miércoles, 28 de noviembre de 2012

Santa Hildegarda de Bingen

Aprender, curarse y comer con santa Hildegarda de Bingen


Crece la difusión de los conocimientos de la nueva Doctora de la Iglesia (I)

Por José Antonio Varela Vidal

 (ZENIT.org).-
 No es común encontrar a trescientas personas reunidas en una iglesia para escuchar música del siglo XII. Pero esto se explica si la compositora ha sido la recientemente declarada Doctora de la Iglesia, santa Hildegarda de Bingen. Esta abadesa alemana que vivió entre 1098 y 1179, viene generando una corriente de entusiasmo entre antiguos y nuevos investigadores que profundizan su legado teológico, místico-espiritual, filosófico, cosmológico, grafológico, poético y literario, botánico-medicinal, culinario y musical…

Así ya hemos asistido en pocas semanas a dos importantes actividades en esta ciudad, en las cuales la nueva santa --canonizada también por el papa Benedicto XVI--, ha sido el asombro de conocedores y curiosos, que van descubriendo cómo una monja mística llevó --con valentía y éxito--, sus ideas desde el interior del monasterio hacia fuera.

Viajó y predicó en pueblos y catedrales, habiéndose enfrentado incluso contra su antiguo protector, el emperador Federico Barbarroja, por la actitud de este contra el sumo pontífice. Se dice que su teología fue conocida por el mismo papa Honorio II gracias a san Bernardo de Claraval, y que parte de sus escritos –algunos anticátaros--, fueron leídos durante el Sínodo de Treviri, en presencia del papa Eugenio III quien posteriormente aprobaría su obra.

Elevarse con la mística

En la primera de las actividades, la más reciente, organizada por el Centro Cultural Aracoeli de los Frailes menores franciscanos y la asociación musical Vocalia Consort, nos confundimos entre trescientas personas que seguían las notas de aquellas composiciones monofónicas –lejos aún de su hija, la polifonía--, que según la santa, era el mejor camino para alcanzar a Dios, para expresar lo divino, casi una “prefiguración de su arribo”, según el pensamiento de Hildegarda.

Así lo entendieron los organizadores, que reunieron en la Basílica de Santa Maria in Aracoeli a los miembros de la asociación suiza Adiαstemα, que de manera fidedigna interpreta la música de origen medieval de la santa. Es un espectáculo en el que el sonido proviene de dos instrumentos característicos de este género, como son un pequeño órgano portátil de madera y un arpa gótica, con los que se ejecutan piezas impecables de los códigos de Las Huelgas y de Bamberg. A estos se unen los amplios rangos tonales de seis cantantes –ayer serían monjas benedictinas--, que interpretan composiciones vocales tomadas del Dendermonde Codex, escrito por la mística alemana.

Es significativo que las nueve artistas en escena estuvieran vestidas con trajes de época, de la misma forma en que santa Hildegarda vestía a sus monjas para las presentaciones en público, a quienes dejaba decorar la cabeza con flores. Esto con el único propósito de mostrar la belleza femenina sin tabúes, como esposas fieles de Cristo que viven en libertad su alianza.

Cada pausa de esta música santa, daba paso a las intervenciones de la actriz italiana Giovanna Scardoni, quien en una magistral interpretación de la misma Hildegarda de Bingen, recitaba de memoria sus visiones y pensamientos –en ocasiones en un fluido latín--, que serían el germen de la teología que hoy la ha llevado a ser reconocida como Doctora de la Iglesia Universal.

Comer con la abadesa

En Roma asistimos también a otra manifestación de las virtudes de esta abadesa benedictina, que gracias a la intuición del papa Benedicto XVI hoy destaca no solo en la constelación de los santos, sino en la privilegiada estantería de los Doctores de la Iglesia.

