la política es una de las formas más altas de la caridad, porque busca el bien común. Y los laicos cristianos deben trabajar en política. Usted me dirá: «¡Pero no es fácil!». Pero tampoco es fácil ser sacerdote. No existen cosas fáciles en la vida. No es fácil, la política se ha ensuciado demasiado; pero me pregunto: se ha ensuciado ¿por qué? ¿Por qué los cristianos no se han involucrado en política con el espíritu evangélico? Con una pregunta que te dejo: es fácil decir «la culpa es de ese». Pero yo, ¿qué hago? ¡Es un deber! Trabajar por el bien común, ¡es un deber de un cristiano! Y muchas veces el camino para trabajar es la política. Hay otros caminos: profesor, por ejemplo, es otro camino. Pero la actividad política por el bien común es uno de los caminos. Esto está claro.
Un joven: Padre, me llamo Giacomo. En realidad no estoy solo aquí hoy, sino que traigo a un gran número de muchachos, que son los chicos de la «Lega Missionaria Studenti». Es un movimiento un poco transversal, así que un poco por todos los colegios que tenemos un poco de «Lega Missionaria Studenti». Padre, ante todo mi gratitud y la de todos los chicos a quienes he oído estos días, porque por fin con usted hemos encontrado ese mensaje de esperanza que antes nos sentíamos obligados a reencontrar por el mundo. Ahora poderlo oír en nuestra casa es algo que para nosotros es poderosísimo. Sobre todo, Padre, permítame decirlo, esta luz se encendió en ese lugar en el que los jóvenes empezábamos realmente a perder la esperanza. Así que gracias, porque verdaderamente ha llegado al fondo. Mi pregunta es ésta, Padre: nosotros, como usted bien sabe por su experiencia, hemos aprendido a experimentar, a convivir con muchos tipos de pobreza, que son la pobreza material —pienso en la pobreza de nuestro hermanamiento en Kenia—, la pobreza espiritual —pienso en Rumanía, pienso en las plagas de los acontecimientos políticos, pienso en el alcoholismo. Por lo tanto, Padre, quiero preguntarle: ¿cómo podemos los jóvenes convivir con esta pobreza? ¿Cómo debemos comportarnos?
Papa Francisco: Antes que nada desearía decir algo a todos vosotros, jóvenes: ¡no os dejéis robar la esperanza! Por favor, ¡no os la dejéis robar! ¿Y quién te roba la esperanza? El espíritu del mundo, las riquezas, el espíritu de la vanidad, la soberbia, el orgullo. Todas estas cosas te roban la esperanza. ¿Dónde encuentro la esperanza? En Jesús pobre, Jesús que se hizo pobre por nosotros. Y tú has hablado de pobreza. La pobreza nos llama a sembrar esperanza, para tener también yo más esperanza. Esto parece un poco difícil de entender, pero recuerdo que el padre Arrupe, una vez, escribió una carta buena a los centros de investigación social, a los centros sociales de la Compañía. Él hablaba de cómo se debe estudiar el problema social. Pero al final nos decía, decía a todos nosotros: «Mirad, no se puede hablar de pobreza sin tener la experiencia con los pobres». Tú has hablado del hermanamiento con Kenia: la experiencia con los pobres. No se puede hablar de pobreza, de pobreza abstracta, ¡ésta no existe! La pobreza es la carne de Jesús pobre, en ese niño que tiene hambre, en quien está enfermo, en esas estructuras sociales que son injustas. Ir, mirar allí la carne de Jesús. Pero la esperanza no os la dejéis robar por el bienestar, por el espíritu de bienestar que, al final, te lleva a ser nada en la vida. El joven debe apostar por altos ideales: éste es el consejo. Pero la esperanza, ¿dónde la encuentro? En la carne de Jesús sufriente y en la verdadera pobreza. Hay un vínculo entre ambas. Gracias.
Ahora os doy a todos, a todos vosotros, a vuestras familias, a todos, la bendición del Señor.
 


Queridos muchachos, queridos jóvenes:
Estoy contento de recibiros con vuestras familias, profesores y amigos de la gran familia de las escuelas de los jesuitas italianos y de Albania. A todos vosotros, mi afectuoso saludo: ¡bienvenidos! Con todos vosotros me siento verdaderamente «en familia». Y es motivo de especial alegría la coincidencia de este encuentro nuestro con la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.
