martes, 21 de septiembre de 2010

¿Qué hay detrás de los ataques a Ratzinger? (I)

Entrevista con Andrea Tornielli, coautor del libro “Ataque a Ratzinger”
ROMA, lunes 20 de septiembre de 2010 (ZENIT.org) “Lo único que no se le perdona a Ratzinger es que haya sido elegido Papa…” Así termina el libro Attacco a Razinger (Ataque a Ratzinger n.d.t). Acusaciones, escándalos, profecías, complots contra Benedicto XVI, escrito por Paolo Rodari y Andrea Tornielli, y cuya edición en italiano ha sido publicada por Piemme.
Rodari, vaticanista del periódico Il Foglio y Tornielli, vaticanista del periódico Il Giornale, reconstruyen, enriqueciendo con informaciones inéditas, el hecho de cómo la prensa internacional se ha enfurecido contra Benedicto XVI. Ambos estuvieron en el curso The Church up Close (La Iglesia de cerca n.d.t.) que se realizó en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz en Roma del 6 al 12 de septiembre, en la que hablaron sobre este tema a los allí presentes.
Para profundizar este tema, ZENIT entrevistó a uno de los autores, Andrea Tornielli, quien ha escrito, entre otros libros, Pio XII. Un uomo sul trono di Pietro (Pío XII, un hombre en el trono de Pedro n.d.t.)  (Mondatori 2007) y Paolo VI. L’audacia di un Papa (Pablo VI, la audacia de un Papa)  (Mondatori 2009). También es autor del blog Sacri palazzi (Sagrados palacios n.d.t)  (http://blog.ilgiornale.it/tornielli/).    
-¿Qué cree que hay detrás de los ataques al Papa?
Andrea Tornielli: No creo que los ataques vengan de una sola dirección ni que sea un complot. Creo que son varios grupos, varias realidades sueltas y diferentes entre ellas, que tienen un interés que es el de transformar la Iglesia en una secta protestante cualquiera, porque las enseñanzas de la Iglesia molestan.
No me refiero sólo, como muchos podrían pensar, a los temas de ética o de sexualidad sino también a los temas de globalización, desarrollo, defensa del ambiente, política multilateral, entre otras aproximaciones. Estos grupos no necesariamente actúan usando una única orientación pero es claro que critican públicamente y que atacan el Papa. Creo que tienen todo un interés en hacer énfasis a los problemas de la Iglesia como, por ejemplo el escándalo de la pedofilia.
-¿Por qué lo atacan? ¿Por qué le han impedido hablar en la Universidad de la Sapienza de Roma en enero de 2008?
Andrea Tornielli: Ciertas campañas mediáticas son determinadas por el “hambre” negativo del prejuicio consolidado y para nada corresponden a la realidad que ha dibujado primero el cardenal Ratzinger y luego el Papa Benedicto XVI. Lo quieren hacer ver como un retrógrado conservador, anti liberal y anti democrático.
El caso de la Sapienza es ejemplar porque no sólo fue causado por grupúsculos de estudiantes ideologizados sino también por investigadores y profesores han “juzgado” a Ratzinger, partiendo de la base de una cita equivocada que fue tomada de Wikipedia (esto debería decirnos algo también sobre el estado de nuestras universidades).
El poder secularizado teme al anuncio de una verdad irreducible, hay lobbies y grupos de poder a los que les molesta la moral cristiana y la enseñanza ética de la Iglesia. En ciertas situaciones la voz de la Iglesia permanece como el único baluarte de una conciencia no anestesiada.
-Dice usted que hay ataques externos. ¿Cree que también hay ataques internos?
Andrea Tornielli: ¡Por supuesto! Esto lo determina un fenómeno de que nosotros llamamos una disidencia interna de la Iglesia. Es decir, teólogos e incluso obispos que critican abiertamente algunos aspectos del magisterio de Benedicto XVI. El fin último no son los ataques inconscientes, porque son queridos por alguna maquinaria curial, que facilita algunas crisis que se hubieran podido evitar o apagar a tiempo algunos incendios que en cambio han crecido y se han convertido en un problema más grande.
- Siguiendo con el tema, durante el vuelo hacia Portugal el pasado 11 de mayo el Papa dijo “hoy lo vemos de manera realmente aterradora: la mayor persecución de la Iglesia no procede de los enemigos de afuera, sino que nace del pecado en la Iglesia”¿Cuáles son esos pecados a los que se refiere el Papa y cuáles son los grupos y las personas que crean enemistades al interior de la Iglesia?
Andrea Tornielli: La pregunta fue formulada con referencia explícita a los escándalos de pedofilia que tocan a exponentes del clero. La respuesta del Papa fue dramática. Benedicto XVI ha explicado que el ataque más fuerte ha sido al interior, es el pecado en la Iglesia. En el fondo, la historia nos enseña que en los ataques externos a la Iglesia, siempre hay al final una salida reforzada, quizás luego de largos períodos de dificultad, sino de persecución. El ataque interno la demuele. Ahora no son sólo los tremendos, incluso los “espantosos” episodios del abominable crimen de la pedofilia.
Está también el crecimiento de un pensamiento no católico al interior de la Iglesia católica: una realidad denunciada con extrema lucidez desde el papa Pablo VI que hoy lamentablemente persiste. Me sorprendieron, por ejemplo, ciertas reacciones contra la decisión de Benedicto XVI de liberalizar la misa antigua. Reacciones públicas, venidas incluso de obispos. Los ejemplos serían muchos.
-El Papa, en la homilía de la misa en la que se concluía el año sacerdotal el pasadoo 11 de junio, habló en un tono muy específico de herejías y de la necesidad de usar el bastón contra los lobos que quieren ahuyentar el rebaño. ¿A qué se refería?
Andrea Tornielli: En nuestro libro analizamos las crisis de los primeros cinco años de pontificado del Papa Ratzinger, no hacemos una lista de posibles herejías. Quisiera recordar que, lamentablemente hoy se difunden en un modo más o menos subterráneo, ideas e interpretaciones que terminan por minar la fe de la gente sencilla y en general la fe católica a toda costa – debe quizás ser más comprensible un debate entre la coexistencia de interpretaciones diferentes pero esenciales de la fe.
En este sentido, como explicaba el entonces cardenal Ratzinger a los inicios de su mandato como prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, el Magisterio tiene el deber de proteger la fe de los sencillos, de quienes no escriben en los periódicos ni van a hablar en televisión.
En este sentido, el Magisterio tiene un deber – decía – “democrático”. Creo que un cambio radical que el Papa impide a todos sea el de ser concientes de que la Iglesia no está “hecha” por nosotros, no se le puede considerar una empresa, no todo puede quedar reducido a reivindicaciones sobre funciones y ministerios, su vida no puede estar planificada sólo con estrategias pastorales. Si aprendiéramos de este constante llamamiento del Papa, a lo mejor muchos opositores abiertos y ocultos comprenderían que el Papa no es un monarca absoluto, sino que obedece a Jesucristo en la transmisión del depositum fidei.
Por Antonio Gaspari y Carmen Elena Villa