La organizadora de esta feliz iniciativa, denominada “La vocación terrestre y celeste de Hildegarda de Bingen”, fue la asociación Casa Santa Francesca Romana, que en su división formativa quiso presentar este modelo de mujer excepcional, que tal como la santa patrona de los romanos, dio mucho que hablar para su época por ese espíritu decidido a favor de los más necesitados.

Fue una velada ‘bio-teológica-gastronómica-cultural’ que tuvo como eje central a esta figura poliédrica que ha despertado en muchos el interés por estudiar su obra, preparar sus medicamentos, cocinar sus recetas e interpretar su música, entre otras disciplinas que seguirán admirando al mundo en la medida que se la conozca más.

Tuvimos la oportunidad de probar algunos platos denominados por los organizadores “Comida para la mente”, que no son otra cosa que alimentos ‘bio’, cuyo origen se remonta a las recetas de la santa naturista, quien recomendaba ingerir granos, cereales, verduras y hierbas en pos de un equilibrio mente-cuerpo, que finalmente mantenga la armonía con el Creador.

Cada plato tenía una leyenda con frases de los escritos de la santa, en que recomendaba la hierba Artemisia por su “sabor picante y aroma”; o el trigo, “precioso cereal que purifica la carne, da buena sangre y serena la mente”. También estaban allí las sugerencias de la monja medieval en relación a los demás platos, como aquellos hechos con cebada “cuyo poder refrescante lo vuelve más ligero que los demás cereales”, o sobre el hinojo, que “favorece la circulación sanguínea, da un olor agradable al cuerpo y produce una buena digestión”. A esto igual se refiere cuando recomienda el Agua de menta, que “calienta el estómago”.

Para beber nos ofrecieron al final un ‘Hipograso’, que deleitó y alegró a los presentes por ser elaborado con la receta monacal de “vino aromatizado con canela, clavo de olor, nuez moscada, miel y jengibre”. De este último ingrediente también degustamos una galletas con jalea de manzana que parecían del cielo…

Curarse con la santa

Avanzada la reunión, pudimos conocer más a Hildegarda de Bingen, esta vez como bióloga-herbolaria. Y esto no porque tuviéramos que aplicarnos algún ungüento o tomar uno de los jarabes por los que iban a curarse sus coetáneos al monasterio, sean ricos o pobres, nobles y siervos...

Sino porque pudimos conocer a una química farmaceútica, la doctora Sabrina Melino, quien dejó años atrás su prometedora carrera en el sector comercial para dedicarse de lleno a la investigación, elaboración y distribución de los remedios que la santa abadesa desarrolló. Esto, en el único afán de sustentar ante sus contemporáneos, su hoy aceptada teoría que armoniza el cuerpo y el alma, lo externo con lo interno, los frutos de la tierra con Dios…

Según lo que dijo en el evento la empresaria italiana, nuestra “Sibila del Rin” conoció la medicina galénica e hipocrática, a lo que unió la tradición benedictina del preparado de remedios caseros a base de hierbas de sus propios huertos. Esto le permitió desarrollar su teoría psicosomática de la enfermedad y de la curación, ya en el siglo XII: “La salud es una conquista diaria, espejo de armonía y de relaciones entre el ser humano y el Creador”.

En otra pausa de la tarde, la doctora Melino nos confió que las recetas para sus remedios eran “dictadas de lo alto”…, pero no las suyas sino las de Hildegarda, quien a través de “visiones” comprendía lo que era bueno para las almas y los cuerpos. Su conocimiento vendría de allí, no hay otra explicación, ya que no era ni química, ni médico, ni había estudiado nada más allá de una incipiente práctica benedictina.

¿Usted habló de autocurarse?, le preguntamos mientras bebíamos un vaso de agua de menta que nos haría bien. “Sí, nos dijo, ella quería hacer ver la relación que había entre cuerpo, alma y espíritu”.

Y entendimos mejor estas bebidas y comidas particularísimas que nos sirvieron, cuando nos dijo que para la santa “la forma de afrontar nuestro temperamento, el estilo de vida, lo mental, todo esto afecta directamente sobre las enfermedades, es algo psicosomático”.