Desearía deciros, ante todo, una cosa que se refiere a san Ignacio de Loyola, nuestro fundador. En otoño de 1537, de camino a Roma con el grupo de sus primeros compañeros, se interrogó: si nos preguntan quiénes somos, ¿qué responderemos? Surge espontánea la respuesta: «Diremos que somos la “Compañía de Jesús”» (Fontes Narrativi Societatis Iesu, vol. 1, pp. 320-322). Un nombre comprometedor, que quería indicar una relación de estrechísima amistad, de afecto total hacia Jesús, de quien querían seguir sus huellas. ¿Por qué os he querido contar este hecho? Porque san Ignacio y sus compañeros habían entendido que Jesús les enseñaba cómo vivir bien, cómo realizar una existencia que tuviera un sentido profundo, que done entusiasmo, alegría y esperanza; habían comprendido que Jesús es un gran maestro de vida y un modelo de vida, y que no sólo les enseñaba, sino que les invitaba también a seguirle por este camino.
Queridos jóvenes, si ahora os hiciera esta pregunta: ¿por qué vais a la escuela? ¿Qué me responderíais? Probablemente habría muchas respuestas según la sensibilidad de cada uno. Pero pienso que se podría resumir todo diciendo que la escuela es uno de los ambientes educativos en los que se crece para aprender a vivir, para llegar a ser hombres y mujeres adultos y maduros, capaces de caminar, de recorrer el camino de la vida. ¿Cómo os ayuda la escuela a crecer? Os ayuda no sólo en el desarrollo de vuestra inteligencia, sino para una formación integral de todos los componentes de vuestra personalidad.
Siguiendo esto que nos enseña san Ignacio, el elemento principal en la escuela es aprender a ser magnánimos. La magnanimidad: esta virtud del grande y del pequeño (Non coerceri maximo contineri minimo, divinum est), que nos hace mirar siempre al horizonte. ¿Qué quiere decir ser magnánimos? Significa tener el corazón grande, tener grandeza de ánimo, quiere decir tener grandes ideales, el deseo de realizar grandes cosas para responder a lo que Dios nos pide, y precisamente por esto realizar bien las cosas de cada día, todas las acciones cotidianas, las obligaciones, los encuentros con las personas; hacer las cosas pequeñas de cada día con un corazón grande abierto a Dios y a los demás. Es importante entonces cuidar la formación humana que tiene como fin la magnanimidad. La escuela no amplía sólo vuestra dimensión intelectual, sino también humana. Y pienso que las escuelas de los jesuitas están atentas de modo particular a desarrollar las virtudes humanas: la lealtad, el respeto, la fidelidad, el compromiso. Desearía detenerme en dos valores fundamentales: la libertad y el servicio. Ante todo: sed personas libres. ¿Qué es lo que quiero decir? Tal vez se piensa que la libertad es hacer todo aquello que se quiere; o bien arriesgarse en experiencias-límite para probar la exaltación y vencer el aburrimiento. Esto no es la libertad. Libertad quiere decir saber reflexionar acerca de lo que hacemos, saber valorar lo que está bien y lo que está mal, los comportamientos que nos hacen crecer; quiere decir elegir siempre el bien. Nosotros somos libres para el bien. Y en esto no tengáis miedo de ir a contracorriente, incluso si no es fácil. Ser libres para elegir siempre el bien es fatigoso, pero os hará personas rectas, que saben afrontar la vida, personas con valentía y paciencia (parresia e ypomoné). La segunda palabra es servicio. En vuestras escuelas participáis en varias actividades que os habitúan a no cerraros en vosotros mismos o en vuestro pequeño mundo, sino a abriros a los demás, especialmente a los más pobres y necesitados, a trabajar por mejorar el mundo en el que vivimos. Sed hombres y mujeres con los demás y para los demás, verdaderos modelos en el servicio a los demás.
Para ser magnánimos con libertad interior y espíritu de servicio es necesaria la formación espiritual. Queridos muchachos, queridos jóvenes, ¡amad cada vez más a Jesucristo! Nuestra vida es una respuesta a su llamada y vosotros seréis felices y construiréis bien vuestra vida si sabréis responder a esta llamada. Percibid la presencia del Señor en vuestra vida. Él está cerca a cada uno de vosotros como compañero, como amigo, que os sabe ayudar y comprender, os alienta en los momentos difíciles y nunca os abandona. En la oración, en el diálogo con Él, en la lectura de la Biblia, descubriréis que Él está realmente cerca de vosotros. Y aprended también a leer los signos de Dios en vuestra vida. Él nos habla siempre, incluso a través de los hechos de nuestro tiempo y de nuestra existencia de cada día. Está en nosotros escucharle.