viernes, 10 de septiembre de 2010

VIDA

Tras cuatro horas de debate, la Cámara de Diputados aprobó esta madrugada el proyecto de ley para restablecer la figura legal de infanticidio en el Código Penal, que busca atenuar las condenas para las madres que maten a sus hijos bajo los efectos del puerperio.
La iniciativa, que recibió media sanción (con 170 votos afirmativos, 29 negativos y nueve abstenciones) tiene como antecedente el caso de la joven jujeña Romina Tejerina, que fue condenada en junio de 2005 a 14 años de prisión por el asesinato de su hijo recién nacido, producto de una violación.
El oficialismo respaldó esta madrugada un dictamen de mayoría, el cual restablece la figura y dispone una condena de seis meses a tres años para el infanticidio, es decir, para el "homicidio cometido por madre mientras dura su estado puerperal".
Desde su derogación, casos como el de Tejerina se consideran como homicidio agravado por el vínculo, lo que implica una pena de prisión perpetua. La única manera en la que la Justicia puede dar una escala de penas de entre 8 y 25 años de cárcel es si se comprueba que hubo atenuantes.
"El puerperio no puede extenderse más de 40 días y debe generar un estado de psicosis, parecida a la emoción violenta", para ser considerado como un atenuante, explicó durante el debate la kirchnerista Diana Conti, al defender la iniciativa.
La propuesta considera la zona cultural y social de la mujer que atraviesa esa situación, figura que fue eliminada del Código tras la reforma Blumberg, dado que -según los defensores de la norma- la mayoría de los episodios se registraron en el interior del país.
Como muestra del corte transversal que provocó, la iniciativa contó con el respaldo de la Fernanda Gil Lozano (Coalición Cívica).
Su compañera de bloque Patricia Bullrich, en tanto, firmó un proyecto alternativo con las peronistas federales Natalia Gambaro y Gladys González, que tuvo el apoyo de la cobista Cynthia Hotton.
Bullrich cuestionó la propuesta de la mayoría y dijo que "plantea un auténtico permiso para matar".
Reconoció, también, que los tiempos cambiaron y que la propuesta significa un retroceso en la autonomía de la mujer. "Sería volver al concepto de una mujer sub-persona o subnormal", advirtió.
"En nuestro dictamen se debe entender el estado puerperal como un trastorno de conciencia", señaló y tomó como ejemplo la normativa española que establece una pena de 3 a 8 años de prisión para este tipo de casos.
Su compañero de bloque, Juan Carlos Vega, en cambio, planteó una alternativa intermedia que contempla las mismas penas que el de mayoría y fija el período de puerperio en ocho días como máximo, según el derecho penal comparado.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Benedicto XVI