Aunque la ciencia –a través de la psiconeuroendocrinología--, ha descubierto en nuestros días cuánto afecta la mente al cuerpo, como es el estrés y otros males de hoy, es muy cierto que para una monja de clausura del siglo XII no sería fácil comprobar todo esto. “Ella demostró que había una verdadera relación del síntoma y del órgano afectado, con el temperamento, con el modo de afrontar la vida y con el sentimiento prevalente en cada uno”.

Nos explicó también que en Hildegarda de Bingen había una influencia de la medicina oriental, por lo que “es transversal a todas las religiones, lo que nos permite llevar un mensaje que es universal más allá de la fe católica”, aseguró la doctora Melino, a quien no dejamos de pedirle una receta para algún mal del binomio alma-cuerpo.

Mas aún, si nos había contado que desarrolla nueve productos con base en las recetas de la santa alemana, y que está desarrollando seis más a futuro, los que seguirá distribuyendo por todo el mundo. Tal como debería extenderse –y más--, la varia doctrina de la nueva Doctora de la Iglesia.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Cuando Dios pierde su centralidad, el hombre pierde su justo lugar



Enseñanzas de Benedicto XVI en la catequesis semanal por el Año de la Fe

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 14 noviembre 2012 (ZENIT.org).- Esta mañana, el papa Benedicto XVI acudió a la Audiencia general con los peregrinos, durante la cual continuó su catequesis por el Año de la Fe. Siguiendo con este ciclo, el papa abordó el tema de las vías para el conocimiento de Dios, invitando a los cristianos a testimoniar su fe en medio de un mundo secularizado e indiferente, que muchas veces no capta la esencia del cristianismo. A continuación las enseñanzas del santo padre.

Queridos hermanos y hermanas:

El miércoles hemos reflexionado sobre el deseo de Dios que el ser humano lleva en lo más profundo de sí mismo. Hoy me gustaría continuar y profundizar este aspecto, meditando con ustedes brevemente sobre algunas maneras de llegar a conocer a Dios.

Debo mencionar, sin embargo, que la iniciativa de Dios precede siempre a cualquier acción del hombre, y también en el camino hacia Él, es Él el primero que nos ilumina, nos orienta y nos guía, respetando siempre nuestra libertad. Y siempre es Él quien nos hace entrar en su intimidad, revelándonos y dándonos la gracia de poder acoger en la fe esa revelación. No olvidemos nunca la experiencia de san Agustín: no somos nosotros los que poseemos la Verdad después de haberla buscado, sino que es la verdad la que nos encuentra y nos toma.

Sin embargo, hay formas que pueden abrir el corazón del hombre al conocimiento de Dios, hay indicios que llevan a Dios. Por supuesto, a menudo se corre el riesgo de ser deslumbrado por el brillo del mundo, que nos hace menos capaces de viajar esas rutas o leer esos signos. Sin embargo, Dios no se cansa de buscarnos, es fiel al hombre que ha creado y redimido, se mantiene cerca de nuestras vidas, porque nos ama. Y esta es una certeza que nos debe acompañar todos los días, a pesar de que ciertas mentalidades difundidas, hacen más difícil para la Iglesia y para el cristiano, comunicar la alegría del Evangelio a todas las criaturas y conducir a todos al encuentro con Jesús, único Salvador del mundo. Esta, sin embargo, es nuestra misión, es la misión de la Iglesia y cada creyente debe vivirla con alegría, sintiéndola como propia, a través de una vida verdaderamente animada por la fe, marcada por la caridad, en el servicio a Dios y a los demás, y capaz de irradiar esperanza. Esta misión brilla especialmente en la santidad a la que todos estamos llamados.