No quiero ser demasiado largo, pero una palabra específica desearía dirigirla a los educadores: a los jesuitas, a los profesores, a los empleados de vuestras escuelas y a los padres. No os desalentéis ante las dificultades que presenta el desafío educativo. Educar no es una profesión, sino una actitud, un modo de ser; para educar es necesario salir de uno mismo y estar en medio de los jóvenes, acompañarles en las etapas de su crecimiento poniéndose a su lado. Donadles esperanza, optimismo para su camino por el mundo. Enseñad a ver la belleza y la bondad de la creación y del hombre, que conserva siempre la impronta del Creador. Pero sobre todo sed testigos con vuestra vida de aquello que transmitís. Un educador —jesuita, profesor, empleado, padre—, con sus palabras, transmite conocimientos, valores, pero será incisivo en los muchachos si acompaña las palabras con su testimonio, con su coherencia de vida. Sin coherencia no es posible educar. Todos sois educadores, en este campo no se delega. Entonces, es esencial, y se ha de favorecer y alimentar, la colaboración con espíritu de unidad y de comunidad entre los diversos componentes educativos. El colegio puede y debe ser catalizador, lugar de encuentro y de convergencia de toda la comunidad educativa con el único objetivo de formar, ayudar a crecer como personas maduras, sencillas, competentes y honestas, que sepan amar con fidelidad, que sepan vivir la vida como respuesta a la vocación de Dios y la futura profesión como servicio a la sociedad. A los jesuitas desearía decir que es importante alimentar su compromiso en el campo educativo. Las escuelas son un valioso instrumento para dar una aportación al camino de la Iglesia y de toda la sociedad. El campo educativo, además, no se limita a la escuela convencional. Animaos a buscar nuevas formas de educación no convencional según «las necesidades de los lugares, los tiempos y las personas».
Por último, un saludo a todos los ex alumnos presentes, a los representantes de la escuelas italianas de la Red de Fe y Alegría, que conozco bien por el gran trabajo que realiza en América del Sur, especialmente entre las clases más pobres. Y un saludo especial a la delegación del Colegio albanés de Shkodër, que después de largos años de represión de las instituciones religiosas, desde 1994 ha retomado su actividad, acogiendo y educando a jóvenes católicos, ortodoxos, musulmanes y también algunos alumnos nacidos en contextos familiares agnósticos. Así, la escuela se convierte en espacio de diálogo y de serena confrontación, para promover actitudes de respeto, escucha, amistad y espíritu de colaboración.
Queridos amigos, os doy las gracias a todos por este encuentro. Os encomiendo a la intercesión maternal de María y os acompaño con mi bendición: el Señor está siempre cerca de vosotros, os levanta de las caídas y os impulsa a crecer y a realizar opciones cada vez más altas «con grande ánimo y liberalidad», con magnanimidad. Ad Maiorem Dei Gloriam.

El Papa Francisco ¿Qué es la libertdad?

Sumo Pontífice respondió preguntas de estudiantes jesuitas. El papa Francisco llamó la atención de más de  9.000 estudiantes de colegios jesuitas de Italia y Albania, sobre el significado de la libertad y dijo que él "no había querido ser papa", porque "quien quiere ser papa no se quiere mucho".
El líder de la iglesia católica respondió  varias preguntas de los jóvenes como la relacionada a su renuncia a vivir en el palacio apostólico y otras comodidades de su cargo. "No se trata sólo de algo que tenga que ver con la riqueza" sino que para él es "un problema de personalidad", indicó.

Francisco afirmó que "necesita vivir en medio de la gente" y que de no hacerlo "se sentiría solo, aislado"; en cuanto al coche, dice que  "En un mundo donde hay tantas riquezas, tantos recursos para dar de comer a todos, es imposible entender que haya tantos niños que pasan hambre, tantos niños sin educación, tantos pobres. La pobreza hoy es un grito", señaló.

Sobre la educación, el Sumo Pontífice destacó  que "sin coherencia no es posible educar" porque un educador transmite "conocimientos, valores con sus palabras, pero repercutirá en los jóvenes si acompaña esas palabras con su ejemplo, con su coherencia de vida".

Finalmente instó a los casi 9,000 estudiantes a "trabajar para mejorar el mundo". "Ante todo ¡Sed personas libres!", explicando que  "la libertad significa saber reflexionar" sobre lo que se hace.