¡Queridos hermanos y hermanas!
¡Pido en primer lugar perdón por el retraso! He vuelto en este momento de Carpineto Romano, donde, hace 200 años, nació el Papa León XIII, Vincenzo Gioacchino Pecci. Agradezco al Señor haber podido, en este importante aniversario, celebrar la Eucaristía entre sus conciudadanos. Ahora deseo en cambio presentar brevemente mi Mensaje -publicado en los pasados días- dirigido a los jóvenes del mundo para la XXVI Jornada Mundial de la Juventud, que tendrá lugar en Madrid dentro de poco menos de un año.
El tema que he escogido para este Mensaje retoma una expresión de la Carta a los Colosenses del apóstol Pablo: “Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe” (2,7). ¡Es decididamente una propuesta a contra corriente! ¿Quién, de hecho, propone hoy a los jóvenes estar “arraigados” y “edificados”? Más bien se exalta la incertidumbre, la movilidad, la volatilidad... aspectos todos ellos que reflejan una cultura indecisa en lo que se refiere a los valores de fondo, a los principios en base a los cuales orientar y regular la propia vida. En realidad, yo mismo, por mi experiencia y por los contactos que tengo con los jóvenes, sé bien que toda generación, más aún, toda persona individual está llamada a realizar de nuevo el recorrido de descubrimiento del sentido de la vida. Y es precisamente por esto que he querido volver a proponer un mensaje que, según el estilo bíblico, evoca las imágenes del árbol y de la casa. El joven, de hecho, es como un árbol en crecimiento: para desarrollarse bien necesita raíces profundas, que, en caso de tormentas de viento, lo tengan bien plantado en el suelo. Así también la imagen del edificio en construcción recuerda la exigencia de fundamentos válidos, para que la casa sea sólida y segura.
Y aquí está el corazón del Mensaje: en las expresiones “en Cristo” y “en la fe”. La plena madurez de la persona, su estabilidad interior, se basan en la relación con Dios, relación que pasa a través del encuentro con Jesucristo. Una relación de profunda confianza, de auténtica amistad con Jesús puede dar a un joven lo que necesita para afrontar bien la vida: serenidad y luz interior, capacidad para pensar de manera positiva, gran ánimo hacia los demás, disponibilidad para pagar personalmente por el bien, la justicia y la verdad. Un último aspecto, muy importante: para convertirse en creyente, el joven se nutre de la fe de la Iglesia: si ningún hombre es una isla, tanto menos lo es el cristiano, que descubre en la Iglesia la belleza de la fe compartida y testimoniada junto a los demás en la fraternidad y en el servicio de la caridad.
Este Mensaje mío a los jóvenes lleva la fecha del 6 de agosto, Fiesta de la Transfiguración del Señor. ¡Que la luz del Rostro de Cristo pueda resplandecer en el corazón de todo joven! Y que la Virgen María acompañe con su protección el camino de las comunidades y de los grupos juveniles hacia el gran Encuentro de Madrid 2011.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Mensaje del Papa para la JMJ Madrid 2011