Hoy --lo sabemos--, no faltan las dificultades y las pruebas para la fe, a menudo mal entendida, protestada, rechazada. San Pedro decía a sus cristianos: "Estén siempre dispuestos a dar respuesta, pero con mansedumbre y respeto, a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en sus corazones" (1 Pe. 3,15). En el pasado, en Occidente, en una sociedad considerada cristiana, la fe era el ambiente en el que nos movíamos; la referencia y la pertenencia a Dios fueron, en su mayoría, parte de la vida cotidiana. Más bien, era aquel que no creía, el que debía justificar su incredulidad. En nuestro mundo, la situación ha cambiado y, cada vez más, el creyente debe ser capaz de dar razón de su fe. El beato Juan Pablo II, en la encíclica Fides et Ratio, hizo hincapié en que la fe se pone a prueba en estos tiempos, atravesada por formas sutiles e insidiosas de ateísmo teórico y práctico (cf. nn. 46-47).

A partir de la Ilustración, la crítica a la religión se ha intensificado; la historia se ha caracterizado también por la presencia de sistemas ateos, en los que Dios se consideraba una mera proyección de la mente humana, una ilusión, y el producto de una sociedad ya distorsionada por muchas enajenaciones. El siglo pasado fue testigo de un fuerte proceso de secularismo, en nombre de la autonomía absoluta del hombre, considerado como medida y artífice de la realidad, pero reducido en su ser creado "a imagen y semejanza de Dios". En nuestros tiempos hay un fenómeno particularmente peligroso para la fe: hay una forma de ateísmo que se define como "práctico", en el que no se niegan las verdades de la fe o los rituales religiosos, sino que simplemente se consideran irrelevantes para la existencia cotidiana, separados de la vida, inútiles. A menudo, por lo tanto, se cree en Dios de una manera superficial y se vive "como si Dios no existiera" (etsi Deus non daretur). Al final, sin embargo, esta forma de vida es aún más destructiva, porque conduce a la indiferencia hacia la fe y hacia la cuestión de Dios.

En realidad, el hombre separado de Dios, se reduce a una sola dimensión, aquella horizontal; y justamente este reduccionismo es una de las causas fundamentales de los totalitarismos que han tenido consecuencias trágicas en el siglo pasado, así como de la crisis de valores que vemos en la realidad actual. Oscureciendo la referencia a Dios, también se ha oscurecido el horizonte ético, para dejar espacio al relativismo y a una concepción ambigua de la libertad, que en lugar de liberadora, termina por atar al hombre a los ídolos. Las tentaciones que Jesús enfrentó en el desierto antes de su vida pública, representan aquellos "ídolos" que fascinan al hombre, cuando va más allá de sí mismo.

Cuando Dios pierde su centralidad, el hombre pierde su justo lugar, no encuentra más su lugar en la creación, en las relaciones con los demás. No se ha disminuido lo que la sabiduría antigua evoca como el mito de Prometeo: el hombre cree que puede llegar a ser él mismo "dios", dueño de la vida y la muerte.

Ante esta realidad, la Iglesia, fiel al mandato de Cristo, no cesa de afirmar la verdad sobre el hombre y sobre su destino. El Concilio Vaticano II afirma claramente así: "La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Y solo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador".(Gaudium et Spes, 19).

¿Qué respuestas está llamada a dar ahora la fe, con "gentileza y respeto", al ateísmo, al escepticismo y a la indiferencia frente la dimensión vertical, de modo que el hombre de nuestro tiempo pueda seguir cuestionándose sobre la existencia de Dios y a recorrer los caminos que conducen a Él? Me gustaría mencionar algunos aspectos, que provienen de la reflexión natural, o del mismo poder de la fe. Quisiera resumirlo muy brevemente en tres palabras: el mundo, el hombre, la fe.