El Papa Francisco y la educación

Educación: Cuando vi el texto antes de la misa me quedé pensando en este modo de vivir de aquellas primeras comunidades cristianas y la misa de hoy… Y pensé si nuestro trabajo educativo no tendría que ir por este camino de lograr la armonía: la armonía en todos los chicos y chicas que nos han confiado, la armonía interior, la de su personalidad. Es trabajando artesanalmente, imitando a Dios, `alfarereando´ la vida de esos chicos, como podremos  lograr la armonía. Y rescatarlos de las disonancias que son siempre oscuras; en cambio, la armonía es luminosa, clara, es la luz. La armonía de un corazón que crece y que nosotros acompañamos en este camino educativo es el que hay que lograr.  (…) Muchas veces pienso, cuando veo este existencialismo tan relativo que se le propone a los chicos en todos lados y que no tiene punto de referencia, en nuestro profeta porteño:”Dale que va… todo es igual… total en el horno se vamos a encontrar” Entonces estos chicos, que no tienen una contención de límites y están disparados al futuro, están en el horno! Ahora! Y nos vamos a encontrar en el horno! Y en el futuro tendremos hombres y mujeres en el horno! (18 de abril de 2012)

Benedicto XVI y la emergencia educativa



DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
EN LA INAUGURACIÓN DE LOS TRABAJOS
DE LA ASAMBLEA DIOCESANA DE ROMA


Lunes 11 de junio de 2007

Queridos hermanos y hermanas: 
Por tercer año consecutivo la asamblea de nuestra diócesis me brinda la posibilidad de encontrarme con vosotros y dirigirme a todos, abordando la temática que la Iglesia de Roma afrontará en el próximo año pastoral, en estrecha continuidad con el trabajo desarrollado en el año que se está concluyendo. Os saludo con afecto a cada uno de vosotros, obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y laicos que participáis con generosidad en la misión de la Iglesia. Agradezco en particular al cardenal vicario las palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros.
El tema de la asamblea es "Jesús es el Señor. Educar en la fe, en el seguimiento y en el testimonio". Se trata de un tema que nos atañe a todos, porque cada discípulo confiesa que Jesús es el Señor y está llamado a crecer en la adhesión a él, dando y recibiendo ayuda de la gran compañía de los hermanos en la fe. Ahora bien, el verbo "educar", puesto en el título de la asamblea, implica una atención especial a los niños, a los muchachos y a los jóvenes, y pone de relieve la tarea que corresponde ante todo a la familia:  así permanecemos dentro del itinerario que ha caracterizado durante los últimos años la pastoral de nuestra diócesis.
Es importante considerar ante todo la afirmación inicial, que da el tono y el sentido de nuestra asamblea:  "Jesús es el Señor". Ya la encontramos en la solemne declaración con la que concluye el discurso de san Pedro en Pentecostés, donde el primero de los Apóstoles dijo:  "Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (Hch 2, 36). Es análoga la conclusión del gran himno a Cristo contenido en la carta de san Pablo a los Filipenses:  "Toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre" (Flp 2, 11). También san Pablo, en el saludo final de la primera carta a los Corintios, exclama:  "El que no quiera al Señor, sea anatema. Marana tha, Ven, Señor" (1 Co 16, 22), transmitiéndonos así la antiquísima invocación, en lengua aramea, de Jesús como Señor.
Se podrían añadir otras citas:  pienso en el capítulo 12 de la misma carta a los Corintios, donde san Pablo dice:  "Nadie puede decir "Jesús es Señor" sino con el Espíritu Santo" (1 Co 12, 3). Así declara que esta es la confesión fundamental de la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo. Podríamos pensar también en el capítulo 10 de la carta a los Romanos, donde el Apóstol dice:  "Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor..." (Rm 10, 9), recordando también a los cristianos de Roma que las palabras "Jesús es el Señor" constituyen la confesión común de la Iglesia, el fundamento seguro de toda la vida de la Iglesia. A partir de esas palabras se ha desarrollado toda la confesión del Credo apostólico, del Credo niceno. En otro pasaje de la primera carta a los Corintios san Pablo afirma también:  "Pues aun cuando se les dé el nombre de dioses, bien en el cielo bien en la tierra, de forma que hay multitud de dioses y de señores, para nosotros no hay más que un solo Dios, el  Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros" (1 Co 8, 5-6).
Así, desde el inicio, los discípulos reconocieron que Jesús resucitado es nuestro hermano en la humanidad y que también es totalmente uno con Dios; que con su venida al mundo, con toda su vida, con su muerte y su resurrección, nos trajo a Dios, hizo presente a Dios en el mundo de modo nuevo y único; y que, por tanto, da sentido y esperanza a nuestra vida:  en él encontramos el verdadero rostro de Dios, que realmente necesitamos para vivir.