MENSAJE DEL SANTO PADRE
BENEDICTO XVI
PARA LA XXVI JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD
2011


Arraigados y edificados en Cristo,
firmes en la fe”
(cf. Col 2, 7)
Queridos amigos
Pienso con frecuencia en la Jornada Mundial de la Juventud de Sydney, en el 2008. Allí vivimos una gran fiesta de la fe, en la que el Espíritu de Dios actuó con fuerza, creando una intensa comunión entre los participantes, venidos de todas las partes del mundo. Aquel encuentro, como los precedentes, ha dado frutos abundantes en la vida de muchos jóvenes y de toda la Iglesia. Nuestra mirada se dirige ahora a la próxima Jornada Mundial de la Juventud, que tendrá lugar en Madrid, en el mes de agosto de 2011. Ya en 1989, algunos meses antes de la histórica caída del Muro de Berlín, la peregrinación de los jóvenes hizo un alto en España, en Santiago de Compostela. Ahora, en un momento en que Europa tiene que volver a encontrar sus raíces cristianas, hemos fijado nuestro encuentro en Madrid, con el lema: «Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe» (cf. Col 2, 7). Os invito a este evento tan importante para la Iglesia en Europa y para la Iglesia universal. Además, quisiera que todos los jóvenes, tanto los que comparten nuestra fe, como los que vacilan, dudan o no creen, puedan vivir esta experiencia, que puede ser decisiva para la vida: la experiencia del Señor Jesús resucitado y vivo, y de su amor por cada uno de nosotros.
1. En las fuentes de vuestras aspiraciones más grandes
En cada época, también en nuestros días, numerosos jóvenes sienten el profundo deseo de que las relaciones interpersonales se vivan en la verdad y la solidaridad. Muchos manifiestan la aspiración de construir relaciones auténticas de amistad, de conocer el verdadero amor, de fundar una familia unida, de adquirir una estabilidad personal y una seguridad real, que puedan garantizar un futuro sereno y feliz. Al recordar mi juventud, veo que, en realidad, la estabilidad y la seguridad no son las cuestiones que más ocupan la mente de los jóvenes. Sí, la cuestión del lugar de trabajo, y con ello la de tener el porvenir asegurado, es un problema grande y apremiante, pero al mismo tiempo la juventud sigue siendo la edad en la que se busca una vida más grande. Al pensar en mis años de entonces, sencillamente, no queríamos perdernos en la mediocridad de la vida aburguesada. Queríamos lo que era grande, nuevo. Queríamos encontrar la vida misma en su inmensidad y belleza. Ciertamente, eso dependía también de nuestra situación. Durante la dictadura nacionalsocialista y la guerra, estuvimos, por así decir, “encerrados” por el poder dominante. Por ello, queríamos salir afuera para entrar en la abundancia de las posibilidades del ser hombre. Pero creo que, en cierto sentido, este impulso de ir más allá de lo habitual está en cada generación. Desear algo más que la cotidianidad regular de un empleo seguro y sentir el anhelo de lo que es realmente grande forma parte del ser joven. ¿Se trata sólo de un sueño vacío que se desvanece cuando uno se hace adulto? No, el hombre en verdad está creado para lo que es grande, para el infinito. Cualquier otra cosa es insuficiente. San Agustín tenía razón: nuestro corazón está inquieto, hasta que no descansa en Ti. El deseo de la vida más grande es un signo de que Él nos ha creado, de que llevamos su “huella”. Dios es vida, y cada criatura tiende a la vida; en un modo único y especial, la persona humana, hecha a imagen de Dios, aspira al amor, a la alegría y a la paz. Entonces comprendemos que es un contrasentido pretender eliminar a Dios para que el hombre viva. Dios es la fuente de la vida; eliminarlo equivale a separarse de esta fuente e, inevitablemente, privarse de la plenitud y la alegría: «sin el Creador la criatura se diluye» (Con. Ecum. Vaticano. II, Const. Gaudium et Spes, 36). La cultura actual, en algunas partes del mundo, sobre todo en Occidente, tiende a excluir a Dios, o a considerar la fe como un hecho privado, sin ninguna relevancia en la vida social. Aunque el conjunto de los valores, que son el fundamento de la sociedad, provenga del Evangelio –como el sentido de la dignidad de la persona, de la solidaridad, del trabajo y de la familia–, se constata una especie de “eclipse de Dios”, una cierta amnesia, más aún, un verdadero rechazo del cristianismo y una negación del tesoro de la fe recibida, con el riesgo de perder aquello que más profundamente nos caracteriza.
Por este motivo, queridos amigos, os invito a intensificar vuestro camino de fe en Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo. Vosotros sois el futuro de la sociedad y de la Iglesia. Como escribía el apóstol Pablo a los cristianos de la ciudad de Colosas, es vital tener raíces y bases sólidas. Esto es verdad, especialmente hoy, cuando muchos no tienen puntos de referencia estables para construir su vida, sintiéndose así profundamente inseguros. El relativismo que se ha difundido, y para el que todo da lo mismo y no existe ninguna verdad, ni un punto de referencia absoluto, no genera verdadera libertad, sino inestabilidad, desconcierto y un conformismo con las modas del momento. Vosotros, jóvenes, tenéis el derecho de recibir de las generaciones que os preceden puntos firmes para hacer vuestras opciones y construir vuestra vida, del mismo modo que una planta pequeña necesita un apoyo sólido hasta que crezcan sus raíces, para convertirse en un árbol robusto, capaz de dar fruto.