La primera: el mundo. San Agustín, que en su vida ha buscado durante mucho tiempo la Verdad y se aferró a la Verdad, tiene una página bella y famosa, en la que dice así: "Interroga a la belleza de la tierra, del mar, del aire enrarecido que se expande por todas partes; interroga la belleza del cielo..., interroga todas estas realidades. Todas te responderan: míranos y observa cómo somos hermosas. Su belleza es como un himno de alabanza. Ahora bien, estas criaturas tan hermosas, que siguen cambiando, ¿quién las hizo, si no que es uno que es la belleza de modo inmutable?"(Sermo 241, 2: PL 38, 1134). Creo que tenemos que recuperar y devolver al hombre contemporáneo la capacidad de contemplar la creación, su belleza, su estructura. El mundo no es una masa informe, sino que cuanto más lo conocemos y más descubrimos sus maravillosos mecanismos, más vemos un diseño, vemos que hay una inteligencia creadora. Albert Einstein dijo que en las leyes de la naturaleza "se revela una razón tan superior, que todo pensamiento racional y las leyes humanas son una reflexión comparativamente muy insignificante" (El mundo como lo veo yo, Roma 2005). Una primera manera que conduce al descubrimiento de Dios es contemplar con ojos atentos a la creación.

La segunda palabra: el hombre. Siempre san Agustín, quien tiene una famosa frase que dice que Dios está más cerca de mí que yo a mí mismo (cf. Confesiones, III, 6, 11). A partir de aquí se formula la invitación: "No vayas fuera de ti, entra en ti mismo: en el hombre interior habita la verdad" (De vera religione, 39, 72). Este es otro aspecto que corremos el riesgo de perder en el mundo ruidoso y disperso en el que vivimos: la capacidad de pararnos y mirar en lo profundo de nosotros mismos, y de leer esta sed de infinito que llevamos dentro, que nos impulsa a ir más allá y nos refiere a Alguien que la pueda llenar.

El Catecismo de la Iglesia Católica afirma así: "Con su apertura a la verdad y a la belleza, con su sentido del bien moral, con su libertad y la voz de su conciencia, con su aspiración al infinito y a la dicha, el hombre se interroga sobre la existencia de Dios" (n. 33).

La tercera palabra: la fe. Sobre todo en la realidad de nuestro tiempo, no debemos olvidar que un camino hacia el conocimiento y el encuentro con Dios es la vida de fe. El que crea se une con Dios, está abierto a su gracia, a la fuerza del amor. Así, su existencia se convierte en un testimonio no de sí mismo, sino de Cristo resucitado, y su fe no tiene miedo de mostrarse en la vida cotidiana, está abierta al diálogo que expresa profunda amistad para el camino de cada hombre, y sabe cómo abrir luces de esperanza a la necesidad de la redención, de la felicidad y del futuro.

La fe, de hecho, es un encuentro con Dios que habla y actúa en la historia y que convierte nuestra vida cotidiana, transformando en nosotros mente, juicios de valor, decisiones y acciones concretas. No es ilusión, escape de la realidad, cómodo refugio, sentimentalismo, sino que es el involucramiento de toda la vida y es proclamación del Evangelio, Buena Nueva capaz de liberar a todo el hombre. Un cristiano, una comunidad donde son laboriosos y fieles al designio de Dios que nos ha amado primero, son una vía privilegiada para aquellos que son indiferentes o dudan acerca de su existencia y de su acción. Esto, sin embargo, pide a todos a hacer más transparente su testimonio de fe, purificando su vida para que sea conforme a Cristo. Hoy en día muchos tienen una comprensión limitada de la fe cristiana, porque la identifican con un mero sistema de creencias y de valores, y no tanto con la verdad de un Dios revelado en la historia, deseoso de comunicarse con el hombre cara a cara, en una relación de amor con él.

De hecho, el fundamento de toda doctrina o valor es el acontecimiento del encuentro entre el hombre y Dios en Cristo Jesús. El cristianismo, antes que una moral o una ética, es el acontecimiento del amor, es el aceptar a la persona de Jesús. Por esta razón, el cristiano y las comunidades cristianas, ante todo deben mirar y hacer mirar a Cristo, el verdadero camino que conduce a Dios.

Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.