Educar en la fe, en el seguimiento y en el testimonio quiere decir ayudar a nuestros hermanos, o mejor, ayudarnos mutuamente a entablar una relación viva con Cristo y con el Padre. Esta ha sido desde el inicio la tarea fundamental de la Iglesia, como comunidad de los creyentes, de los discípulos y de los amigos de Jesús. La Iglesia, cuerpo de Cristo y templo del Espíritu Santo, es la compañía fiable en la que hemos sido engendrados y educados para llegar a ser, en Cristo, hijos y herederos de Dios.  En  ella recibimos al Espíritu, "que nos hace exclamar:  ¡Abbá, Padre!" (cf. Rm 8, 14-17).
En la homilía de san Agustín hemos escuchado que Dios no está lejos, que se ha hecho "camino" y que el "camino" mismo vino a nosotros. Dice:  "Levántate, perezoso, y comienza a caminar". Comenzar a caminar quiere decir emprender el "camino" que es Cristo mismo, en compañía de los creyentes; quiere decir caminar ayudándonos los unos a los otros a ser realmente amigos de Jesucristo e hijos de Dios.
Como nos enseña la experiencia diaria —lo sabemos todos—, educar en la fe hoy no es una empresa fácil. En realidad, hoy cualquier labor de educación parece cada vez más ardua y precaria. Por eso, se habla de una gran "emergencia educativa", de la creciente dificultad que se encuentra para transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y de un correcto comportamiento, dificultad que existe tanto en la escuela como en la familia, y se puede decir que en todos los demás organismos que tienen finalidades educativas.
Podemos añadir que se trata de una emergencia inevitable:  en una sociedad y en una cultura que con demasiada frecuencia tienen el relativismo como su propio credo —el relativismo se ha convertido en una especie de dogma—, falta la luz de la verdad, más aún, se considera peligroso hablar de verdad, se considera "autoritario", y se acaba por dudar de la bondad de la vida —¿es un bien ser hombre?, ¿es un bien vivir?— y de la validez de las relaciones y de los compromisos que constituyen la vida.
Entonces, ¿cómo proponer a los más jóvenes y transmitir de generación en generación algo válido y cierto, reglas de vida, un auténtico sentido y objetivos convincentes para la existencia humana, sea como personas sea como comunidades? Por eso, por lo general, la educación tiende a reducirse a la transmisión de determinadas habilidades o capacidades de hacer, mientras se busca satisfacer el deseo de felicidad de las nuevas generaciones colmándolas de objetos de consumo y de gratificaciones efímeras.
Así, tanto los padres como los profesores sienten fácilmente la tentación de abdicar de sus tareas educativas y de no comprender ya ni siquiera cuál es su papel, o mejor, la misión que les ha sido encomendada. Pero precisamente así no ofrecemos a los jóvenes, a las nuevas generaciones, lo que tenemos obligación de transmitirles. Con respecto a ellos somos deudores también de los verdaderos valores que dan fundamento a la vida.
Pero esta situación evidentemente no satisface, no puede satisfacer, porque deja de lado la finalidad esencial de la educación, que es la formación de la persona a fin de capacitarla para vivir con plenitud y aportar su contribución al bien de la comunidad. Por eso, en muchas partes se plantea la exigencia de una educación auténtica y el redescubrimiento de la necesidad de educadores que lo sean realmente. Lo reclaman los padres, preocupados y a menudo angustiados por el futuro de sus hijos; lo reclaman tantos profesores que viven la triste experiencia de la degradación de sus escuelas; lo reclama la sociedad en su conjunto, en Italia y en muchas otras naciones, porque ve cómo a causa de la crisis de la educación se ponen en peligro las bases mismas de la convivencia.
En ese contexto, el compromiso de la Iglesia de educar en la fe, en el seguimiento y en el testimonio del Señor Jesús asume, más que nunca, también el valor de una contribución para hacer que la sociedad en que vivimos salga de la crisis educativa que la aflige, poniendo un dique a la desconfianza y al extraño "odio de sí misma" que parece haberse convertido en una característica de nuestra civilización.
Ahora bien, todo esto no disminuye la dificultad que encontramos para llevar a los niños, a los adolescentes y a los jóvenes a encontrarse con Cristo y a entablar con él una relación duradera y profunda. Sin embargo, precisamente este es el desafío decisivo para el futuro de la fe, de la Iglesia y del cristianismo, y por tanto es una prioridad esencial de nuestro trabajo pastoral:  acercar a Cristo y al Padre a la nueva generación, que vive en un mundo en gran parte alejado de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, debemos ser siempre conscientes de que no podemos realizar esa obra con nuestras fuerzas, sino sólo con el poder del Espíritu Santo. Son necesarias la luz y la gracia que proceden de Dios y actúan en lo más íntimo de los corazones y de las conciencias. Así pues, para la educación y la formación cristiana son decisivas ante todo la oración y nuestra amistad personal con Jesús, pues sólo quien conoce y ama a Jesucristo puede introducir a sus hermanos en una relación vital con él.