2. Arraigados y edificados en Cristo
Para poner de relieve la importancia de la fe en la vida de los creyentes, quisiera detenerme en tres términos que san Pablo utiliza en: «Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe» (cf. Col 2, 7). Aquí podemos distinguir tres imágenes: “arraigado” evoca el árbol y las raíces que lo alimentan; “edificado” se refiere a la construcción; “firme” alude al crecimiento de la fuerza física o moral. Se trata de imágenes muy elocuentes. Antes de comentarlas, hay que señalar que en el texto original las tres expresiones, desde el punto de vista gramatical, están en pasivo: quiere decir, que es Cristo mismo quien toma la iniciativa de arraigar, edificar y hacer firmes a los creyentes.
La primera imagen es la del árbol, firmemente plantado en el suelo por medio de las raíces, que le dan estabilidad y alimento. Sin las raíces, sería llevado por el viento, y moriría. ¿Cuáles son nuestras raíces? Naturalmente, los padres, la familia y la cultura de nuestro país son un componente muy importante de nuestra identidad. La Biblia nos muestra otra más. El profeta Jeremías escribe: «Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza: será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto» (Jer 17, 7-8). Echar raíces, para el profeta, significa volver a poner su confianza en Dios. De Él viene nuestra vida; sin Él no podríamos vivir de verdad. «Dios nos ha dado vida eterna y esta vida está en su Hijo» (1 Jn 5,11). Jesús mismo se presenta como nuestra vida (cf. Jn 14, 6). Por ello, la fe cristiana no es sólo creer en la verdad, sino sobre todo una relación personal con Jesucristo. El encuentro con el Hijo de Dios proporciona un dinamismo nuevo a toda la existencia. Cuando comenzamos a tener una relación personal con Él, Cristo nos revela nuestra identidad y, con su amistad, la vida crece y se realiza en plenitud. Existe un momento en la juventud en que cada uno se pregunta: ¿qué sentido tiene mi vida, qué finalidad, qué rumbo debo darle? Es una fase fundamental que puede turbar el ánimo, a veces durante mucho tiempo. Se piensa cuál será nuestro trabajo, las relaciones sociales que hay que establecer, qué afectos hay que desarrollar… En este contexto, vuelvo a pensar en mi juventud. En cierto modo, muy pronto tomé conciencia de que el Señor me quería sacerdote. Pero más adelante, después de la guerra, cuando en el seminario y en la universidad me dirigía hacia esa meta, tuve que reconquistar esa certeza. Tuve que preguntarme: ¿es éste de verdad mi camino? ¿Es de verdad la voluntad del Señor para mí? ¿Seré capaz de permanecerle fiel y estar totalmente a disposición de Él, a su servicio? Una decisión así también causa sufrimiento. No puede ser de otro modo. Pero después tuve la certeza: ¡así está bien! Sí, el Señor me quiere, por ello me dará también la fuerza. Escuchándole, estando con Él, llego a ser yo mismo. No cuenta la realización de mis propios deseos, sino su voluntad. Así, la vida se vuelve auténtica.
Como las raíces del árbol lo mantienen plantado firmemente en la tierra, así los cimientos dan a la casa una estabilidad perdurable. Mediante la fe, estamos arraigados en Cristo (cf. Col 2, 7), así como una casa está construida sobre los cimientos. En la historia sagrada tenemos numerosos ejemplos de santos que han edificado su vida sobre la Palabra de Dios. El primero Abrahán. Nuestro padre en la fe obedeció a Dios, que le pedía dejar la casa paterna para encaminarse a un país desconocido. «Abrahán creyó a Dios y se le contó en su haber. Y en otro pasaje se le llama “amigo de Dios”» (St 2, 23). Estar arraigados en Cristo significa responder concretamente a la llamada de Dios, fiándose de Él y poniendo en práctica su Palabra. Jesús mismo reprende a sus discípulos: «¿Por qué me llamáis: “¡Señor, Señor!”, y no hacéis lo que digo?» (Lc 6, 46). Y recurriendo a la imagen de la construcción de la casa, añade: «El que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone por obra… se parece a uno que edificaba una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo tambalearla, porque estaba sólidamente construida» (Lc 6, 47-48).
Queridos amigos, construid vuestra casa sobre roca, como el hombre que “cavó y ahondó”. Intentad también vosotros acoger cada día la Palabra de Cristo. Escuchadle como al verdadero Amigo con quien compartir el camino de vuestra vida. Con Él a vuestro lado seréis capaces de afrontar con valentía y esperanza las dificultades, los problemas, también las desilusiones y los fracasos. Continuamente se os presentarán propuestas más fáciles, pero vosotros mismos os daréis cuenta de que se revelan como engañosas, no dan serenidad ni alegría. Sólo la Palabra de Dios nos muestra la auténtica senda, sólo la fe que nos ha sido transmitida es la luz que ilumina el camino. Acoged con gratitud este don espiritual que habéis recibido de vuestras familias y esforzaos por responder con responsabilidad a la llamada de Dios, convirtiéndoos en adultos en la fe. No creáis a los que os digan que no necesitáis a los demás para construir vuestra vida. Apoyaos, en cambio, en la fe de vuestros seres queridos, en la fe de la Iglesia, y agradeced al Señor el haberla recibido y haberla hecho vuestra.
3. Firmes en la fe
Estad «arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe» (cf. Col 2, 7). La carta de la cual está tomada esta invitación, fue escrita por san Pablo para responder a una necesidad concreta de los cristianos de la ciudad de Colosas. Aquella comunidad, de hecho, estaba amenazada por la influencia de ciertas tendencias culturales de la época, que apartaban a los fieles del Evangelio. Nuestro contexto cultural, queridos jóvenes, tiene numerosas analogías con el de los colosenses de entonces. En efecto, hay una fuerte corriente de pensamiento laicista que quiere apartar a Dios de la vida de las personas y la sociedad, planteando e intentando crear un “paraíso” sin Él. Pero la experiencia enseña que el mundo sin Dios se convierte en un “infierno”, donde prevalece el egoísmo, las divisiones en las familias, el odio entre las personas y los pueblos, la falta de amor, alegría y esperanza. En cambio, cuando las personas y los pueblos acogen la presencia de Dios, le adoran en verdad y escuchan su voz, se construye concretamente la civilización del amor, donde cada uno es respetado en su dignidad y crece la comunión, con los frutos que esto conlleva. Hay cristianos que se dejan seducir por el modo de pensar laicista, o son atraídos por corrientes religiosas que les alejan de la fe en Jesucristo. Otros, sin dejarse seducir por ellas, sencillamente han dejado que se enfriara su fe, con las inevitables consecuencias negativas en el plano moral.
El apóstol Pablo recuerda a los hermanos, contagiados por las ideas contrarias al Evangelio, el poder de Cristo muerto y resucitado. Este misterio es el fundamento de nuestra vida, el centro de la fe cristiana. Todas las filosofías que lo ignoran, considerándolo “necedad” (1 Co 1, 23), muestran sus límites ante las grandes preguntas presentes en el corazón del hombre. Por ello, también yo, como Sucesor del apóstol Pedro, deseo confirmaros en la fe (cf. Lc 22, 32). Creemos firmemente que Jesucristo se entregó en la Cruz para ofrecernos su amor; en su pasión, soportó nuestros sufrimientos, cargó con nuestros pecados, nos consiguió el perdón y nos reconcilió con Dios Padre, abriéndonos el camino de la vida eterna. De este modo, hemos sido liberados de lo que más atenaza nuestra vida: la esclavitud del pecado, y podemos amar a todos, incluso a los enemigos, y compartir este amor con los hermanos más pobres y en dificultad.
Queridos amigos, la cruz a menudo nos da miedo, porque parece ser la negación de la vida. En realidad, es lo contrario. Es el “sí” de Dios al hombre, la expresión máxima de su amor y la fuente de donde mana la vida eterna. De hecho, del corazón de Jesús abierto en la cruz ha brotado la vida divina, siempre disponible para quien acepta mirar al Crucificado. Por eso, quiero invitaros a acoger la cruz de Jesús, signo del amor de Dios, como fuente de vida nueva. Sin Cristo, muerto y resucitado, no hay salvación. Sólo Él puede liberar al mundo del mal y hacer crecer el Reino de la justicia, la paz y el amor, al que todos aspiramos.
4. Creer en Jesucristo sin verlo
En el Evangelio se nos describe la experiencia de fe del apóstol Tomás cuando acoge el misterio de la cruz y resurrección de Cristo. Tomás, uno de los doce apóstoles, siguió a Jesús, fue testigo directo de sus curaciones y milagros, escuchó sus palabras, vivió el desconcierto ante su muerte. En la tarde de Pascua, el Señor se aparece a los discípulos, pero Tomás no está presente, y cuando le cuentan que Jesús está vivo y se les ha aparecido, dice: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo» (Jn 20, 25).
También nosotros quisiéramos poder ver a Jesús, poder hablar con Él, sentir más intensamente aún su presencia. A muchos se les hace hoy difícil el acceso a Jesús. Muchas de las imágenes que circulan de Jesús, y que se hacen pasar por científicas, le quitan su grandeza y la singularidad de su persona. Por ello, a lo largo de mis años de estudio y meditación, fui madurando la idea de transmitir en un libro algo de mi encuentro personal con Jesús, para ayudar de alguna forma a ver, escuchar y tocar al Señor, en quien Dios nos ha salido al encuentro para darse a conocer. De hecho, Jesús mismo, apareciéndose nuevamente a los discípulos después de ocho días, dice a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente» (Jn 20, 27). También para nosotros es posible tener un contacto sensible con Jesús, meter, por así decir, la mano en las señales de su Pasión, las señales de su amor. En los Sacramentos, Él se nos acerca en modo particular, se nos entrega. Queridos jóvenes, aprended a “ver”, a “encontrar” a Jesús en la Eucaristía, donde está presente y cercano hasta entregarse como alimento para nuestro camino; en el Sacramento de la Penitencia, donde el Señor manifiesta su misericordia ofreciéndonos siempre su perdón. Reconoced y servid a Jesús también en los pobres y enfermos, en los hermanos que están en dificultad y necesitan ayuda.