Impulsado precisamente por esta necesidad pensé:  sería útil escribir un libro que ayude a conocer a Jesús. No olvidemos nunca las palabras de Jesús:  "A vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca" (Jn 15, 15-16). Por eso, nuestras comunidades sólo podrán trabajar con fruto y educar en la fe y en el seguimiento de Cristo si son ellas mismas auténticas "escuelas" de oración (cf. Novo millennio ineunte, 33), en las que se viva el primado de Dios.
Además, la educación, y especialmente la educación cristiana, es decir, la educación  para  forjar  la propia vida según el modelo de Dios, que es amor (cf. 1 Jn 4, 8. 16), necesita la cercanía propia del amor. Sobre todo hoy, cuando el aislamiento y la soledad son una condición generalizada, a la que en realidad no ponen remedio el ruido y el conformismo de grupo, resulta decisivo el acompañamiento personal, que da a quien crece la certeza de ser amado, comprendido y acogido.
En concreto, este acompañamiento debe llevar a palpar que nuestra fe no es algo del pasado, sino que puede vivirse hoy y que viviéndola encontramos realmente nuestro bien. Así, a los muchachos y los jóvenes se les puede ayudar a librarse de prejuicios generalizados y a darse cuenta de que el modo cristiano de vivir es realizable y razonable, más aún, el más razonable, con mucho.
Toda la comunidad cristiana, en sus múltiples articulaciones y componentes, está llamada a cumplir la gran tarea de llevar a las nuevas generaciones al encuentro con Cristo; por tanto, en este ámbito debe expresarse y manifestarse con particular evidencia nuestra comunión con el Señor y entre nosotros, nuestra disponibilidad y voluntad de trabajar juntos, de "formar una red", de colaborar todos con espíritu abierto y sincero, comenzando por la valiosa contribución de las mujeres y los hombres que han consagrado su vida a la adoración de Dios y a la intercesión por los hermanos.
Sin embargo, es evidente que, en la educación y en la formación en la fe, a la familia compete una misión propia y fundamental y una responsabilidad primaria. En efecto, el niño que se asoma a la vida hace a través de sus padres la primera y decisiva experiencia del amor, de un amor que en realidad no es sólo humano, sino también un reflejo del amor que Dios siente por él. Por eso, entre la familia cristiana, pequeña "iglesia doméstica" (cf. Lumen gentium, 11), y la gran familia de la Iglesia debe desarrollarse la colaboración más estrecha, ante todo en lo que atañe a la educación de los hijos.
Así pues, todo lo realizado a lo largo de los tres años que nuestra pastoral diocesana ha dedicado específicamente a la familia, no sólo se ha de considerar como un fruto, sino que se ha de incrementar ulteriormente. Por ejemplo, los intentos de implicar más a los padres e incluso a los padrinos y madrinas antes y después del bautismo, para ayudarles a entender y a cumplir su misión de educadores de la fe, ya han dado resultados apreciables, y es preciso proseguirlos, convirtiéndolos en patrimonio común de cada parroquia. Lo mismo vale para la participación de las familias en la catequesis y en todo el itinerario de iniciación cristiana de los niños y los adolescentes.
Desde luego, son muchas las familias que no están preparadas para cumplir esa tarea; y algunas parecen poco interesadas en la educación cristiana de sus hijos, o incluso son contrarias a ella:  aquí se notan también las consecuencias de la crisis de tantos matrimonios. Con todo, raramente se encuentran padres totalmente indiferentes con respecto a la formación humana y moral de sus hijos, y, por tanto, no dispuestos a dejarse ayudar en una labor educativa que consideran cada vez más difícil.

Por consiguiente, se abre un espacio de compromiso y de servicio para nuestras parroquias, oratorios, grupos juveniles y, ante todo, para las mismas familias cristianas, llamadas a hacerse prójimo de otras familias a fin de sostenerlas y asistirlas en la educación de los hijos, ayudándoles así a recuperar el sentido y la finalidad de la vida de matrimonio. Pasemos ahora a otros sujetos de la educación en la fe.
A medida que los muchachos crecen, aumenta naturalmente en ellos el deseo de autonomía personal, que fácilmente, sobre todo en la adolescencia, se transforma en un alejamiento crítico de la propia familia. Entonces resulta especialmente importante la cercanía que pueden garantizar el sacerdote, la religiosa, el catequista u otros educadores capaces de hacer concreto para el joven el rostro amigo de la Iglesia y el amor de Cristo.