Entablad y cultivad un diálogo personal con Jesucristo, en la fe. Conocedle mediante la lectura de los Evangelios y del Catecismo de la Iglesia Católica; hablad con Él en la oración, confiad en Él. Nunca os traicionará. «La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado» (Catecismo de la Iglesia Católica, 150). Así podréis adquirir una fe madura, sólida, que no se funda únicamente en un sentimiento religioso o en un vago recuerdo del catecismo de vuestra infancia. Podréis conocer a Dios y vivir auténticamente de Él, como el apóstol Tomás, cuando profesó abiertamente su fe en Jesús: «¡Señor mío y Dios mío!».
5. Sostenidos por la fe de la Iglesia, para ser testigos
En aquel momento Jesús exclama: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto» (Jn 20, 29). Pensaba en el camino de la Iglesia, fundada sobre la fe de los testigos oculares: los Apóstoles. Comprendemos ahora que nuestra fe personal en Cristo, nacida del diálogo con Él, está vinculada a la fe de la Iglesia: no somos creyentes aislados, sino que, mediante el Bautismo, somos miembros de esta gran familia, y es la fe profesada por la Iglesia la que asegura nuestra fe personal. El Credo que proclamamos cada domingo en la Eucaristía nos protege precisamente del peligro de creer en un Dios que no es el que Jesús nos ha revelado: «Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros» (Catecismo de la Iglesia Católica, 166). Agradezcamos siempre al Señor el don de la Iglesia; ella nos hace progresar con seguridad en la fe, que nos da la verdadera vida (cf. Jn 20, 31).
En la historia de la Iglesia, los santos y mártires han sacado de la cruz gloriosa la fuerza para ser fieles a Dios hasta la entrega de sí mismos; en la fe han encontrado la fuerza para vencer las propias debilidades y superar toda adversidad. De hecho, como dice el apóstol Juan: «¿quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?» (1 Jn 5, 5). La victoria que nace de la fe es la del amor. Cuántos cristianos han sido y son un testimonio vivo de la fuerza de la fe que se expresa en la caridad. Han sido artífices de paz, promotores de justicia, animadores de un mundo más humano, un mundo según Dios; se han comprometido en diferentes ámbitos de la vida social, con competencia y profesionalidad, contribuyendo eficazmente al bien de todos. La caridad que brota de la fe les ha llevado a dar un testimonio muy concreto, con la palabra y las obras. Cristo no es un bien sólo para nosotros mismos, sino que es el bien más precioso que tenemos que compartir con los demás. En la era de la globalización, sed testigos de la esperanza cristiana en el mundo entero: son muchos los que desean recibir esta esperanza. Ante la tumba del amigo Lázaro, muerto desde hacía cuatro días, Jesús, antes de volver a llamarlo a la vida, le dice a su hermana Marta: «Si crees, verás la gloria de Dios» (Jn 11, 40). También vosotros, si creéis, si sabéis vivir y dar cada día testimonio de vuestra fe, seréis un instrumento que ayudará a otros jóvenes como vosotros a encontrar el sentido y la alegría de la vida, que nace del encuentro con Cristo.
6. Hacia la Jornada Mundial de Madrid
Queridos amigos, os reitero la invitación a asistir a la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid. Con profunda alegría, os espero a cada uno personalmente. Cristo quiere afianzaros en la fe por medio de la Iglesia. La elección de creer en Cristo y de seguirle no es fácil. Se ve obstaculizada por nuestras infidelidades personales y por muchas voces que nos sugieren vías más fáciles. No os desaniméis, buscad más bien el apoyo de la comunidad cristiana, el apoyo de la Iglesia. A lo largo de este año, preparaos intensamente para la cita de Madrid con vuestros obispos, sacerdotes y responsables de la pastoral juvenil en las diócesis, en las comunidades parroquiales, en las asociaciones y los movimientos. La calidad de nuestro encuentro dependerá, sobre todo, de la preparación espiritual, de la oración, de la escucha en común de la Palabra de Dios y del apoyo recíproco.
Queridos jóvenes, la Iglesia cuenta con vosotros. Necesita vuestra fe viva, vuestra caridad creativa y el dinamismo de vuestra esperanza. Vuestra presencia renueva la Iglesia, la rejuvenece y le da un nuevo impulso. Por ello, las Jornadas Mundiales de la Juventud son una gracia no sólo para vosotros, sino para todo el Pueblo de Dios. La Iglesia en España se está preparando intensamente para acogeros y vivir la experiencia gozosa de la fe. Agradezco a las diócesis, las parroquias, los santuarios, las comunidades religiosas, las asociaciones y los movimientos eclesiales, que están trabajando con generosidad en la preparación de este evento. El Señor no dejará de bendecirles. Que la Virgen María acompañe este camino de preparación. Ella, al anuncio del Ángel, acogió con fe la Palabra de Dios; con fe consintió que la obra de Dios se cumpliera en ella. Pronunciando su “fiat”, su “sí”, recibió el don de una caridad inmensa, que la impulsó a entregarse enteramente a Dios. Que Ella interceda por todos vosotros, para que en la próxima Jornada Mundial podáis crecer en la fe y en el amor. Os aseguro mi recuerdo paterno en la oración y os bendigo de corazón.
Vaticano, 6 de agosto de 2010, Fiesta de la Transfiguración del Señor.
BENEDICTUS PP. XVI

jueves, 2 de septiembre de 2010

Reflexión


… Y EL MAÑANA

“Si el mañana fuera hoy, el mundo avanzaría”.

El mundo avanza aun cuando nosotros no queramos. El minutero del reloj camina con la misma velocidad de cada día, aunque existen ocasiones en que el tiempo se nos hace eterno, o por el contrario, que avanza a una velocidad descomunal.

Con respecto al tiempo ocurre un fenómeno que no deja de sorprenderme cada vez que caigo en cuenta de que muchas personas lo viven. Lo llamaré el “anhelo del fin de semana”. Dicha situación ocurre cotidianamente y sucede cuando, al inicio de la semana, ya queremos que llegue el sábado; o cuando regresamos a trabajar, ya deseamos las próximas vacaciones; o simplemente, cuando apenas estamos empezando nuestras labores, ya estamos desesperados porque el día acabe para poder descansar.

Es lógico que el ser humano se canse y mucho más lógico que necesitemos descansar como parte de nuestro propio desarrollo saludable. Sin embargo, millones de personas viven deseando algo que aún no llega, y todavía peor, cuando éste llega, no saben siquiera qué hacer con el tiempo libre que ahora tienen. Ya Viktor Frankl le llamó a este vacío de no saber qué hacer cuando el tiempo libre sobra la “neurosis del domingo”.

¿Pero por qué perseguimos con un afán desenfrenado los momentos de descanso? Una razón puede ser nuestra cultura del confort. Esa cultura que nos rodea día con día y que nos alcanza con frases como “¡no trabajes más!”, “la vida es un placer”, “gana mucho dinero sin esforzarte”, “disfruta de unas vacaciones eternas”, entre muchas otras. Este estilo de vida, aunque es una meta de millones de personas, no siempre resulta la más reconfortante. ¿O acaso realmente serán más felices los que no ocupan su tiempo en actividades productivas?

Otra razón por la cual aborrecemos el trabajo proviene de la concepción que el trabajo ha tenido a través de la historia. Hay que traer a nuestra mente la expulsión del paraíso donde Dios le dijo a Adán: “por haber escuchado a tu mujer y haber comido del árbol del que Yo te había prohibido comer, maldita sea la tierra por tu causa. Con fatiga sacarás de ella el alimento por todos los días de tu vida” (Gen, 3, 17). A partir de esta sentencia, el trabajo se ha venido entendiendo como un mal que hay que realizar, una carga necesaria para poder obtener lo necesario para subsistir. A lo largo del tiempo, en nuestro inconsciente colectivo – trayendo a colación a Jung – el trabajo se percibe como tal, como un castigo. Sin embargo, se pierde de vista que es una de las más grandes oportunidades de la mujer y del hombre de poder trascender por medio de la productividad, así como también, ayuda a la formación de valores y del carácter.

Una razón más, la podremos encontrar en la sensación de despersonalización que día con día, por desgracia, se acrecienta en el mundo. Ya no nos sentimos seres individuales, sino que formamos parte de una colectividad. Ya no soy María, José, Guadalupe o Pedro, sino que soy el empleado de tal empresa, soy el socio del tal otro, pertenezco al tal estrato socioeconómico. Al no sentirnos seres individuales, somos incapaces de tomar nuestras propias decisiones y seguimos, como borregos, los anhelos de la colectividad. En el momento que empiezas a apreciar tu trabajo, los demás te envidian, te hacen burla, te echan tierra… porque es imposible que alguien, tú, puedas sentirte feliz y satisfecho, con lo que realizas.

Y claro, la razón más obvio, la incapacidad para vivir el presente. Preferimos huir refugiándonos, para bien o para mal, en el pasado y/o en el futuro. Ya no se vive en el “hoy y ahora”, sino en el ayer o el mañana. El presente se nos hace cada vez más difícil y optamos por escindirnos de esta realidad. Es verdad, la situación actual es sumamente complicada, pero no imposible. Siempre y cuando nos mantengamos con la frente en alto, con la valentía y la fortaleza necesaria, prácticamente todo es posible. Y claro, siempre de la mano del Ser o seres más amados.

El mañana aún no llega, pero es necesario construirlo a partir de hoy. Y el hoy se construye, única y exclusivamente, viviendo y esforzándonos en el presente.

Ten un feliz día y disfruta cada minuto al máximo.

Edgardo Flores Herrera