Para que produzca efectos positivos duraderos, nuestra cercanía debe ser consciente de que la relación educativa es un encuentro de libertades y que la misma educación cristiana es formación en la auténtica libertad. De hecho, no hay verdadera propuesta educativa que no conduzca, de modo respetuoso y amoroso, a una decisión, y precisamente la propuesta cristiana interpela a fondo la libertad, invitándola a la fe y a la conversión.
Como afirmé en la Asamblea eclesial de Verona, "una educación verdadera debe suscitar la valentía de las decisiones definitivas, que hoy se consideran un vínculo que limita nuestra libertad, pero que en realidad son indispensables para crecer y alcanzar algo grande en la vida, especialmente para que madure el amor en toda su belleza; por consiguiente, para dar consistencia y significado a nuestra libertad" (Discurso del 19 de octubre de 2006L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de octubre de 2006, p. 10).
Los adolescentes y los jóvenes, cuando se sienten respetados y tomados en serio en su libertad, a pesar de su inconstancia y fragilidad, se muestran dispuestos a dejarse interpelar por propuestas exigentes; más aún, se sienten atraídos y a menudo fascinados por ellas. También quieren mostrar su generosidad en la entrega a los grandes valores perennes, que constituyen el fundamento de la vida.
El auténtico educador también toma en serio la curiosidad intelectual que existe ya en los niños y con el paso de los años asume formas más conscientes. Con todo, el joven de hoy, estimulado y a menudo confundido por la multiplicidad de informaciones y por el contraste de ideas y de interpretaciones que se le proponen continuamente, conserva dentro de sí una gran necesidad de verdad; por tanto, está abierto a Jesucristo, que, como nos recuerda Tertuliano (De virginibus velandis, I, 1), "afirmó que es la verdad, no la costumbre".
Debemos esforzarnos por responder a la demanda de verdad poniendo sin miedo la propuesta de la fe en confrontación con la razón de nuestro tiempo. Así ayudaremos a los jóvenes a ensanchar los horizontes de su inteligencia, abriéndose al misterio de Dios, en el cual se encuentra el sentido y la dirección de nuestra existencia, y superando los condicionamientos de una racionalidad que sólo se fía de lo que puede ser objeto de experimento y de cálculo. Por tanto, es muy importante desarrollar lo que ya el año pasado llamamos la "pastoral de la inteligencia".
La labor educativa implica la libertad, pero también necesita autoridad. Por eso, especialmente cuando se trata de educar en la fe, es central la figura del testigo y el papel del testimonio. El testigo de Cristo no transmite sólo informaciones, sino que está comprometido personalmente con la verdad que propone, y con la coherencia de su vida resulta punto de referencia digno de confianza. Pero no remite a sí mismo, sino a Alguien que es infinitamente más grande que él, en quien ha puesto su confianza y cuya bondad fiable ha experimentado.
Por consiguiente, el auténtico educador cristiano es un testigo cuyo modelo es Jesucristo, el testigo del Padre que no decía nada de sí mismo, sino que hablaba tal como el Padre le había enseñado (cf. Jn 8, 28). Esta relación con Cristo y con el Padre es para cada uno de nosotros, queridos hermanos y hermanas, la condición fundamental para ser educadores eficaces en la fe.
Acertadamente, nuestra asamblea habla de educación no sólo en la fe y en el seguimiento, sino también en el testimonio del Señor Jesús. Por tanto, el testimonio activo de Cristo que se debe dar no sólo atañe a los sacerdotes, a las religiosas y a los laicos que en nuestras comunidades desempeñan tareas educativas, sino también a los mismos muchachos y jóvenes, y a todos los que son educados en la fe.
La conciencia de estar llamados a ser testigos de Cristo no es, por tanto, algo que se añade después, una consecuencia de algún modo externa a la formación cristiana,  como por desgracia se ha pensado  a  menudo y también hoy se sigue pensando, sino, al contrario, es una dimensión intrínseca y esencial de la  educación  en  la fe y en el seguimiento, del mismo modo que la Iglesia es misionera por su misma naturaleza (cf. Ad gentes, 2).
Así pues, desde el inicio de la formación de los niños, para llegar, con un itinerario progresivo, a la formación permanente de los cristianos adultos, es necesario que arraiguen en el alma de los creyentes la voluntad y la convicción de que participan en la vocación misionera de la Iglesia, en todas las situaciones y circunstancias de su vida. No podemos guardar para nosotros la alegría de la fe; debemos difundirla y transmitirla, fortaleciéndola así en nuestro corazón.
Si la fe se transforma realmente en alegría por haber encontrado la verdad y el amor, es inevitable sentir el deseo de transmitirla, de comunicarla a los demás. Por aquí pasa, en gran medida, la nueva evangelización a la que nos llamó nuestro amado Papa Juan Pablo II. Una experiencia concreta, que podrá hacer crecer en los jóvenes de las parroquias y de las diversas asociaciones eclesiales la voluntad de testimoniar su fe, es la "Misión de los jóvenes" que estáis proyectando, después del feliz resultado de la gran "Misión ciudadana".
A la escuela católica corresponde una tarea muy importante en la educación en la fe. En efecto, cumple su misión basándose en un proyecto educativo que pone en el centro el Evangelio y lo tiene como punto de referencia decisivo para la formación de la persona y para toda la propuesta cultural. Por tanto, la escuela católica, en convencida colaboración con las familias y con la comunidad eclesial, trata de promover la unidad entre la fe, la cultura y la vida, que es objetivo fundamental de la educación cristiana.
También las escuelas del Estado, de formas y modos diversos, pueden ser sostenidas en su tarea educativa por la presencia de profesores creyentes —en primer lugar, pero no exclusivamente, los  profesores de religión católica— y de alumnos cristianamente formados, así como  por la colaboración de muchas familias  y por la misma comunidad cristiana.
La sana laicidad de la escuela, como de las demás instituciones del Estado, no implica cerrarse a la Trascendencia y mantener una falsa neutralidad respecto de los valores morales que están en la base de una auténtica formación de la persona. Lo mismo se puede decir, naturalmente, de las universidades; y es un signo positivo que en Roma la pastoral universitaria haya podido desarrollarse en todos los ateneos, tanto entre los profesores como entre los alumnos, y se esté llevando a cabo una fecunda colaboración entre las instituciones académicas civiles y pontificias.
Hoy, más que en el pasado, la educación y la formación de la persona sufren la influencia de los mensajes y del clima generalizado que transmiten los grandes medios de comunicación y que se inspiran en una mentalidad y cultura caracterizadas por el relativismo, el consumismo y una falsa y destructora exaltación, o mejor, profanación del cuerpo y de la sexualidad. Por eso, precisamente por el gran "sí" que como creyentes en Cristo decimos al hombre amado por Dios, no podemos desinteresarnos de la orientación conjunta de la sociedad a la que pertenecemos, de las tendencias que la impulsan y de las influencias positivas o negativas que ejerce en la formación de las nuevas generaciones.
La presencia misma de la comunidad de los creyentes, su compromiso educativo y cultural, el mensaje de fe, de confianza y de amor que transmite, son en realidad un servicio inestimable al bien común y especialmente a los muchachos y jóvenes que se están formando y preparando para la vida.
Queridos hermanos y hermanas, hay un último punto sobre el que quiero atraer vuestra atención:  es sumamente importante para la misión de la Iglesia y exige nuestro compromiso y ante todo nuestra oración. Me refiero a las vocaciones a seguir más de cerca al Señor Jesús en el sacerdocio ministerial y en la vida consagrada. En los últimos decenios la diócesis de Roma ha recibido el don de muchas ordenaciones sacerdotales, que han permitido colmar las lagunas del período anterior y también salir al  encuentro de las solicitudes de no pocas  Iglesias  hermanas  necesitadas de clero; pero las señales más recientes parecen  menos  favorables y estimulan a toda nuestra comunidad diocesana a seguir  pidiendo  al  Señor, con humildad y confianza, obreros para su mies (cf. Mt 9, 37-38, Lc 10, 2).
De manera siempre delicada y respetuosa, pero también clara y valiente, debemos dirigir una peculiar invitación al seguimiento de Jesús a los chicos y chicas que parecen más atraídos y fascinados por la amistad con él. Desde esta perspectiva, la diócesis destinará a algunos nuevos sacerdotes específicamente al servicio de las vocaciones, pero sabemos bien que en este campo son decisivas la oración y la calidad del conjunto de nuestro testimonio cristiano, el ejemplo de vida de los sacerdotes y de las almas consagradas, y la generosidad de las personas llamadas y de las familias de las que proceden.
Queridos hermanos y hermanas, os dejo estas reflexiones como contribución para el diálogo de estas tardes y para el trabajo del próximo año pastoral. Que el Señor nos conceda siempre la alegría de creer en él, de crecer en su amistad, de seguirlo en el camino de la vida y de dar testimonio de él en todas las situaciones, de forma que podamos transmitir a quienes vengan después de nosotros la inmensa riqueza y belleza de la fe en Jesucristo. Mi afecto y mi bendición os acompañan en vuestro trabajo. Gracias por vuestra atención.